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Christian se levanta y le ofrece el asiento a Clark. Luego viene a sentarse a la cama conmigo, me da la mano y me la aprieta un poco para tranquilizarme.

Media hora después, Clark ha acabado. No me ha dicho nada nuevo y yo simplemente le he contado los acontecimientos del jueves con una voz vacilante pero tranquila. Christian se ha puesto pálido y ha hecho muecas en algunas partes de mi relato.

– Ojala hubieras apuntado más arriba -murmura Christian.

– Le habría hecho un favor al sexo femenino, señora Grey -le apoya Clark.

¿Qué?

– Gracias, señora Grey. Es todo por ahora.

– No van a dejarle salir otra vez, ¿verdad?

– No creo que consiga la fianza esta vez, señora.

– ¿Podemos saber quién pagó la fianza? -pregunta Christian.

– No, señor. Es confidencial.

Christian frunce el ceño, pero creo que tiene sus sospechas. Clark se levanta para irse justo cuando la doctora Singh y dos residentes entran en la habitación.

Después de un exhaustivo examen, la doctora Singh declara que estoy lo bastante bien para irme a casa. Christian suspira de alivio.

– Señora Grey, tendrá que estar atenta a cualquier empeoramiento de los dolores de cabeza o la aparición de visión borrosa. Si ocurriera eso, debe volver al hospital inmediatamente.

Asiento intentando contener mi entusiasmo por volver a casa.

Cuando la doctora Singh se va, Christian le pregunta si tiene un momento para una breve consulta en el pasillo. Deja la puerta entreabierta mientras le hace la pregunta. Ella sonríe.

– Sí, señor Grey, no hay problema

Él sonríe y vuelve a la habitación más feliz.

– ¿De qué iba eso?

– De sexo -me dice dedicándome una sonrisa maliciosa.

Oh. Me ruborizo.

– ¿Y?

– Estás en perfectas condiciones para eso. -Vuelve a sonreír.

¡Oh, Christian!

– Tengo dolor de cabeza -le digo respondiéndole con otra sonrisa.

– Lo sé. Nos mantendremos al margen por un tiempo, pero quería estar seguro.

¿Al margen? Frunzo el ceño ante la punzada momentánea de decepción que siento. No estoy segura de querer que estemos al margen.

La enfermera Nora viene para quitarme el gotero. Atraviesa a Christian con la mirada. Creo que, de todas las mujeres que he conocido, ella es una de las pocas que es inmune a sus encantos. Le doy las gracias cuando se va con el gotero.

– ¿Quieres que te lleva a casa? -me pregunta Christian.

– Quiero ver a Ray primero.

– Claro.

– ¿Sabe lo del bebé?

– Creí que querrías contárselo tú. Tampoco se lo he contado a tu madre.

– Gracias. -Le sonrío, agradecida de que no me haya estropeado el momento de la revelación.

– Mi madre sí lo sabe -añade-. Vio tu historial. Se lo he dicho a mi padre, pero a nadie más. Mi madre dice que las parejas suelen esperar doce semanas más o menos… para estar seguros. -Se encoge de hombros.

– No sé si estoy lista para decírselo a Ray.

– Tengo que avisarte: está enfadadísimo. Me dijo que debía darte unos azotes.

¿Qué? Christian ríe ante mi expresión asombrada.

– Le dije que estaría encantado de hacerlo.

– ¡No! -digo con horror, aunque un eco de esa conversación en susurros vuelve lejanamente a mi memoria. Sí, Ray estuvo aquí mientras yo estaba inconsciente…

Me guiña un ojo.

– Taylor te ha traído ropa limpia. Te ayudaré a vestirte.

Como me ha dicho Christian, Ray está furioso. Creo que no le he visto nunca así de enfadado. Christian ha decidido, sabiamente, dejarnos solos. Aunque normalmente es un hombre taciturno, hoy Ray llena la habitación del hospital con su discurso, regañándome por mi conducta irresponsable. Vuelvo a tener doce años.

Oh, papá, por favor, cálmate. Tu tensión no está para estas cosas…

– Y he tenido que vérmelas con tu madre -gruñe agitando ambas manos, irritado.

