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Ríe entre dientes otra vez.

– Ana, estabas en el hospital.

– Oh.

– Sí, oh. Así que ahora voy a pasar algo de tiempo de calidad con mi mujer. -Se humedece los labios y le da un sorbo al café.

– ¿Tiempo de calidad? -No puedo evitar la esperanza que se refleja en mi voz.

La señora Jones me sirve los huevos revueltos. Sigue sin poder ocultar la sonrisa.

Christian sonríe burlón.

– Tiempo de calidad -repite y asiente.

Tengo demasiada hambre para seguir flirteando con mi marido.

– Me alegro de verte comer -susurra. Se levanta, se inclina y me da un beso en el pelo-. Me voy a la ducha.

– Mmm… ¿Puedo ir y enjabonarte la espalda? -murmuro con la boca llena de huevo y tostada.

– No. Come.

Se levanta de la barra y, mientras se encamina al salón, se quita la camiseta por la cabeza, ofreciéndome la visión de sus hombros bien formados y su espalda desnuda. Me quedo parada a medio masticar. Lo ha hecho a propósito. ¿Por qué?

Christian está relajado mientras conduce hacia el norte. Acabamos de dejar a Ray y al señor Rodríguez viendo el fútbol en la nueva televisión de pantalla plana que sospecho que ha comprado Christian para la habitación del hospital de Ray.

Christian ha estado tranquilo desde que tuvimos «la charla». Es como si se hubiera quitado un peso de encima; la sombra de la señora Robinson ya no se cierne sobre nosotros, tal vez porque yo he decidido dejarla ir… o quizá porque ha sido él quien la ha hecho desaparecer, no lo sé. Pero ahora me siento más cerca de él de lo que me he sentido nunca antes. Quizá porque por fin ha confiado en mí. Espero que siga haciéndolo. Y ahora también se muestra más abierto con el tema del bebé. No ha salido a comprar una cuna todavía, pero tengo grandes esperanzas.

Le miro mientras conduce y saboreo todo lo que puedo esa visión. Parece informal, sereno… y sexy con el pelo alborotado, las Ray-Ban, la chaqueta de raya diplomática, la camisa blanca y los vaqueros.

Me mira, me pone la mano en la rodilla y me la acaricia tiernamente.

– Me alegro de que no te hayas cambiado.

Me he puesto una chaqueta vaquera y zapatos planos, pero sigo llevando la minifalda. Deja la mano ahí, sobre mi rodilla, y yo se la cubro con la mía.

– ¿Vas a seguir provocándome?

– Tal vez.

Christian sonríe.

– ¿Por qué?

– Porque puedo.

Sonríe infantil.

– A eso podemos jugar los dos… -susurro.

Sus dedos suben provocativamente por mi muslo.

– Inténtelo, señora Grey. -Su sonrisa se hace más amplia.

Le cojo la mano y se la pongo sobre su rodilla.

– Guárdate tus manos para ti.

Sonríe burlón.

– Como quiera, señora Grey.

Maldita sea. Es posible que con este juego me salga el tiro por la culata.

Christian sube por la entrada de nuestra nueva casa. Se detiene ante el teclado e introduce un número. La ornamentada puerta blanca se abre. El motor ruge al cruzar el camino flanqueado por árboles todavía llenos de hojas, aunque estas ya muestran una mezcla de verde, amarillo y cobrizo brillante. La alta hierba del prado se está volviendo dorada, pero sigue habiendo unas pocas flores silvestres amarillas que destacan entre la hierba. Es un día precioso. El sol brilla y el olor salado del Sound se mezcla en el aire con el aroma del otoño que ya se acerca. Es un sitio muy tranquilo y muy bonito. Y pensar que vamos a tener nuestro hogar aquí…

Tras una curva del camino aparece nuestra casa. Varios camiones grandes con palabras CONSTRUCCIONES GREY inscritas en sus laterales están aparcados delante. La casa está cubierta de andamios y hay varios trabajadores con casco trabajando en el tejado.

Christian aparca frente al pórtico y apaga el motor. Puedo notar su entusiasmo.

– Vamos a buscar a Elliot.

– ¿Está aquí?

– Eso espero. Para eso le pago.

Río entre dientes y Christian sonríe mientras sale del coche.

