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– Debería descansar, señora Grey. -La enfermera Nora mira significativamente a Christian.

Él asiente.

¡No!

– ¿Te vas? -exclamo y siento pánico. No te vayas… ¡acabamos de empezar a hablar!

Christian ríe entre dientes.

– Si piensa que tengo intención de perderla de vista, señora Grey, está muy equivocada.

Nora resopla y se acerca para recolocarme las almohadas de modo que pueda tumbarme.

– Buenas noches, señora Grey -me dice, y con una última mirada de censura a Christian, se va.

Él levanta una ceja a la vez que ella cierra la puerta.

– Creo que no le caigo bien a la enfermera Nora.

Está de pie junto a la cama con aspecto cansado. A pesar de que quiero que se quede, sé que debería convencerle para que se fuera a casa.

– Tú también necesitas descansar, Christian. Vete a casa. Pareces agotado.

– No te voy a dejar. Dormiré en el sillón.

Le miro con el ceño fruncido y después me giro para quedar de lado.

– Duerme conmigo.

Frunce el ceño.

– No, no puedo.

– ¿Por qué no?

– No quiero hacerte daño.

– No me vas a hacer daño. Por favor, Christian.

– Tienes puesta una vía.

– Christian, por favor…

Me mira y veo que se siente tentado.

– Por favor… -Levanto las mantas y le invito a entrar en la cama.

– ¡A la mierda!

Se quita los zapatos y los calcetines y sube con cuidado a la cama a mi lado. Me rodea con el brazo y yo apoyo la cabeza sobre su pecho. Me da un beso en el pelo.

– No creo que a la enfermera Nora le vaya a gustar nada esto -me susurra con complicidad.

Suelto una risita pero tengo que parar por el dolor del pecho.

– No me hagas reír, que me duele.

– Oh, pero me encanta ese sonido -dice entristecido, en voz baja-. Lo siento, nena, lo siento mucho. -Me da otro beso en el pelo e inhala profundamente. No sé por qué se está disculpando… ¿por hacerme reír? ¿O por el lío en el que estamos metidos? Apoyo la mano sobre su corazón y él pone su mano sobre la mía. Los dos nos quedamos en silencio un momento.

– ¿Por qué fuiste a ver a esa mujer?

– Oh, Ana -gruñe-. ¿Quieres discutir eso ahora? ¿No podemos dejarlo? Me arrepiento, ¿vale?

– Necesito saberlo.

– Te lo contaré mañana -murmura irritado-. Oh, y el detective Clark quiere hablar contigo. Algo de rutina. Ahora, a dormir.

Me da otro beso en el pelo. Suspiro profundamente. Necesito saber por qué. Al menos dice que se arrepiente. Eso es algo, al menos; mi subconsciente está de acuerdo conmigo. Parece que está de un humor complaciente hoy. Oh, el detective Clark. Me estremezco solo de pensar en revivir lo que pasó el jueves.

– ¿Sabemos por qué Jack ha hecho todo esto?

– Mmm… -murmura Christian. Me tranquiliza el suave subir y bajar de su pecho que acuna suavemente mi cabeza, atrayéndome hacia las profundidades del sueño según se va ralentizando su respiración. Mientras me dejo llevar intento encontrarle sentido a los fragmentos de conversación que he oído mientras estaba inconsciente. Pero se escapan de mi mente, siempre escurridizos, provocándome desde los confines de mi memoria. Oh, es frustrante y agotador… y…

La enfermera Nora tiene los labios fruncidos y los brazos cruzados en una postura hostil. Me llevo el dedo índice a los labios.

– Déjele dormir, por favor -le susurro entornando los ojos por la luz de primera hora de la mañana.

– Esta es su cama, señora Grey, no la de él -dice entre dientes severamente.

– He dormido mejor gracias a él -insisto, saliendo en defensa de mi marido. Además, es cierto. Christian se revuelve y la enfermera Nora y yo nos quedamos heladas.

– No me toques. No me toques más. Solo Ana -murmura en sueños.

Frunzo el ceño. No suelo oír a Christian hablar en sueños. Seguramente será porque él duerme menos que yo. Solo he oído sus pesadillas. Me abraza con más fuerza, casi estrujándome, y yo hago un gesto de dolor.

– Señora Grey… -La enfermera Nora frunce el ceño.

– Por favor -le suplico.

