Vaya… Pequeño Bip… ¡Junior!
– ¿Qué pasa? -pregunta malinterpretando mi gesto de alarma.
– Mmm… Es solo que me alegro tanto por ti… Buenas noticias para variar. -La rodeo con los brazos y la atraigo hacia mí para abrazarla. Mierda, mierda, mierda. ¿Cuándo llegará Bip? Calculo mentalmente cuándo debería salir de cuentas. La doctora Greene me ha dicho que en cuatro o cinco semanas, así que… ¿algún día de mayo? Mierda.
Elliot me pasa una copa de champán.
Oh, mierda.
Christian sale del estudio con la cara cenicienta y sigue a sus padres hasta el salón. Abre mucho los ojos cuando ve la copa en mi mano.
– Kate -la saluda fríamente.
– Christian. -Ella es igual de fría. Suspiro.
– Señora Grey, está tomando medicamentos -dice mirando la copa que tengo en la mano.
Entorno los ojos. Maldita sea. Quiero una copa. Grace sonríe y viene a la cocina conmigo, cogiendo una copa de manos de Elliot al pasar.
– Un sorbito no le va a hacer daño -susurra guiñándome el ojo con complicidad y levantando la copa para brindar conmigo. Christian nos mira a las dos con el ceño fruncido hasta que Elliot le distrae con las últimas noticias sobre el partido entre los Mariners y los Rangers.
Carrick se une a nosotras y nos rodea con el brazo a ambas. Grace le da un beso en la mejilla antes de ir a sentarse con Mia en el sofá.
– ¿Qué tal está? -le pregunto a Carrick en un susurro cuando él y yo nos quedamos solos de pie en la cocina, observando a la familia acomodarse en los sofás. Advierto con sorpresa que Mia y Ethan están cogidos de la mano.
– Impresionado -contesta Carrick, arrugando la frente y con cara seria-. Recuerda tantas cosas de su vida con su madre biológica… Ojalá no recordara tantas. Pero eso… -Se detiene-. Espero que hayamos podido ayudarle. Me alegro de que nos llamara. Ha dicho que ha sido sugerencia tuya. -La mirada de Carrick se suaviza. Me encojo de hombros y tomo un breve sorbo de champán-. Eres muy buena para él. Normalmente no escucha a nadie.
Frunzo el ceño. No creo que eso sea cierto. El espectro de la bruja aparece inoportunamente y su sombra es alargada en mi mente. Y sé que Christian habla con Grace, también. Le he oído. Vuelvo a sentir frustración al intentar recordar su conversación en el hospital, que sigue escapándose entre mis dedos cuando intento agarrarla.
– Vamos a sentarnos, Ana. Pareces cansada. Estoy seguro de que no esperabas que apareciéramos todos aquí esta noche.
– Me alegro de veros a todos. -Sonrío. Es cierto, me alegro. Soy una hija única que se ha casado con una familia grande y gregaria, y eso me encanta. Me acurruco al lado de Christian.
– Un sorbo -me dice entre dientes, y me quita la copa de la mano.
– Sí, señor. -Aleteo las pestañas y eso le desarma completamente. Me rodea los hombros con el brazo y vuelve a su conversación sobre béisbol con Elliot y Ethan.
– Mis padres creen que eres milagrosa -me dice Christian mientras se quita la camiseta.
Estoy hecha un ovillo en la cama, disfrutando del espectáculo.
– Por lo menos tú sabes que no es verdad. -Río entre dientes.
– Oh, yo no sé nada. -Se quita los vaqueros.
– ¿Han podido ayudarte a rellenar las lagunas?
– Algunas. Viví con los Collier durante dos meses mientras mi madre y mi padre esperaban el papeleo. Ya les habían aprobado para la adopción gracias a Elliot, pero la ley obliga a esperar para asegurarse de que no hay ningún pariente vivo que quiera reclamar la custodia.
– ¿Y cómo te hace sentir eso? -le susurro.
Frunce el ceño.
– ¿No tener parientes vivos? Me importa una mierda. Si se parecían a la puta adicta al crack… -Niega con la cabeza con asco.
¡Oh, Christian! Eras un niño y querías a tu madre.
Se pone el pantalón del pijama, se mete en la cama y me atrae hacia sus brazos.
