Выбрать главу

Mi ceño se hace más profundo. Él extiende la mano y sigue con el dedo la línea del medio de mi frente, sobre la nariz.

– Te sale una V aquí cuando frunces el ceño -murmura-. Es un sitio muy suave para darte un beso. Puedo comportarme fatal… pero tú sigues aquí.

– ¿Y por qué te sorprende tanto que siga aquí? Ya te he dicho que no te voy a dejar.

– Por la forma en que me comporté cuando me dijiste que estabas embarazada. -Me roza la mejilla con el dedo-. Tenías razón. Soy un adolescente.

Oh, mierda… sí que dije eso. Mi subconsciente me mira fijamente: ¡Su médico lo dijo!

– Christian, he dicho algunas cosas horribles. -Me pone el dedo índice sobre los labios.

– Chis. Merecía oírlas. Además, este es mi cuento para dormir. -Vuelve a ponerse boca arriba.

– Cuando me dijiste que estabas embarazada… -Hace una pausa-. Yo pensaba que íbamos a ser solo tú y yo durante un tiempo. Había pensado en tener hijos, pero solo en abstracto. Tenía la vaga idea de que tendríamos un hijo en algún momento del futuro.

¿Solo uno? No… No, un hijo único no. No como yo. Pero tal vez este no sea el mejor momento para sacar ese tema.

– Todavía eres tan joven… Y sé que eres bastante ambiciosa.

¿Ambiciosa? ¿Yo?

– Bueno, fue como si se me hubiera abierto el suelo bajo los pies. Dios, fue totalmente inesperado. Cuando te pregunté qué te ocurría ni se me pasó por la cabeza que podías estar embarazada. -Suspira-. Estaba tan furioso… Furioso contigo. Conmigo. Con todo el mundo. Y volví a sentir que no tenía control sobre nada. Tenía que salir. Fui a ver a Flynn, pero estaba en una reunión con padres en un colegio.

Christian se detiene y levanta una ceja.

– Irónico -susurro, y Christian sonríe, de acuerdo conmigo.

– Así que me puse a andar y andar, y simplemente… me encontré en la puerta del salón. Elena ya se iba. Se sorprendió de verme. Y, para ser sincero, yo también estaba sorprendido de encontrarme allí. Ella vio que estaba furioso y me preguntó si quería tomar una copa.

Oh, mierda. Hemos llegado al quid de la cuestión. El corazón empieza a latirme el doble de rápido. ¿De verdad quiero saberlo? Mi subconsciente me mira con una ceja depilada arqueada en forma de advertencia.

– Fuimos a un bar tranquilo que conozco y pedimos una botella de vino. Ella se disculpó por cómo se había comportado la última vez que nos vimos. Le duele que mi madre no quiera saber nada más de ella (eso ha reducido mucho su círculo social), pero lo entiende. Hablamos del negocio, que va bien a pesar de la crisis… Y mencioné que tú querías tener hijos.

Frunzo el ceño.

– Pensaba que le habías dicho que estaba embarazada.

Me mira con total sinceridad.

– No, no se lo conté.

– ¿Y por qué no me lo dijiste?

Se encoge de hombros.

– No tuve oportunidad.

– Sí que la tuviste.

– No te encontré a la mañana siguiente, Ana. Y cuando apareciste, estabas tan furiosa conmigo…

Oh, sí…

– Cierto.

– De todas formas, en un momento de la noche, cuando ya íbamos por la mitad de la segunda botella, ella se acercó y me tocó. Y yo me quedé helado -susurra, tapándose los ojos con el brazo.

Se me eriza el vello. ¿Y eso?

– Ella vio que me apartaba. Fue un shock para ambos. -Su voz es baja, demasiado baja.

¡Christian, mírame! Tiro de su brazo y él lo baja, girando la cabeza para enfrentar mi mirada. Mierda. Está pálido y tiene los ojos como platos.

– ¿Qué? -pregunto sin aliento.

Frunce el ceño y traga saliva.

Oh, ¿qué es lo que no me está contando? ¿Quiero saberlo?

– Me propuso tener sexo. -Está horrorizado, lo veo.

Todo el aire abandona mi cuerpo. Estoy sin aliento y creo que se me ha parado el corazón. ¡Esa endemoniada bruja!

