– Buenos días, señora Grey -dice alegremente-. Le traigo su desayuno. -Se le ve juvenil y mucho más feliz.
Uau. Esbozo una amplia sonrisa y vuelvo a la cama. Acerca la bandeja con ruedas y levanta la tapa para enseñarme el desayuno: avena con fruta seca, tortitas con sirope de arce, beicon, zumo de naranja y té Twinings English Breakfast. Se me hace la boca agua. Tengo muchísima hambre. Me tomo el zumo en unos pocos tragos y me lanzo a por la avena. Christian se sienta en el borde de la cama y me observa. Sonríe.
– ¿Qué? -digo con la boca llena.
– Me gusta verte comer -dice, pero yo no creo que esté sonriendo por eso-. ¿Qué tal estás?
– Mejor -murmuro entre bocado y bocado.
– Nunca te había visto comer así.
Le miro y se me cae el alma a los pies. Tenemos que hablar de ese pequeño elefante que hay dentro de la habitación.
– Es porque estoy embarazada, Christian.
Ríe entre dientes y su boca forma una sonrisa irónica.
– De haber sabido que dejarte embarazada te iba a hacer comer, lo hubiera hecho antes.
– ¡Christian Grey! -exclamo y dejo la avena.
– No dejes de comer -me dice.
– Christian, tenemos que hablar de esto.
Se queda helado.
– ¿Qué hay que decir? Vamos a ser padres. -Se encoge de hombros, desesperado por parecer despreocupado, pero yo lo único que veo es su miedo. Aparto la bandeja y me acerco a él para cogerle la mano.
– Estás asustado -le susurro-. Lo entiendo.
Me mira impasible con los ojos muy abiertos. Su aire infantil ha desaparecido.
– Yo también. Es normal -continúo.
– ¿Qué tipo de padre voy a ser? -Su voz es ronca, apenas audible.
– Oh, Christian -contengo un sollozo-. Uno que lo hace lo mejor que puede. Eso es todo lo que podemos hacer, como todo el mundo
– Ana… No sé si voy a poder…
– Claro que vas a poder. Eres cariñoso, eres divertido, eres fuerte y sabes poner límites. A nuestro hijo no le va a faltar de nada.
Me mira petrificado, con su delicado rostro lleno de dudas.
– Sí, lo ideal habría sido esperar. Tener más tiempo para estar nosotros dos solos. Pero ahora vamos a ser tres e iremos creciendo todos juntos. Seremos una familia. Nuestra propia familia. Y nuestro hijo te querrá incondicionalmente, como yo. -Se me llenan los ojos de lágrimas.
– Oh, Ana -susurra Christian con la voz llena de dolor y angustia-. Creí por un momento que te había perdido. Y después volví a creerlo al verte tirada en el suelo, pálida, fría e inconsciente… Mis peores miedos se hicieron realidad. Y ahora estás aquí, valiente y fuerte… dándome esperanza. Queriéndome a pesar de lo que he hecho.
– Sí, te quiero, Christian, desesperadamente. Siempre te querré.
Él me coge la cabeza entre las manos con suavidad y me enjuga las lágrimas con los pulgares. Me mira a los ojos, gris ante azul, y todo lo que veo en ellos es miedo, asombro y amor.
– Yo también te quiero -dice y me da un beso suave y tierno, como un hombre que adora a su mujer-. Intentaré ser un buen padre -susurra contra mis labios.
– Lo intentarás y lo conseguirás. Y la verdad es que tampoco tienes elección, porque Bip y yo no nos vamos a ninguna parte.
– ¿Bip?
– Sí, Bip.
Arquea las cejas.
– Yo en mi mente le llamaba Junior.
– Pues Junior, entonces.
– Pero me gusta «Bip». -Esboza una tímida sonrisa y me da otro beso.
24
Por mucho que me apetezca estar besándote todo el día, el desayuno se te está enfriando -murmura Christian contra mis labios. Me mira, ahora divertido, pero en sus ojos hay algo más oscuro, sensual. Madre mía, ha vuelto a cambiar. Mi marido temperamental…-. Come -me ordena con voz suave.