– Empiezo a recordar. Recuerdo la comida. La señora Collier cocinaba bien. Y al menos ahora sabemos por qué ese cabrón estaba tan obsesionado con mi familia. -Se pasa la mano libre por el pelo-. ¡Joder! -exclama y se gira de repente para mirarme.
– ¿Qué?
– ¡Ahora tiene sentido! -Tiene la mirada llena de comprensión.
– ¿Qué?
– Pajarillo. La señora Collier solía llamarme «pajarillo».
Frunzo el ceño.
– ¿Y eso tiene sentido?
– La nota -me dice mirándome-. La nota de rescate que tenía ese cabrón de Hyde. Decía algo así como: «¿Sabes quién soy? Porque yo sé quién eres, pajarillo».
Para mí no tiene ningún sentido.
– Es de un libro infantil. Dios mío. Los Collier lo tenían. Se llamaba… ¿Eres tú mi mamá? Mierda. -Abre mucho los ojos-. Me encantaba ese libro.
Oh. Conozco ese libro. Se me encoje el corazón. ¡Cincuenta!
– La señora Collier me lo leía.
No sé qué decir.
– Dios mío. Lo sabía… Ese cabrón lo sabía.
– ¿Se lo vas a decir a la policía?
– Sí, se lo diré. Aunque solo Dios sabe lo que va a hacer Clark con esa información. -Christian sacude la cabeza como si intentara aclarar sus pensamientos-. De todas formas, gracias por lo de esta noche.
Uau, cambio de marcha.
– ¿Por qué?
– Por reunir a mi familia en un abrir y cerrar de ojos.
– No me des las gracias a mí, dáselas a Mia. Y a la señora Jones, por tener siempre llena la despensa.
Niega con la cabeza como si estuviera irritado. ¿Conmigo? ¿Por qué?
– ¿Qué tal se siente, señora Grey?
– Bien. ¿Y tú?
– Estoy bien. -Frunce el ceño porque no comprende mi preocupación.
Oh, en ese caso… Le rozo el estómago con los dedos y sigo por el vello que baja desde su ombligo.
Ríe y me agarra la mano.
– Oh, no. Ni se te ocurra.
Hago un mohín y él suspira.
– Ana, Ana, Ana, ¿qué voy a hacer contigo? -Me da un beso en el pelo.
– A mí se me ocurren unas cuantas cosas.
Me retuerzo a su lado y hago una mueca cuando el dolor de mis costillas se expande por todo mi torso.
– Nena, has pasado por muchas cosas. Además, te voy a contar un cuento para dormir.
¿Ah, sí?
– Querías saberlo… -Deja la frase sin terminar, cierra los ojos y traga saliva.
Se me pone de punta todo el vello del cuerpo. Mierda.
Empieza a contar con voz suave.
– Imagínate esto. Un chico adolescente que quiere ganarse un dinerillo para poder continuar con una afición secreta: la bebida. -Se gira hacia un lado para que quedemos el uno frente al otro y me mira a los ojos-. Estaba en el patio de los Lincoln, limpiando los escombros y la basura tras la ampliación que el señor Lincoln acababa de hacerle a su casa…
Oh, madre mía… Me lo va a contar.
25
Apenas puedo respirar. ¿Quiero oírlo? Christian cierra los ojos y vuelve a tragar. Cuando los abre de nuevo brillan, aunque con timidez, llenos de recuerdos perturbadores.
– Era un día caluroso de verano y yo estaba haciendo un trabajo duro. -Ríe entre dientes y niega con la cabeza, de repente divertido-. Era un trabajo agotador el de apartar todos esos escombros. Estaba solo y apareció Ele…, la señora Lincoln de la nada y me trajo un poco de limonada. Empezamos a charlar, hice un comentario atrevido… y ella me dio un bofetón. Un bofetón muy fuerte.
Inconscientemente se lleva la mano a la cara y se frota la mejilla. Los ojos se le oscurecen al recordar. ¡Maldita sea!
– Pero después me besó. Y cuando acabó de besarme, me dio otra bofetada. -Parpadea y sigue pareciendo confuso incluso después de pasado tanto tiempo-. Nunca antes me habían besado ni pegado así.
Oh. Se lanzó sobre él. Sobre un niño…
– ¿Quieres oír esto? -me pregunta Christian.
Sí… No…
– Solo si tú quieres contármelo. -Mi voz suena muy baja cuando le miento sin dejar de mirarle. Mi mente es un torbellino.