– Vete. -Hago un gesto con la mano para que se vaya.
– No. Haz pis, Ana.
¿Podría ser más vergonzoso esto?
– No puedo, no contigo ahí.
– Podrías caerte.
– ¡Señor Grey!
Los dos ignoramos a la enfermera.
– Por favor -le suplico.
Levanta las manos en un gesto de derrota.
– Estaré esperando ahí mismo. Con la puerta abierta.
Se aparta un par de pasos hasta que queda justo al otro lado de la puerta, junto a la enfadada enfermera.
– Vuélvete, por favor -le pido. ¿Por qué me siento ridículamente tímida con este hombre? Pone los ojos en blanco pero obedece. En cuanto me da la espalda, por fin me relajo y saboreo el alivio.
Hago un recuento de los daños. Me duele la cabeza, también el pecho donde Jack me dio la patada y el costado sobre el que caí al suelo. Además tengo sed y hambre. Madre mía, estoy realmente hambrienta. Termino y agradezco que el lavabo esté tan cerca que no necesito levantarme para lavarme las manos. No tengo fuerza para ponerme en pie.
– Ya he acabado -digo, secándome las manos con la toalla.
Christian se gira, vuelve a entrar y antes de darme cuenta estoy otra vez en sus brazos. He echado de menos sus brazos. Se detiene un momento y entierra la nariz en mi pelo.
– Oh, cuánto la he echado de menos, señora Grey -susurra. Me tumba de nuevo en la cama y me suelta, creo que a regañadientes, siempre con la enfermera Nora, que no para quieta, detrás de él.
– Si ya ha acabado, señor Grey, me gustaría ver cómo está la señora Grey.
La enfermera Nora está enfadada.
Él se aparta.
– Toda suya -dice en un tono más moderado.
Ella le mira enfurruñada y después se centra en mí. Es irritante, ¿a que sí?
– ¿Cómo se siente? -me pregunta con una voz llena de compasión y un punto de irritación, que supongo que será por Christian.
– Dolorida y con sed. Tengo mucha sed -susurro.
– Le traeré un poco de agua cuando haya comprobado sus constantes y la haya examinado la doctora Bartley.
Coge un aparato para medir la tensión y me lo pone en el brazo. Miro ansiosa a Christian. Está horrible, cadavérico casi, como si llevara días sin dormir. Tiene el pelo alborotado, lleva varios días sin afeitarse y su camisa está llena de arrugas. Frunzo el ceño.
– ¿Qué tal estás?
Ignorando a la enfermera, se sienta en la cama lejos de mi alcance.
– Confundida. Dolorida. Y tengo hambre.
– ¿Hambre? -pregunta y parpadea sorprendido.
Asiento.
– ¿Qué quieres comer?
– Cualquier cosa. Sopa.
– Señor Grey, necesita la aprobación de la doctora antes de darle nada de comer a la señora Grey.
Christian la mira inescrutable durante un momento, después saca la BlackBerry del bolsillo de sus pantalones y marca un número.
– Ana quiere sopa de pollo… Bien… Gracias. -Y cuelga.
Miro a Nora, que observa a Christian con los ojos entornados.
– ¿Taylor? -le pregunto.
Christian asiente.
– Su tensión arterial es normal, señora Grey. Voy a buscar a su médico. -Me quita el aparato y sin decir nada más sale de la habitación, emanando desaprobación por todos los poros.
– Creo que has hecho enfadar a la enfermera Nora.
– Tengo ese efecto en las mujeres. -Sonríe burlón.
Río, pero me interrumpo de repente porque siento que el dolor se expande por el pecho.
– Sí, es verdad.
– Oh, Ana, me encanta oírte reír.
Nora vuelve con una jarra de agua. Ambos nos quedamos en silencio mirándonos mientras sirve un vaso de agua y me lo da.
– Beba a pequeños sorbos -me dice.
– Sí, señora -murmuro y le doy un sorbo al agua fresca. Oh, Dios mío. Qué rica. Le doy otro sorbo mientras Christian me mira fijamente.
– ¿Mia? -le pregunto.
– Está a salvo. Gracias a ti.
– ¿La tenían entonces?
– Sí.
Bueno, toda esta locura ha servido para algo. El alivio me llena el cuerpo. Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios que está bien. Frunzo el ceño.
