Asiento y él cierra los ojos.
– Me asusta que yo vaya a ser un mal padre.
Le acaricio esa cara que tanto quiero. Oh, mi Cincuenta, mi Cincuenta, mi Cincuenta…
– Christian, ¿cómo puedes pensar ni por un momento que yo te dejaría ser un mal padre?
Abre los ojos y se me queda mirando durante lo que me parece una eternidad. Sonríe y el alivio empieza a iluminar su cara.
– No, no creo que me lo permitieras. -Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, mirándome asombrado-. Dios, qué fuerte es usted, señora Grey. Te quiero tanto… -Me da un beso en la frente-. No sabía que podría quererte así.
– Oh, Christian -susurro intentando contener la emoción.
– Bueno, ese es el final del cuento.
– Menudo cuento…
Sonríe nostálgico, pero creo que está aliviado.
– ¿Qué tal tu cabeza?
– ¿Mi cabeza?
La verdad es que la tengo a punto de explotar por todo lo que acabas de contarme…
– ¿Te duele?
– No.
– Bien. Creo que deberías dormir.
¡Dormir! ¿Cómo voy a poder dormir después de todo esto?
– A dormir -dice categórico-. Lo necesitas.
Hago un mohín.
– Tengo una pregunta.
– Oh, ¿qué? -Me mira con ojos cautelosos.
– ¿Por qué de repente te has vuelto tan… comunicativo, por decirlo de alguna forma?
Frunce el ceño.
– Ahora de repente me cuentas todo esto, cuando hasta ahora sacarte información era algo angustioso y que ponía a prueba la paciencia de cualquiera.
– ¿Ah, sí?
– Ya sabes que sí.
– ¿Que por qué ahora estoy siendo comunicativo? No lo sé. Tal vez porque te he visto casi muerta sobre un suelo de cemento. O porque voy a ser padre. No lo sé. Has dicho que querías saberlo y no quiero que Elena se interponga entre nosotros. No puede. Ella es el pasado; ya te lo he dicho muchas veces.
– Si no hubiera intentado acostarse contigo… ¿seguiríais siendo amigos?
– Eso ya son dos preguntas…
– Perdona. No tienes por que decírmelo. -Me sonrojo-. Ya me has contado hoy más de lo que podía esperar.
Su mirada se suaviza.
– No, no lo creo. Me parecía que tenía algo pendiente con ella desde mi cumpleaños, pero ahora se ha pasado de la raya y para mí se acabó. Por favor, créeme. No voy a volver a verla. Has dicho que ella es un límite infranqueable para ti y ese es un término que entiendo -me dice con tranquila sinceridad.
Vale. Voy a cerrar este tema ya. Mi subconsciente se deja caer en su sillón: «¡Por fin!».
– Buenas noches, Christian. Gracias por ese cuento tan revelador. -Me acerco para darle un beso y nuestros labios solo se rozan brevemente, porque él se aparta cuando intento hacer el beso más profundo.
– No -susurra-. Estoy loco por hacerte el amor.
– Hazlo entonces.
– No, necesitas descansar y es tarde. A dormir. -Apaga la lámpara de la mesilla y nos envuelve la oscuridad.
– Te quiero incondicionalmente, Christian -murmuro y me acurruco a su lado.
– Lo sé -susurra y noto su sonrisa tímida.
Me despierto sobresaltada. La luz inunda la habitación y Christian no está en la cama. Miro el reloj y veo que son las siete y cincuenta y tres. Inspiro hondo y hago una mueca de dolor cuando mis costillas se quejan, aunque ya me duelen un poco menos que ayer. Creo que puedo ir a trabajar. Trabajar… sí. Quiero ir a trabajar.
Es lunes y ayer me pasé todo el día en la cama. Christian solo me dejó ir a hacerle una breve visita a Ray. Sigue siendo un obseso del control. Sonrío cariñosamente. Mi obseso del control. Ha estado atento, cariñoso, hablador… y ha mantenido las manos lejos de mí desde que llegué a casa. Frunzo el ceño. Voy a tener que hacer algo para cambiar eso. Ya no me duele la cabeza y el dolor de las costillas ha mejorado, aunque todavía tengo que tener cuidado a la hora de reírme, pero estoy frustrada. Si no me equivoco, esta es la temporada más larga que he pasado sin sexo desde… bueno, desde la primera vez.
