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– Estoy intentando que tengas un poco de contexto.

Asiento de una forma alentadora, espero. Pero sospecho que parezco una estatua, petrificada y con los ojos muy abiertos por la impresión.

Él frunce el ceño y busca mis ojos con los suyos, intentando evaluar mi reacción. Después se tumba boca arriba y mira al techo.

– Bueno, naturalmente yo estaba confuso, enfadado y cachondo como un perro. Quiero decir, una mujer mayor y atractiva se lanza sobre ti así… -Niega con la cabeza como si no pudiera creérselo todavía.

¿Cachondo? Me siento un poco mareada.

– Ella volvió a la casa y me dejó en el patio. Actuó como si nada hubiera pasado. Yo estaba absolutamente desconcertado. Así que volví al trabajo, a cargar escombros hasta el contenedor. Cuando me fui esa tarde, ella me pidió que volviera al día siguiente. No dijo nada de lo que había pasado. Así que regresé al día siguiente. No podía esperar para volver a verla -susurra como si fuera una confesión oscura… tal vez porque lo es-. No me tocó cuando me besó -murmura y gira la cabeza para mirarme-. Tienes que entenderlo… Mi vida era el infierno en la tierra. Iba por ahí con quince años, alto para mi edad, empalmado constantemente y lleno de hormonas. Las chicas del instituto…

No sigue, pero me hago a la idea: un adolescente asustado, solitario y atractivo. Se me encoge el corazón.

– Estaba enfadado, muy enfadado con todo el mundo, conmigo, con los míos. No tenía amigos. El terapeuta que me trataba entonces era un gilipollas integral. Mi familia me tenía atado en corto, no lo entendían.

Vuelve a mirar al techo y se pasa una mano por el pelo. Yo estoy deseando pasarle también la mano por el pelo, pero permanezco quieta.

– No podía soportar que nadie me tocara. No podía. No soportaba que nadie estuviera cerca de mí. Solía meterme en peleas… joder que sí. Me metí en riñas bastante duras. Me echaron de un par de colegios. Pero era una forma de desahogarme un poco. La única forma de tolerar algo de contacto físico. -Se detiene de nuevo-. Bueno, te puedes hacer una idea. Y cuando ella me besó, solo me cogió la cara. No me tocó. -Casi no le oigo la voz.

Ella debía saberlo. Tal vez Grace se lo dijo. Oh, mi pobre Cincuenta. Tengo que meter las manos bajo la almohada y apoyar la cabeza en ella para resistir la necesidad de abrazarle.

– Bueno, al día siguiente volví a la casa sin saber qué esperar. Y te voy a ahorrar los detalles escabrosos, pero fue más de lo mismo. Así empezó la relación.

Oh, joder, qué doloroso es escuchar esto…

Él vuelve a ponerse de costado para quedar frente a mí.

– ¿Y sabes qué, Ana? Mi mundo recuperó la perspectiva. Aguda y clara. Todo. Eso era exactamente lo que necesitaba. Ella fue como un soplo de aire fresco. Tomaba todas las decisiones, apartando de mí toda esa mierda y dejándome respirar.

Madre mía.

– E incluso cuando se acabó, mi mundo siguió centrado gracias a ella. Y siguió así hasta que te conocí.

¿Y qué demonios se supone que puedo decir ahora? Él me coloca un mechón suelto detrás de la oreja.

– Tú pusiste mi mundo patas arriba. -Cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos están llenos de dolor-. Mi mundo era ordenado, calmado y controlado, y de repente tú llegaste a mi vida con tus comentarios inteligentes, tu inocencia, tu belleza y tu tranquila temeridad y todo lo que había antes de ti empezó a parecer aburrido, vacío, mediocre… Ya no era nada.

Oh, Dios mío.

– Y me enamoré -susurra.

Dejo de respirar. Él me acaricia la mejilla.

– Y yo -murmuro con el poco aliento que me queda.

Sus ojos se suavizan.

– Lo sé -dice.

– ¿Ah, sí?

– Sí.

¡Aleluya! Le sonrío tímidamente.

– ¡Por fin! -susurro.

Él asiente.