– ¿Cómo llegaron hasta ella?
– Elizabeth Morgan -dice simplemente.
– ¡No!
Asiente.
– La raptó en el gimnasio de Mia.
Frunzo el ceño y sigo sin entender.
– Ana, ya te contaré todos los detalles más tarde. Mia está bien, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado. La drogaron. Ahora está grogui y un poco impresionada, pero gracias a algún milagro, no le hicieron daño. -Christian aprieta la mandíbula-. Lo que hiciste -empieza y se pasa la mano por el pelo- ha sido algo increíblemente valiente e increíblemente estúpido. Podían haberte matado. -Le brillan los ojos un momento con un gris gélido y sé que está conteniendo su enfado.
– No sabía qué otra cosa hacer -susurro.
– ¡Podías habérmelo dicho! -dice vehemente cerrando la mano que tiene en el regazo hasta convertirla en un puño.
– Me amenazó con que la mataría si se lo decía a alguien. No podía correr el riesgo.
Christian cierra los ojos y veo el terror en su cara.
– He pasado un infierno desde el jueves.
¿Jueves?
– ¿Qué día es hoy?
– Es casi sábado -me dice mirando el reloj-. Llevas más de veinticuatro horas inconsciente.
Oh.
– ¿Y Jack y Elizabeth?
– Bajo custodia policial. Aunque Hyde está aquí bajo vigilancia. Le han tenido que sacar la bala que le disparaste -dice con amargura-. Por suerte, no sé en qué sección de este hospital está, porque si no voy y le mato. -Su rostro se oscurece.
Oh, mierda. ¿Jack está aquí?
«¡Esto es por lo de Seattle Independent Publishing, zorra!» Palidezco, se me revuelve el estómago vacío, se me llenan los ojos de lágrimas y un fuerte estremecimiento me recorre el cuerpo.
– Vamos… -Christian se acerca con la voz llena de preocupación. Me coge el vaso de la mano y me abraza tiernamente-. Ahora estás a salvo -murmura contra mi pelo con la voz ronca.
– Christian, lo siento mucho. -Empiezan a caer las lágrimas.
– Chis. -Me acaricia el pelo y yo sollozo en su cuello.
– Por lo que dije. No tenía intención de dejarte.
– Chis, nena, lo sé.
– ¿Lo sabes? -Lo que acaba de decir hace que interrumpa mi llanto.
– Lo entendí. Al fin. De verdad que no sé en qué estabas pensando, Ana. -Suena cansado.
– Me cogiste por sorpresa -murmuro contra el cuello de su camisa-. Cuando hablamos en el banco. Pensaste que iba a dejarte. Creí que me conocías mejor. Te he dicho una y otra vez que nunca te abandonaré.
– Pero después de cómo me comporté… -Su voz es apenas audible y estrecha su abrazo-. Creí durante un periodo corto de tiempo que te había perdido.
– No, Christian. Nunca. No quería que interfirieras y pusieras la vida de Mia en peligro.
Suspira y no sé si es de enfado, de irritación o de dolor.
– ¿Cómo lo supiste? -le pregunto rápidamente para apartarle de su línea de pensamiento.
Me coloca el pelo detrás de la oreja.
– Acababa de tocar tierra en Seattle cuando me llamaron del banco. La última noticia que tenía era que estabas enferma y que te ibas a casa.
– ¿Estabas en Portland cuando Sawyer te llamó desde el coche?
– Estábamos a punto de despegar. Estaba preocupado por ti -dice en voz baja.
– ¿Ah, sí?
Frunce el ceño.
– Claro. -Me roza el labio inferior con el pulgar-. Me paso la vida preocupándome por ti. Ya lo sabes.
¡Oh, Christian!
– Jack me llamó cuando estaba en la oficina -murmuro-. Me dio dos horas para conseguir el dinero. -Me encojo de hombros-. Tenía que irme y esa era la mejor excusa.
La boca de Christian se convierte en una dura línea.
– Y luego despistaste a Sawyer. Él también está furioso contigo.
– ¿También?
– También. Igual que yo.
Le toco la cara con cuidado y paso los dedos por su barba. Cierra los ojos y apoya el rostro en mis dedos.