– Fue un momento que se quedó como suspendido en el tiempo. Ella vio mi expresión y se dio cuenta de que se había pasado de la raya, mucho. Le dije que no. No había pensado en ella así en todos estos años, y además -traga saliva-, te quiero. Y se lo dije, le dije que quiero a mi mujer.

Le miro fijamente. No sé qué decir.

– Se apartó de inmediato. Volvió a disculparse e intentó que pareciera una broma. Dijo que estaba feliz con Isaac y con el negocio y que no estaba resentida con nosotros. Continuó diciendo que echaba de menos mi amistad, pero que era consciente de que mi vida estaba contigo ahora, y que eso le parecía raro, dado lo que pasó la última vez que estuvimos todos juntos en la misma habitación. Yo no podía estar más de acuerdo con ella. Nos despedimos… por última vez. Le dije que no volvería a verla y ella se fue por su lado.

Trago saliva y noto que el miedo me atenaza el corazón.

– ¿Os besasteis?

– ¡No! -Ríe entre dientes-. ¡No podía soportar estar tan cerca de ella!

Oh, bien.

– Estaba triste. Quería venir a casa contigo. Pero sabía que no me había portado bien. Me quedé y acabé la botella y después continué con el bourbon. Mientras bebía me acordé de algo que me dijiste hace tiempo: «Si hubieras sido mi hijo…». Y empecé a pensar en Junior y en la forma en que empezamos Elena y yo. Y eso me hizo sentir… incómodo. Nunca antes lo había pensado así.

Un recuerdo florece en mi mente: una conversación susurrada de cuando estaba solo medio consciente. Es la voz de Christian: «Pero verla consiguió que volviera a ponerlo todo en contexto y recuperara la perspectiva. Acerca de lo del bebé, ya sabes. Por primera vez sentí que… lo que hicimos… estuvo mal». Hablaba con Grace.

– ¿Y eso es todo?

– Sí.

– Oh.

– ¿Oh?

– ¿Se acabó?

– Sí. Se acabó desde el mismo momento en que posé los ojos en ti por primera vez. Pero esa noche me di cuenta por fin y ella también.

– Lo siento -murmuro.

Él frunce el ceño.

– ¿Por qué?

– Por estar tan enfadada al día siguiente.

Él ríe entre dientes.

– Nena, entiendo tu enfado. -Hace una pausa y suspira-. Ana, es que te quiero para mí solo. No quiero compartirte. Nunca antes había tenido lo que tenemos ahora. Quiero ser el centro de tu universo, por un tiempo al menos.

Oh, Christian…

– Lo eres. Y eso no va a cambiar.

Él me dedica una sonrisa indulgente, triste y resignada.

– Ana -me susurra-, eso no puede ser verdad.

Los ojos se me llenan de lágrimas.

– ¿Cómo puedes pensarlo? -murmura.

Oh, no.

– Mierda… No llores, Ana. Por favor, no llores. -Me acaricia la cara.

– Lo siento. -Me tiembla el labio inferior. Él me lo acaricia con el pulgar y eso me calma-. No, Ana, no. No lo sientas. Vas a tener otra persona a la que amar. Y tienes razón. Así es cómo tiene que ser.

– Bip te querrá también. Serás el centro del mundo de Bip… de Junior -susurro-. Los niños quieren a sus padres incondicionalmente, Christian. Vienen así al mundo. Programados para querer. Todos los bebés… incluso tú. Piensa en ese libro infantil que te gustaba cuando eras pequeño. Todavía necesitabas a tu madre. La querías.

Arruga la frente y aparta la mano para colocarla convertida en un puño contra su barbilla.

– No -susurra.

– Sí, así es. -Las lágrimas empiezan a caerme libremente-. Claro que sí. No era una opción. Por eso estás tan herido.

Me mira fijamente con la expresión hosca.

– Por eso eres capaz de quererme a mí -murmuro-. Perdónala. Ella tenía su propio mundo de dolor con el que lidiar. Era una mala madre, pero tú la querías.

Sigue mirándome sin decir nada, con los ojos llenos de recuerdos que yo solo empiezo a intuir.

Oh, por favor, no dejes de hablar.

Por fin dice:

– Solía cepillarle el pelo. Era guapa.

– Solo con mirarte a ti nadie lo dudaría.

– Pero era una mala madre -Su voz es apenas audible.