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Me pone la mano sobre el vientre y extiende los dedos. Madre mía… Contengo la respiración y coloco mi mano sobre la suya.

– Me cuesta creerlo -susurra, y por primera vez oigo asombro en su voz.

– Lo sé. Oh, tengo una prueba. Una foto.

– ¿Ah, sí? ¿La primera sonrisa del bebé?

Saco de la cartera la imagen de la ecografía de Bip.

– ¿Lo ves?

Christian mira fijamente la imagen durante varios segundos.

– Oh… Bip. Sí, lo veo. -Suena distraído, asombrado.

– Tu hijo -le susurro.

– Nuestro hijo -responde.

– El primero de muchos.

– ¿Muchos? -Christian abre los ojos como platos, alarmado.

– Al menos dos.

– ¿Dos? -dice como haciéndose a la idea-. ¿Podemos ir de uno en uno, por favor?

Sonrío.

– Claro.

Salimos afuera a la cálida tarde de otoño.

– ¿Cuándo se lo vamos a decir a tu familia? -pregunta Christian.

– Pronto -le digo-. Pensaba decírselo a Ray esta mañana, pero el señor Rodríguez estaba allí. -Me encojo de hombros.

Christian asiente y abre el maletero del R8. Dentro hay una cesta de picnic de mimbre y la manta de cuadros escoceses que compramos en Londres.

– Vamos -me dice cogiendo la cesta y la manta en una mano y tendiéndome la otra. Los dos vamos andando hasta el prado.

– Claro, Ros, hazlo. -Christian cuelga. Es la tercera llamada que responde durante el picnic. Se ha quitado los zapatos y los calcetines y me mira con los brazos apoyados en sus rodillas dobladas. Su chaqueta está a un lado, encima de la mía, porque bajo el sol no tenemos frío. Me tumbo a su lado sobre la manta de picnic. Estamos rodeados por la hierba verde y dorada, lejos del ruido de la casa, y ocultos de los ojos indiscretos de los trabajadores de la construcción. Nuestro particular refugio bucólico. Me da otra fresa y yo la muerdo y chupo el zumo agradecida, mirando sus ojos que se oscurecen por momentos.

– ¿Está rica? -susurra.

– Mucho.

– ¿Quieres más?

– ¿Fresas? No.

Sus ojos brillan peligrosamente y sonríe.

– La señora Jones hace unos picnics fantásticos -dice.

– Cierto -susurro.

De repente cambia de postura y se tumba con la cabeza apoyada en mi vientre. Cierra los ojos y parece satisfecho. Yo enredo los dedos en su pelo.

Él suspira profundamente, después frunce el ceño y mira el número que aparece en la pantalla de su BlackBerry, que está sonando. Pone los ojos en blanco y coge la llamada.

– Welch -exclama. Se pone tenso, escucha un par de segundos y después se levanta bruscamente-. Veinticuatro horas, siete días… Gracias -dice con los dientes apretados y cuelga. Su humor cambia instantáneamente. El provocativo marido con ganas de flirtear se convierte en el frío y calculador amo del universo. Entorna los ojos un momento y después esboza una sonrisa gélida. Un escalofrío me recorre la espalda. Coge otra vez la BlackBerry y escoge un número de marcación rápida.

– ¿Ros, cuántas acciones tenemos de Maderas Lincoln? -Se arrodilla.

Se me eriza el vello. Oh, no, ¿de qué va esto?

– Consolida las acciones dentro de Grey Enterprises Holdings, Inc. y después despide a toda la junta… Excepto al presidente… Me importa una mierda… Lo entiendo, pero hazlo… Gracias… Mantenme informado. -Cuelga y me mira impasible durante un instante.

¡Madre mía! Christian está furioso.

– ¿Qué ha pasado?

– Linc -murmura.

– ¿Linc? ¿El ex de Elena?

– El mismo. Fue él quien pagó la fianza de Hyde.

Miro a Christian con la boca abierta, horrorizada. Su boca forma una dura línea.

– Bueno… pues ahora va a parecer un imbécil -murmuro consternada-. Porque Hyde cometió otro delito mientras estaba bajo fianza.

Christian entorna los ojos y sonríe.

– Cierto, señora Grey.

– ¿Qué acabas de hacer? -Me pongo de rodillas sin dejar de mirarle.