Niega con la cabeza, gira y se va. Y yo vuelvo a acurrucarme con Christian.

Cuando me despierto, a Christian no se le ve por ninguna parte. La luz del sol entra por las ventanas y ahora puedo ver bien la habitación. ¡Me han traído flores! No me fijé anoche. Hay varios ramos. Me pregunto de quién serán.

Suena un suave golpe en la puerta que me distrae y se asoma Carrick. Me sonríe al ver que estoy despierta.

– ¿Puedo pasar? -pregunta.

– Claro.

Entra y se acerca. Sus amables y cariñosos ojos azules me observan perspicaces. Lleva un traje oscuro; debe de estar trabajando. Me sorprende al agacharse para darme un beso en la frente.

– ¿Puedo sentarme?

Asiento y él se sienta en el borde de la cama y me coge la mano.

– No sé cómo darte las gracias por salvar a mi hija, querida chica valiente aunque un poco loca. Lo que hiciste probablemente le salvó la vida. Siempre estaré en deuda contigo. -Su voz tiembla, llena de gratitud y compasión.

Oh… No sé qué decir. Le aprieto la mano, pero no digo nada.

– ¿Cómo te encuentras?

– Mejor. Dolorida -digo por ser sincera.

– ¿Te han dado medicación para el dolor?

– Sí, parace…no sé qué.

– Bien. ¿Dónde está Christian?

– No lo sé. Cuando me he despertado ya no estaba.

– No andará lejos, seguro. No quería dejarte mientras estabas inconsciente.

– Lo sé.

– Está un poco enfadado contigo, como es lógico -dice Carrick con una media sonrisa. Ah, de ahí es de donde la ha sacado Christian…

– Christian siempre está enfadado conmigo.

– ¿Ah, sí? -Carrick sonríe encantado, como si eso fuera algo bueno… Su sonrisa es contagiosa.

– ¿Cómo está Mia?

Los ojos se le ensombrecen un poco y su sonrisa desaparece.

– Está mejor. Furiosa. Pero creo que la ira es una reacción sana ante lo que le ha pasado.

– ¿Está aquí?

– No, está en casa. No creo que Grace tenga intención de perderla de vista.

– Sé cómo es eso.

– Tú también necesitas que te vigilen -me riñe-. No quiero que vuelvas a exponer a riesgos innecesarios tu vida o la vida de mi nieto.

Me sonrojo. ¡Lo sabe!

– Grace ha visto tu historial y me lo dijo. Felicidades.

– Mmm… Gracias.

Me mira y sus ojos se suavizan, aunque frunce el ceño al ver mi expresión.

– Christian se hará a la idea -me dice-. Esto será muy bueno para él. Solo… dale un poco de tiempo.

Asiento. Oh… veo que han hablado.

– Será mejor que me vaya. Tengo que ir al juzgado. -Sonríe y se levanta-. Vendré a verte más tarde. Grace habla muy bien de la doctora Singh y de la doctora Bartley. Saben lo que hacen.

Se inclina y me da otro beso.

– Lo digo en serio, Ana. Nunca podremos pagarte lo que has hecho por nosotros. Gracias.

Le miro parpadeando para apartar las lágrimas, abrumada de repente. Él me acaricia la mejilla con cariño. Después se gira y se va.

Oh, Dios mío. Me desconcierta su gratitud. Tal vez ahora ya puedo perdonarle lo del acuerdo prematrimonial. Mi subconsciente asiente sabiamente porque está de acuerdo conmigo de nuevo. Niego con la cabeza y salgo de la cama, algo insegura. Me alivia ver que ya me siento más firme que ayer sobre mis pies. A pesar de que Christian estaba compartiendo mi cama, he dormido bien y me siento renovada. Todavía me duele la cabeza, pero ahora es un dolor sordo y molesto, nada como el latido que notaba ayer. Estoy rígida y dolorida, pero necesito lavarme. Me siento mugrienta. Entro en el baño.

– ¡Ana! -grita Christian.

– Estoy en el baño -le respondo mientras acabo de lavarme los dientes. Ahora me siento mejor. Ignoro mi imagen en el espejo. Maldita sea, estoy hecha un desastre. Cuando abro la puerta, veo a Christian junto a la cama sosteniendo una bandeja de comida. Está transformado. Va vestido totalmente de negro, se ha afeitado, se ha duchado y parece haber descansado bien.