Creo que los dos hemos recuperado nuestro equilibrio. Christian está mucho más relajado; el cuento para dormir parece haber conseguido ahuyentar unos cuantos fantasmas, suyos y míos. Ya veremos.
Me ducho rápido, y una vez seca, busco entre mi ropa. Quiero algo sexy. Algo que anime a Christian a la acción. ¿Quién habría pensado que un hombre tan insaciable podría tener tanto autocontrol? No quiero ni pensar en cómo habrá aprendido a mantener esa disciplina sobre su cuerpo. No hemos hablado de la bruja después de su confesión. Espero que no tengamos que volver a hacerlo. Para mí está muerta y enterrada.
Escojo una falda corta negra casi indecente y una blusa blanca de seda con un volante. Me pongo medias hasta el muslo con el extremo de encaje y los zapatos de tacón negros de Louboutin. Un poco de rimel y de brillo de labios y después de cepillarme el pelo con ferocidad, me lo dejo suelto. Sí. Esto debería servir.
Christian está comiendo en la barra del desayuno. Cuando me ve, deja el tenedor con la tortilla en el aire a medio camino de su boca. Frunce el ceño.
– Buenos días, señora Grey. ¿Va a alguna parte?
– A trabajar. -Sonrío dulcemente.
– No lo creo. -Christian ríe entre dientes, burlón-. La doctora Singh dijo que una semana de reposo.
– Christian, no me voy a pasar todo el día en la cama sola. Prefiero ir a trabajar. Buenos días, Gail.
– Hola, señora Grey. -La señora Jones intenta ocultar una sonrisa-. ¿Quiere desayunar algo?
– Sí, por favor.
– ¿Cereales?
– Prefiero huevos revueltos y una tostada de pan integral.
La señora Jones sonríe y Christian muestra su sorpresa.
– Muy bien, señora Grey -dice la señora Jones.
– Ana, no vas a ir a trabajar.
– Pero…
– No. Así de simple. No discutas. -Christian es firme. Le miro fijamente y entonces me doy cuenta de que lleva el mismo pantalón del pijama y la camiseta de anoche.
– ¿Tú vas a ir a trabajar? -le pregunto.
– No.
¿Me estoy volviendo loca?
– Es lunes, ¿verdad?
Sonríe.
– Por lo que yo sé, sí.
Entorno los ojos.
– ¿Vas a hacer novillos?
– No te voy a dejar sola para que te metas en más problemas. Y la doctora Singh dijo que tienes que descansar una semana antes de volver al trabajo, ¿recuerdas?
Me siento en el taburete a su lado y me subo un poco la falda. La señora Jones coloca una taza de té delante de mí.
– Te veo bien -dice Christian. Cruzo las piernas-. Muy bien. Sobre todo por aquí. -Roza con un dedo la carne desnuda que se ve por encima de las medias. Se me acelera el pulso cuando su dedo roza mi piel-. Esa falda es muy corta -murmura con una vaga desaprobación en la voz mientras sus ojos siguen el camino de su dedo.
– ¿Ah, sí? No me había dado cuenta.
Christian me mira fijamente con la boca formando una sonrisa divertida e irritada a la vez.
– ¿De verdad, señora Grey?
Me ruborizo.
– No estoy seguro de que ese atuendo sea adecuado para ir al trabajo -murmura.
– Bueno, como no voy a ir a trabajar, eso es algo discutible.
– ¿Discutible?
– Discutible -repito.
Christian sonríe de nuevo y vuelve a su tortilla.
– Tengo una idea mejor.
– ¿Ah, sí?
Me mira a través de sus largas pestañas y sus ojos grises se oscurecen. Inhalo bruscamente. Oh, Dios mío… Ya era hora.
– Podemos ir a ver qué tal va Elliot con la casa.
¿Qué? ¡Oh! ¡Está jugando conmigo! Recuerdo vagamente que íbamos a hacer eso antes de que ocurriera el accidente de Ray.
– Me encantaría.
– Bien. -Sonríe.
– ¿Tú no tienes que trabajar?
– No. Ros ha vuelto de Taiwan. Todo ha ido bien. Hoy todo está bien.
– Pensaba que ibas a ir tú a Taiwan.