– Le acabo de joder.

¡Oh!

– Mmm… eso me parece un poco impulsivo -susurro.

– Soy un hombre de impulsos.

– Soy consciente de ello.

Cierra un poco los ojos y aprieta los labios.

– He tenido este plan guardado en la manga durante un tiempo -dice secamente.

Frunzo el ceño.

– ¿Ah, sí?

Hace una pausa en la que parece estar sopesando algo en la mente y después inspira hondo.

– Hace varios años, cuando yo tenía veintiuno, Linc le dio una paliza a su mujer que la dejó hecha un desastre. Le rompió la mandíbula, el brazo izquierdo y cuatro costillas porque se estaba acostando conmigo. -Se le endurecen los ojos-. Y ahora me entero de que le ha pagado la fianza a un hombre que ha intentado matarme, que ha raptado a mi hermana y que le ha fracturado el cráneo a mi mujer. Es más que suficiente. Creo que ha llegado el momento de la venganza.

Me quedo pálida. Dios mío…

– Cierto, señor Grey -susurro.

– Ana, esto es lo que voy a hacer. Normalmente no hago cosas por venganza, pero no puedo dejar que se salga con la suya con esto. Lo que le hizo a Elena… Ella debería haberle denunciado, pero no lo hizo. Eso era decisión suya. Pero acaba de pasarse de la raya con lo de Hyde. Linc ha convertido esto en algo personal al posicionarse claramente contra mi familia. Le voy a hacer pedazos; destrozaré su empresa delante de sus narices y después venderé los trozos al mejor postor. Voy a llevarle a la bancarrota.

Oh…

– Además -Christian sonríe burlón-, ganaré mucho dinero con eso.

Miro sus ojos grises llameantes y su mirada se suaviza de repente.

– No quería asustarte -susurra.

– No me has asustado -miento.

Arquea una ceja divertido.

– Solo me ha pillado por sorpresa -susurro y después trago saliva. Christian da bastante miedo a veces.

Me roza los labios con los suyos.

– Haré cualquier cosa para mantenerte a salvo. Para mantener a salvo a mi familia. Y a este pequeñín -murmura y me pone la mano sobre el vientre para acariciarme suavemente.

Oh… Dejo de respirar. Christian me mira y sus ojos se oscurecen. Separa los labios e inhala. En un movimiento deliberado las puntas de sus dedos me rozan el sexo.

Oh, madre mía… El deseo explota como un artefacto incendiario que me enciende la sangre. Le cojo la cabeza, enredo los dedos en su pelo y tiro de él para que sus labios se encuentren con los míos. Él da un respingo, sorprendido por mi arrebato, y eso le abre paso a mi lengua. Gruñe y me devuelve el beso, sus labios y su lengua ávidos de los míos, y durante un momento ardemos juntos, perdidos entre lenguas, labios, alientos y la dulce sensación de redescubrirnos el uno al otro.

Oh, cómo deseo a este hombre. Ha pasado mucho tiempo. Le deseo aquí y ahora, al aire libre, en el prado.

– Ana -jadea en trance, y sus manos bajan por mi culo hasta el dobladillo de la falda. Yo intento torpemente desabrocharle la camisa.

– Uau, Ana… Para. -Se aparta con la mandíbula tensa y me coge las manos.

– No. -Atrapo con los dientes su labio inferior y tiro-. No -murmuro de nuevo mirándole. Le suelto-. Te deseo.

Él inhala bruscamente. Está desgarrado; veo claramente la indecisión en sus ojos grises y brillantes.

– Por favor, te necesito. -Todos los poros de mi cuerpo le suplican. Esto es lo que hacemos nosotros…

Gruñe derrotado, su boca encuentra la mía y nuestros labios se unen. Con una mano me coge la cabeza y la otra baja por mi cuerpo hasta mi cintura. Me tumba boca arriba y se estira a mi lado, sin romper en ningún momento el contacto de nuestras bocas.

Se aparta, cerniéndose sobre mí y mirándome.

– Es usted tan preciosa, señora Grey.

Yo le acaricio su delicado rostro.

– Y usted también, señor Grey. Por dentro y por fuera.

Frunce el ceño y yo recorro ese ceño con los dedos.

– No frunzas el ceño. A mí me lo pareces, incluso cuando estás enfadado -le susurro.