– ¡Hola, hermano! -grita Elliot desde alguna parte. Los dos miramos alrededor buscándole-. ¡Aquí arriba! -Está sobre el tejado, saludándonos y sonriendo de oreja a oreja-. Ya era hora de que vinierais por aquí. Quedaos ahí. Enseguida bajo.

Miro a Christian, que se encoge de hombros. Unos minutos después Elliot aparece en la puerta principal.

– Hola, hermano -saluda y le estrecha la mano a Christian-. ¿Y qué tal estás tú, pequeña? -Me coge y me hace girar.

– Mejor, gracias.

Suelto una risita sin aliento porque mis costillas protestan. Christian frunce el ceño, pero Elliot le ignora.

– Vamos a la oficina. Tenéis que poneros uno de estos -dice dándole un golpecito al casco.

Solo está en pie la estructura de la casa. Los suelos están cubiertos de un material duro y fibroso que parece arpillera. Algunas de las paredes originales han desaparecido y se están construyendo otras nuevas. Elliot nos lleva por todo el lugar, explicándonos lo que están haciendo, mientras los hombres (y unas cuantas mujeres) siguen trabajando a nuestro alrededor. Me alivia ver que la escalera de piedra con su vistosa balaustrada de hierro sigue en su lugar y cubierta completamente con fundas blancas para evitar el polvo.

En la zona de estar principal han tirado la pared de atrás para levantar la pared de cristal de Gia y están empezando a trabajar en la terraza. A pesar de todo ese lío, la vista es impresionante. Los nuevos añadidos mantienen y respetan el encanto de lo antiguo que tenía la casa… Gia lo ha hecho muy bien. Elliot nos explica pacientemente los procesos y nos da un plazo aproximado para todo. Espera que pueda estar acabada para Navidad, aunque eso a Christian le parece muy optimista.

Madre mía… La Navidad con vistas al Sound. No puedo esperar. Noto una burbuja de entusiasmo en mi interior. Veo imágenes de nosotros poniendo un enorme árbol mientras un niño con el pelo cobrizo nos mira asombrado.

Elliot termina la visita en la cocina.

– Os voy a dejar para que echéis un vistazo por vuestra cuenta. Tened cuidado, que esto es una obra.

– Claro. Gracias, Elliot -susurra Christian cogiéndome la mano-. ¿Contenta? -me pregunta cuando su hermano nos deja solos.

Yo estoy mirando el cascarón vacío que es esa habitación y preguntándome dónde voy a colgar los cuadros de los pimientos que compramos en Francia.

– Mucho. Me encanta. ¿Y a ti?

– Lo mismo digo. -Sonríe.

– Bien. Estoy pensando en los cuadros de los pimientos que vamos a poner aquí.

Christian asiente.

– Quiero poner los retratos que te hizo José en esta casa. Tienes que pensar dónde vas a ponerlos también.

Me ruborizo.

– En algún sitio donde no tenga que verlos a menudo.

– No seas así. -Me mira frunciendo el ceño y me acaricia el labio inferior con el pulgar-. Son mis cuadros favoritos. Me encanta el que tengo en el despacho.

– Y yo no tengo ni idea de por qué -murmuro y le doy un beso en la yema del pulgar.

– Hay cosas peores que pasarme el día mirando tu preciosa cara sonriente. ¿Tienes hambre? -me pregunta.

– ¿Hambre de qué? -susurro.

Sonríe y sus ojos se oscurecen. La esperanza y el deseo se desperezan en mis venas.

– De comida, señora Grey. -Y me da un beso breve en los labios.

Hago un mohín fingido y suspiro.

– Sí. Últimamente siempre tengo hambre.

– Podemos hacer un picnic los tres.

– ¿Los tres? ¿Alguien se va a unir a nosotros?

Christian ladea la cabeza.

– Dentro de unos siete u ocho meses.

Oh… Bip. Le sonrío tontorronamente.

– He pensado que tal vez te apetecería comer fuera.

– ¿En el prado? -le pregunto.

Asiente.

– Claro.

Sonrío.

– Este va a ser un lugar perfecto para criar una familia -murmura mientras me mira.

¡Familia! ¿Más de un hijo? ¿Será el momento de mencionar eso?