– No te enfades conmigo, por favor -le susurro.
– Estoy muy enfadado contigo. Lo que hiciste fue algo monumentalmente estúpido. Casi una locura.
– Te lo he dicho, no sabía qué otra cosa hacer.
– Parece que no te importa nada tu seguridad personal. Y ahora ya no se trata solo de ti -añade enfadado.
Me tiembla el labio. Está pensando en nuestro pequeño Bip.
Las puertas se abren, lo que nos sobresalta a los dos, y entra una mujer afroamericana que lleva una bata blanca sobre un uniforme gris.
– Buenas noches, señora Grey. Soy la doctora Bartley.
Empieza a examinarme a conciencia poniéndome una luz en los ojos, haciendo que le presione los dedos y después me toque la nariz cerrando primero un ojo y después el otro. Seguidamente comprueba todos mis reflejos. Su voz es suave y su contacto, amable; tiene una forma de tratarme muy cálida. La enfermera Nora se une a ella y Christian se va a un rincón de la habitación para hacer unas llamadas mientras las dos se ocupan de mí. Es difícil concentrarse en la doctora Bartley, en la enfermera Nora y en Christian al mismo tiempo, pero le oigo llamar a su padre, a mi madre y a Kate para decirles que estoy despierta. Por último deja un mensaje para Ray.
Ray. Oh, mierda… Vuelve a mi mente un vago recuerdo de su voz. Estuvo aquí… Sí, mientras todavía estaba inconsciente.
La doctora Bartley comprueba el estado de mis costillas, presionando con los dedos de forma tentativa pero con firmeza.
Hago un gesto de dolor.
– Solo es una contusión, no hay fisura ni rotura. Ha tenido mucha suerte, señora Grey.
Frunzo el ceño. ¿Suerte? No es precisamente la palabra que utilizaría yo. Christian también la mira fijamente. Mueve los labios para decirme algo, creo que es «loca», pero no estoy segura.
– Le voy a recetar unos analgésicos. Los necesitará para las costillas y para el dolor de cabeza que seguro que tiene. Pero todo parece estar bien, señora Grey. Le sugiero que duerma un poco. Veremos cómo se encuentra por la mañana; si está bien puede que la dejemos irse a casa ya. Mi colega, la doctora Singh, será quien le atienda por la mañana.
– Gracias.
Se oye un golpecito en la puerta y entra Taylor con una caja de cartón negra que pone «Fairmont Olympic» en letras de color crema en un lateral.
Madre mía.
– ¿Comida? -pregunta la doctora Bartley, sorprendida.
– La señora Grey tiene hambre -dice Christian-. Es sopa de pollo.
La doctora Bartley sonríe.
– La sopa está bien, pero solo caldo. Nada pesado. -Nos mira a los dos y después sale de la habitación con la enfermera Nora.
Christian me acerca una bandeja con ruedas y Taylor deposita en ella la caja.
– Bienvenida de vuelta, señora Grey.
– Hola, Taylor. Gracias.
– De nada, señora. -Creo que quiere decir algo más, pero al final se contiene.
Christian ha abierto la caja y está sacando un termo, un cuenco de sopa, un platillo, una servilleta de tela, una cuchara sopera, una cestita con panecillos, salero y pimentero… El Fairmont Olympic se ha esmerado.
– Es genial, Taylor. -Mi estómago ruge. Estoy muerta de hambre.
– ¿Algo más, señor? -pregunta.
– No, gracias -dice Christian, despidiéndole con un gesto de la mano.
Taylor asiente.
– Taylor, gracias.
– ¿Quiere alguna otra cosa, señora Grey?
Miro a Christian.
– Ropa limpia para Christian.
Taylor sonríe.
– Sí, señora.
Christian mira perplejo su camisa.
– ¿Desde cuándo llevas esa camisa? -le pregunto.
– Desde el jueves por la mañana.
Me dedica una media sonrisa.
Taylor sale.
– Taylor también estaba muy cabreado contigo -añade Christian enfurruñado, desenroscando la tapa del termo y echando una sopa de pollo cremosa en el cuenco.
¡Taylor también! Pero no puedo pensar mucho en ello porque la sopa de pollo me distrae. Huele deliciosamente y desprende un vapor sugerente. La pruebo y es todo lo que prometía ser.