Trago saliva como reacción a su mirada ardiente y vuelvo a mi posición anterior en la cama, intentando no enredarme con la vía. Él vuelve a poner la bandeja delante de mí. La avena se ha enfriado, pero las tortitas, que estaban tapadas, están bien, de hecho, mejor que bien: están deliciosas.
– ¿Sabes? -murmuro entre bocados-. Bip podría ser una niña.
Christian se pasa una mano por el pelo.
– Dos mujeres, ¿eh? -La alarma cruza su cara y la mirada oscura desaparece.
Oh, vaya.
– ¿Tienes alguna preferencia?
– ¿Preferencia?
– Niño o niña.
Frunce el ceño.
– Con que esté sano es suficiente -me dice en voz baja, claramente desconcertado por la pregunta-. Come -repite y veo que está intentando evitar el tema.
– Estoy comiendo, estoy comiendo… No te pongas así, Grey.
Le observo atentamente. Tiene las comisuras de los ojos arrugadas por la preocupación. Ha dicho que lo intentará, pero sé que está aterrorizado con lo del bebé. Oh, Christian, yo también. Se sienta en el sillón a mi lado y coge el Seattle Times.
– Ha vuelto a salir en los periódicos, señora Grey -dice con amargura.
– ¿Otra vez?
– Estos periodistas han montado todo un espectáculo a partir de la historia, pero por lo menos los hechos son bastante precisos. ¿Quieres leerlo?
Niego con la cabeza.
– Léemelo tú. Estoy comiendo.
Sonríe burlón y me lee el artículo en voz alta. Es una crónica sobre Jack y Elizabeth, que los describe como si fueran los modernos Bonnie y Clyde. Habla brevemente del rapto de Mia, de mi implicación en su rescate y del hecho de que Jack y yo estamos en el mismo hospital. ¿Cómo consigue la prensa toda esa información? Tengo que preguntárselo a Kate.
Cuando Christian acaba, le digo:
– Léeme algo más, por favor. Me gusta escucharte.
Él obedece y me lee un artículo sobre el boom del negocio de los bagel y otro sobre que Boeing ha tenido que cancelar el lanzamiento de un modelo de avión. Christian frunce el ceño mientras lee, pero al escuchar su relajante voz mientras como, sabiendo que estoy bien, que Mia está segura y que mi pequeño Bip también, siento una enorme paz a pesar de todo lo que ha pasado en los últimos días.
Entiendo que Christian esté asustado por lo del bebé, pero no puedo comprender la profundidad de su miedo. Decido que tengo que hablar más de esto con él. Intentaré tranquilizar su mente. Lo que más me sorprende es que no le han faltado modelos positivos de comportamiento en lo que a padres se refiere. Tanto Grace como Carrick son padres ejemplares, o eso parecen. Tal vez la interferencia de la bruja le haya hecho demasiado daño. Pero lo cierto es que creo que todo tiene que ver con su madre biológica (aunque estoy segura de que lo de la señora Robinson no ayuda). Mis pensamientos se detienen porque casi recuerdo una conversación susurrada. ¡Maldita sea! Está en el borde de mi memoria; se produjo cuando estaba inconsciente. Christian hablaba con Grace. Pero las palabras se funden entre las sombras de mi mente. Oh, es frustrante.
Me pregunto si Christian me dirá alguna vez por su propia voluntad la razón por la que fue a verla o tendré que presionarle. Estoy a punto de preguntarle cuando oigo que llaman a la puerta.
El detective Clark entra en la habitación casi disculpándose. Se me cae el alma a los pies al verle, así que hace bien en disculparse de antemano.
– Señor Grey. Señora Grey. ¿Interrumpo?
– Sí -responde Christian.
Clark le ignora.
– Me alegro de que esté despierta, señora Grey. Necesito hacerle unas preguntas sobre el jueves por la tarde. Solo rutina. ¿Es este un buen momento?
– Claro -murmuro, aunque no quiero revivir los acontecimientos del jueves.
– Mi esposa debería descansar -dice Christian molesto.
– Seré breve, señor Grey. Y además, esto significa que estaré fuera de sus vidas más bien antes que después.