– Papá, lo siento.

– ¡Y el pobre Christian! Nunca le había visto así. Ha envejecido. Los dos hemos envejecido unos cuantos años en los últimos dos días.

– Ray, lo siento.

– Tu madre está esperando que la llames -dice en un tono más moderado.

Le doy un beso en la mejilla y por fin abandona su diatriba.

– La llamaré. De verdad que lo siento. Pero gracias por enseñarme a disparar.

Durante un momento me mira con un orgullo paterno que no puede ocultar.

– Me alegro de que sepas disparar al blanco -dice con voz áspera-. Vete a casa y descansa.

– Te veo bien, papá. -Intento cambiar de tema.

– Tú estás pálida. -De repente su miedo es evidente. Su mirada es igual que la de Christian anoche. Le cojo la mano.

– Estoy bien. Y prometo no volver a hacer nada parecido nunca más.

Me aprieta la mano y me atrae hacia él para darme un abrazo.

– Si te pasara algo… -susurra con la voz baja y ronca. Se le llenan los ojos de lágrimas. No estoy acostumbrada a las demostraciones de emoción por parte de mi padre.

– Papá, estoy bien. Nada que no pueda curar una ducha caliente.

Salimos por la puerta de atrás del hospital para evitar a los paparazzi que están en la entrada. Taylor nos lleva hasta el todoterreno que nos espera.

Christian está muy callado mientras Sawyer nos lleva a casa. Yo evito la mirada de Sawyer por el retrovisor, avergonzada porque la última vez que lo vi fue cuando le di esquinazo en el banco. Llamo a mi madre, que llora y llora. Necesito casi todo el viaje hasta casa para calmarla, pero al fin lo consigo prometiéndole que iré a verla pronto. Durante toda la conversación con ella Christian me coge de la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar. Está nervioso… Ha sucedido algo.

– ¿Qué ocurre? -le pregunto cuando consigo librarme de mi madre.

– Welch quiere verme.

– ¿Welch? ¿Por qué?

– Ha encontrado algo sobre ese cabrón de Hyde. -Los labios de Christian se crispan y un destello de miedo cruza su cara-. No ha querido decírmelo por teléfono.

– Oh.

– Va a venir esta tarde desde Detroit.

– ¿Crees que ha encontrado una conexión?

Christian asiente.

– ¿Qué crees que es?

– No tengo ni idea. -Arruga la frente, perplejo.

Taylor entra en el garaje del Escala y se detiene junto al ascensor para que salgamos antes de ir a aparcar. En el garaje podemos evitar la atención de los fotógrafos que hay afuera. Christian me ayuda a salir del coche y, manteniéndome un brazo alrededor de la cintura, me lleva hasta el ascensor que espera.

– ¿Contenta de volver a casa? -me pregunta.

– Sí -susurro. Pero cuando me veo de pie en el ambiente familiar del ascensor, la enormidad de todo por lo que he pasado cae con todo su peso sobre mí y empiezo a temblar.

– Vamos… -Christian me envuelve con sus brazos y me atrae hacia él-. Estás en casa. Estás a salvo -me dice dándome un beso en el pelo.

– Oh, Christian. -Un dique que ni siquiera sabía que estaba ahí estalla y empiezo a sollozar.

– Chis -me susurra Christian, acunando mi cabeza contra su pecho.

Pero ya es demasiado tarde. Sollozo contra su camiseta, abrumada, recordando el malvado ataque de Jack («¡Esto es por lo de Seattle Independent Publishing, zorra!»), el momento en que me vi obligada a decirle a Christian que le dejaba («¿Vas a dejarme?»), y el miedo, el terror que me atenazaba las entrañas por Mia, por mí y por mi pequeño Bip.

Cuando las puertas del ascensor se abren, Christian me coge en brazos como a una niña y me lleva hasta el vestíbulo. Le rodeo el cuello con los brazos y me pego a él gimiendo muy bajo.

Me lleva hasta nuestro baño y me deja con cuidado en la silla.

– ¿Un baño? -me pregunta.

Niego con la cabeza. No… No… No como Leila.

– ¿Y una ducha? -Tiene la voz ahogada por la preocupación.