Asiento entre lágrimas. Quiero quitarme todo lo malo de los últimos días, que se vayan con el agua los recuerdos del ataque de Jack. «Zorra cazafortunas.» Sollozo cubriéndome la cara con las manos mientras el sonido del agua que sale de la ducha resuena contra las paredes.
– Vamos… -me arrulla Christian con voz suave. Se arrodilla delante de mí, me aparta las manos de las mejillas llenas de lágrimas y me rodea la cara con las suyas. Le miro y parpadeo para apartar las lágrimas.
– Estás a salvo. Los dos estáis a salvo -susurra.
Bip y yo. Los ojos se me llenan de lágrimas otra vez.
– Basta ya. No puedo soportar verte llorar. -Tiene la voz ronca. Me limpia las mejillas con los pulgares, pero las lágrimas siguen cayendo.
– Lo siento, Christian. Lo siento mucho por todo. Por preocuparte, por arriesgarlo todo… Por las cosas que dije.
– Chis, nena, por favor. -Me da un beso en la frente-. Yo soy quien lo siente. Hacen falta dos para discutir, Ana. -Me dedica una media sonrisa-. Bueno, eso es lo que siempre dice mi madre. Dije e hice cosas de las que no estoy orgulloso. -Sus ojos grises se ven sombríos pero arrepentidos-. Vamos a quitarte la ropa -dice con voz suave. Me limpio la nariz con el dorso de la mano y él me da otro beso en la frente.
Me desnuda con eficiencia, teniendo especial cuidado al quitarme la camiseta por la cabeza. Aunque la cabeza no me duele mucho. Me ayuda a entrar en la ducha y se quita la ropa en un tiempo récord antes de meterse bajo la agradable agua caliente conmigo. Me atrae hacia sus brazos y me abraza durante mucho rato mientras el agua cae sobre nosotros, relajándonos.
Deja que llore contra su pecho. De vez en cuando me besa el pelo, pero no me suelta y me acuna suavemente bajo el agua caliente. Siento su piel contra la mía, el vello de su pecho contra mi mejilla… Es el hombre que tanto quiero, el hombre guapísimo que duda de sí mismo y que he estado a punto de perder por mi imprudencia. Siento dolor y vacío al pensarlo, pero estoy agradecida de que siga aquí, todavía aquí a pesar de todo lo que ha pasado.
Todavía tiene que darme algunas explicaciones, pero ahora quiero disfrutar de esos brazos reconfortantes y protectores con los que me rodea. Y en ese momento tomo conciencia de una cosa: cualquier explicación tiene que salir de él. No puedo presionarle; tiene que querer decírmelo. No quiero ser la esposa pesada que está siempre intentando sacarle información a su marido. Es agotador. Sé que me quiere. Sé que me quiere más de lo que ha querido nunca a nadie, y por ahora eso es suficiente. Saberlo es liberador. Dejo de llorar y me aparto un poco.
– ¿Mejor? -me pregunta.
Asiento.
– Bien. Déjame verte -me dice, y durante un instante no sé a qué se refiere, pero veo que me coge la mano y me examina el brazo sobre el que caí cuando Jack me golpeó. Tengo hematomas en el hombro y arañazos en el codo y la muñeca. Me da un beso en todos ellos. Coge una esponja y el gel de la estantería y de repente el dulce olor familiar del jazmín me llena la nariz.
– Vuélvete.
Muy lentamente me va lavando el brazo herido, después el cuello, los hombros, la espalda y el otro brazo. Me gira hacia un lado y me recorre con sus dedos largos el costado. Hago una mueca de dolor cuando pasan sobre el gran hematoma que tengo en la cadera. Los ojos de Christian se endurecen y frunce los labios. Su ira es palpable y suelta el aire con los dientes apretados.
– No me duele -digo para tranquilizarle.
Sus ardientes ojos grises se encuentran con los míos.
– Quiero matarle. Y casi lo hago -susurra críptico. Frunzo el ceño y me estremezco ante su expresión lúgubre. Echa más gel en la esponja y con una suavidad tierna y casi dolorosa me va lavando el costado, el culo y después se arrodilla para bajar por las piernas. Se detiene para examinarme la rodilla y me roza el hematoma con los labios antes de seguir lavándome las piernas y los pies. Extiendo la mano y le acaricio la cabeza, pasándole los dedos entre el pelo húmedo. Se pone de pie y recorre con los dedos el borde del hematoma de las costillas, donde Hyde me dio la patada-. Oh, nena -gruñe con la voz llena de angustia y los ojos oscuros por la furia.