– ¿Está buena? -me pregunta Christian, acomodándose en la cama otra vez.
Asiento enérgicamente y sin dejar de comer. Tengo un hambre feroz. Solo hago una pausa para limpiarme la boca con la servilleta.
– Cuéntame lo que pasó… Después de que te dieras cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Christian se pasa una mano por el pelo y niega con la cabeza.
– Oh, Ana, qué alegría verte comer.
– Tengo hambre. Cuéntame.
Frunce el ceño.
– Bueno, después de la llamada del banco creí que mi mundo acababa de hacerse pedazos…
No puede ocultar el dolor en su voz.
Dejo de comer. Oh, mierda.
– No pares de comer o no sigo contándote -susurra con tono férreo mirándome fijamente. Sigo con la sopa. Vale, vale… Maldita sea, está muy buena. La mirada de Christian se suaviza y tras un momento continúa.
– Poco después de que tú y yo tuviéramos esa conversación, Taylor me informó de que a Hyde le habían fijado una fianza. No sé cómo lo logró; creía que habíamos conseguido frustrar todos sus intentos. Pero eso me hizo pensar en lo que habías dicho… y entonces supe que algo iba muy mal.
– Nunca fue por el dinero -exclamo de repente cuando una oleada de furia inesperada se enciende en mi vientre. Levanto la voz-. ¿Cómo pudiste siquiera pensar eso? ¡Nunca ha sido por el puto dinero!
La cabeza empieza a latirme más fuerte y hago un gesto de dolor. Christian me mira con la boca abierta durante un segundo, sorprendido por mi vehemencia. Después entorna los ojos.
– Ese lenguaje… -gruñe-. Cálmate y come.
Le miro rebelde.
– Ana… -dice amenazante.
– Eso me ha hecho más daño que cualquier otra cosa, Christian -le susurro-. Casi tanto como que fueras a ver a esa mujer.
Inhala bruscamente, como si le hubiera dado una bofetada, y de repente parece agotado. Cierra los ojos un momento y niega con la cabeza, resignado.
– Lo sé. -Suspira-. Y lo siento. Más de lo que crees. -Tiene los ojos llenos de arrepentimiento-. Come, por favor. No dejes que se enfríe la sopa. -Su voz es suave y persuasiva y yo decido hacer lo que me pide. Suspira aliviado.
– Sigue -susurro entre mordiscos al ilícito panecillo recién hecho.
– No sabíamos que Mia había desaparecido. Creí que te estaría chantajeando o algo por el estilo. Te llamé otra vez, pero no respondiste. -Frunce el ceño-. Te dejé un mensaje y llamé a Sawyer. Taylor empezó a rastrear tu móvil. Sabía que estabas en el banco, así que fuimos directamente allí.
– No sé cómo me encontró Sawyer. ¿También él rastreaba mi teléfono móvil?
– El Saab tiene un dispositivo de seguimiento. Todos nuestros coches lo tienen. Cuando llegamos al banco, ya estabas en camino y te seguimos. ¿Por qué sonríes?
– No sé cómo, pero sabía que me seguiríais.
– ¿Y eso es divertido porque…? -me pregunta.
– Jack me dijo que me deshiciera del móvil. Así que le pedí el teléfono a Whelan y ese es el que tiraron. Yo metí el mío en las bolsas para que pudieras seguir tu dinero.
Christian suspira.
– Nuestro dinero, Ana -dice en voz baja-. Come.
Rebaño el cuenco con lo que queda del pan y me lo meto en la boca. Es la primera vez que me siento satisfecha en mucho tiempo (a pesar del tema de conversación).
– Me lo he terminado todo.
– Buena chica.
Se oye un golpecito en la puerta y entra la enfermera Nora otra vez con una vasito de papel. Christian aparta la bandeja y vuelve a meterlo todo en la caja.
– Un analgésico. -La enfermera Nora sonríe y me enseña una pastilla blanca que hay en el vasito de papel.
– ¿Puedo tomarlo? Ya sabe… por el bebé.
– Sí, señora Grey, es paracetamol. No afectará al bebé.
Asiento agradecida. Me late la cabeza. Me trago la pastilla con un sorbo de agua.