– Y eso ha vuelto a situarlo todo en la perspectiva correcta. Cuando era más joven, Elena era el centro de mi mundo. No había nada que no hiciera por ella. Y ella hizo muchas cosas por mí. Hizo que dejara la bebida. Me obligó a esforzarme en el colegio… Ya sabes, me dio un mecanismo para sobrellevar las cosas que antes no tenía, me dejó experimentar cosas que nunca había pensado que podría.

– El contacto -susurro.

Asiente.

– En cierta forma.

Frunzo el ceño, preguntándome qué querrá decir. Él duda ante mi reacción.

¡Dímelo!, le animo mentalmente.

– Si creces con una imagen de ti mismo totalmente negativa, pensando que no eres más que un marginado, un salvaje que nadie puede querer, crees que mereces que te peguen.

Christian… pero tú no eres ninguna de esas cosas.

Hace una pausa y se pasa la mano por el pelo.

– Ana, es más fácil sacar el dolor que llevarlo dentro…

Otra confesión.

Oh.

– Ella canalizó mi furia. -Sus labios forman una línea lúgubre-. Sobre todo hacia dentro… ahora lo veo. El doctor Flynn lleva insistiendo con esto bastante tiempo. Pero solo hace muy poco que conseguí ver esa relación como lo que realmente fue. Ya sabes… en mi cumpleaños.

Me estremezco ante el inoportuno recuerdo que me viene a la mente de Elena y Christian descuartizándose verbalmente en la fiesta de cumpleaños de Christian.

– Para ella esa parte de nuestra relación iba de sexo y control y de una mujer solitaria que encontraba consuelo en el chico que utilizaba como juguete.

– Pero a ti te gusta el control -susurro.

– Sí, me gusta. Siempre me va a gustar, Ana. Soy así. Lo dejé en manos de otra persona por un tiempo. Dejé que alguien tomara todas mis decisiones por mí. No podía hacerlo yo porque no estaba bien. Pero a través de mi sumisión a ella me encontré a mí mismo y encontré la fuerza para hacerme cargo de mi vida… Para tomar el control y tomar mis propias decisiones.

– ¿Convertirte en un dominante?

– Sí.

– ¿Eso fue decisión tuya?

– Sí.

– ¿Dejar Harvard?

– Eso también fue cosa mía, y es la mejor decisión que he tomado. Hasta que te conocí.

– ¿A mí?

– Sí. -Curva los labios para formar una sonrisa-. La mejor decisión que he tomado en mi vida ha sido casarme contigo.

Oh, Dios mío.

– ¿No ha sido fundar tu empresa?

Niega con la cabeza.

– ¿Ni aprender a volar?

Vuelve a negar.

– Tú -dice y me acaricia la mejilla con los nudillos-. Y ella lo supo -susurra.

Frunzo el ceño.

– ¿Ella supo qué?

– Que estaba perdidamente enamorado de ti. Me animó a ir a Georgia a verte, y me alegro de que lo hiciera. Creyó que se te cruzarían los cables y te irías. Que fue lo que hiciste.

Me pongo pálida. Prefiero no pensar en eso.

– Ella pensó que yo necesitaba todas las cosas que me proporcionaba el estilo de vida del que disfrutaba.

– ¿El de dominante? -susurro.

Asiente.

– Eso me permitía mantener a todo el mundo a distancia, tener el control, mantenerme alejado… o eso creía. Seguro que has descubierto ya el porqué -añade en voz baja.

– ¿Por tu madre biológica?

– No quería que volvieran a herirme. Y entonces me dejaste. -Sus palabras son apenas audibles-. Y yo me quedé hecho polvo.

Oh, no.

– Había evitado la intimidad tanto tiempo… No sabía cómo hacer esto.

– Por ahora lo estás haciendo bien -murmuro. Sigo el contorno de sus labios con el dedo índice. Él los frunce y me da un beso. Estás hablando conmigo, pienso-. ¿Lo echas de menos? -susurro.

– ¿El qué?

– Ese estilo de vida.

– Sí.

¡Oh!

– Pero solo porque echo de menos el control que me proporcionaba. Y la verdad es que gracias a tu estúpida hazaña -se detiene-, que salvó a mi hermana -continúa en un susurro lleno de alivio, asombro e incredulidad-, ahora lo sé.

– ¿Qué sabes?

– Sé que de verdad me quieres.

Frunzo el ceño.

– ¿Ah, sí?

– Sí, porque he visto que lo arriesgaste todo por mí y por mi familia.