– Estoy bien. -Acerco su cara a la mía y le beso en los labios. Duda a la hora de responderme, pero cuando mi lengua se encuentra con la suya, su cuerpo se revuelve contra el mío.
– No -susurra contra mis labios y se aparta-. Voy a lavarte para que quedes limpia.
Su expresión es seria. Maldita sea… Lo dice en serio. Hago un mohín y el ambiente entre nosotros se relaja un instante. Me sonríe y me da un beso breve.
– Limpia -repite-. No sucia.
– Me gusta más sucia.
– A mí también, señora Grey. Pero ahora no, aquí no. -Coge el champú y antes de que pueda persuadirle de otra cosa, empieza a lavarme el pelo.
También me gusta estar limpia, la verdad. Me siento fresca y revitalizada y no sé si es por la ducha, por el llanto o por la decisión de dejar de agobiar a Christian. Él me envuelve en una toalla grande y se rodea la cadera con otra mientras yo me seco el pelo con cuidado. Me duele la cabeza, pero es un dolor sordo y persistente que se puede soportar. La doctora Singh me ha dado más analgésicos, pero me ha dicho que no me los tome a no ser que sea absolutamente necesario.
Mientras me seco el pelo, pienso en Elizabeth.
– Sigo sin entender por qué Elizabeth estaba involucrada con Jack.
– Yo sí -murmura Christian con mal humor.
Eso es nuevo para mí. Le miro con el ceño fruncido, pero me distrae. Se está secando el pelo con una toalla y tiene el pecho y los hombros todavía húmedos con gotas de agua que brillan bajo los halógenos. Para un momento y me sonríe.
– ¿Disfrutando de la vista?
– ¿Cómo lo sabes? -le pregunto intentando ignorar que me ha pillado mirándole fijamente.
– ¿Que te gusta la vista? -bromea.
– No -digo con el ceño fruncido-. Lo de Elizabeth.
– El detective Clark lo dejó caer.
Le miro con una expresión que dice «cuéntamelo». Vuelve a la superficie otro molesto recuerdo de cuando estaba inconsciente. Clark estuvo en mi habitación. Ojalá me acordara de lo que dijo.
– Hyde tenía vídeos. Vídeos de todas, en varias memorias USB.
¿Qué? Frunzo tanto el ceño que empieza a tirarme la piel de la frente.
– Vídeos de él follando con ella y con todas sus ayudantes.
¡Oh!
– Exacto. Las chantajeaba con ese material. Y le gusta el sexo duro. -Christian frunce el ceño y veo que por su cara cruza la confusión y después el asco. Palidece cuando ese asco se convierte en odio por sí mismo. Claro… A Christian también le gusta el sexo duro.
– No. -La palabra sale de mi boca antes de que pueda detenerla.
Su ceño se hace más profundo.
– ¿No qué? -Se queda parado y me mira con aprensión.
– Tú no te pareces en nada a él.
Los ojos de Christian se endurecen pero no dice nada, lo que me confirma que eso era exactamente lo que estaba pensando.
– No eres como él -digo con voz firme.
– Estamos cortados por el mismo patrón.
– No, no es cierto -respondo, aunque entiendo por qué lo piensa.
Recuerdo la información que Christian nos contó cuando íbamos a Aspen en el avión: «Su padre murió en una pelea en un bar. Su madre se ahogó en alcohol para olvidar. De pequeño no hizo más que entrar y salir de casas de acogida… Y meterse en problemas. Sobre todo robos de coches. Pasó un tiempo en un centro de menores».
– Los dos tenéis un pasado problemático y los dos nacisteis en Detroit, eso es todo, Christian. -Cierro las manos para convertirlas en puños y las apoyo en las caderas.
– Ana, tu fe en mí es conmovedora teniendo en cuenta lo que ha pasado en los últimos días. Sabremos más cuando venga Welch -dice para zanjar el tema.
– Christian…
Me detiene con un beso.