Выбрать главу

Me abraza contra su pecho y me acaricia la cabeza. Mmm… Cierro los ojos y saboreo la sensación de sus brazos a mi alrededor. Tengo la mano sobre su pecho y siento el latido constante del corazón que se va ralentizando y calmando. Le beso y le acaricio con la nariz y me digo maravillada que no hace mucho no me habría permitido hacer esto.

– ¿Mejor? -me susurra.

Levanto la cabeza. Está sonriendo ampliamente.

– Mucho. ¿Y tú? -Mi sonrisa es un reflejo de la suya.

– La he echado de menos, señora Grey. -Se pone serio un momento.

– Y yo.

– Nada de hazañas nunca más, ¿eh?

– No -prometo.

– Deberías contarme las cosas siempre -susurra.

– Lo mismo digo, Grey.

Él sonríe burlón.

– Cierto. Lo intentaré. -Me da un beso en el pelo.

– Creo que vamos a ser felices aquí -susurro cerrando los ojos otra vez.

– Sí. Tú, yo y… Bip. ¿Cómo te sientes, por cierto?

– Bien. Relajada. Feliz.

– Bien.

– ¿Y tú?

– También. Todas esas cosas -responde.

Le miro intentando evaluar su expresión.

– ¿Qué? -me pregunta.

– ¿Sabes que eres muy autoritario durante el sexo?

– ¿Es una queja?

– No. Solo me preguntaba… Has dicho que lo echabas de menos.

Se queda muy quieto y me mira.

– A veces -murmura.

Oh.

– Tenemos que ver qué podemos hacer al respecto -le digo y le doy un beso suave en los labios. Me enrosco a su alrededor como una rama de vid. En mi mente veo imágenes de nosotros en el cuarto de juegos: Tallis, la mesa, la cruz, esposada a la cama… Me gustan esos polvos pervertidos, nuestros polvos pervertidos. Sí. Puedo hacer esas cosas. Puedo hacerlo por él, con él. Puedo hacerlo por mí. Me hormiguea la piel al pensar en la fusta-. A mí también me gusta jugar -murmuro y le miro. Me responde con su sonrisa tímida.

– ¿Sabes? Me gustaría mucho poner a prueba tus límites -susurra.

– ¿Mis límites en cuanto a qué?

– Al placer.

– Oh, creo que eso me va a gustar.

– Bueno, quizá cuando volvamos a casa -dice, dejando esa promesa en el aire entre los dos.

Le acaricio con la nariz otra vez. Le quiero tanto…

Han pasado dos días desde nuestro picnic. Dos días desde que hizo la promesa: «Bueno, quizá cuando volvamos a casa». Christian sigue tratándome como si fuera de cristal. Todavía no me deja ir a trabajar, así que estoy trabajando desde casa. Aparto el montón de cartas que he estado leyendo y suspiro. Christian y yo no hemos vuelto al cuarto de juegos desde la vez que dije la palabra de seguridad. Y ha dicho que lo echa de menos. Bueno, yo también… sobre todo ahora que quiere poner a prueba mis límites. Me sonrojo al pensar en qué puede implicar eso. Miro las mesas de billar… Sí, no puedo esperar para explorar las posibilidades.

Mis pensamientos quedan interrumpidos por una suave música lírica que llena el ático. Christian está tocando el piano; y no sus piezas tristes habituales, sino una melodía dulce y esperanzadora. Una que reconozco, pero que nunca le había oído tocar.

Voy de puntillas hasta el arco que da acceso al salón y contemplo a Christian al piano. Está atardeciendo. El cielo es de un rosa opulento y la luz se refleja en su brillante pelo cobrizo. Está tan guapo y tan impresionante como siempre, concentrado mientras toca, ajeno a mi presencia. Ha estado tan comunicativo los últimos días, tan atento… Me ha contado sus impresiones de cómo iba el día, sus pensamientos, sus planes. Es como si se hubiera roto una presa en su interior y las palabras hubieran empezado a salir.

Sé que vendrá a comprobar qué tal estoy dentro de unos pocos minutos y eso me da una idea. Excitada y esperando que siga sin haberse dado cuenta de mi presencia, me escabullo y corro a nuestro dormitorio. Me quito toda la ropa según voy hacia allí hasta que no llevo más que unas bragas de encaje azul pálido. Encuentro una camisola del mismo azul y me la pongo rápidamente. Eso ocultará el hematoma. Entro en el vestidor y saco del cajón los vaqueros gastados de Christian: los vaqueros del cuarto de juegos, mis vaqueros favoritos. Cojo mi BlackBerry de la mesita, doblo los pantalones con cuidado y me arrodillo junto a la puerta del dormitorio. La puerta está entornada y oigo las notas de otra pieza, una que no conozco. Pero es otra melodía llena de esperanza; es preciosa. Le escribo un correo apresuradamente.

De: Anastasia Grey

Fecha: 21 de septiembre de 2011 20:45

Para: Christian Grey

Asunto: El placer de mi marido

Amo:

Estoy esperando sus instrucciones.

Siempre suya.

Señora G x

Pulso «Enviar».

Unos segundos después la música se detiene bruscamente. Se me para el corazón un segundo y después empieza a latir más fuerte. Espero y espero y por fin vibra mi BlackBerry.

De: Christian Grey

Fecha: 21 de septiembre de 2011 20:48

Para: Anastasia Grey

Asunto: El placer de mi marido Me encanta este título, nena

Señora G:

Estoy intrigado. Voy a buscarla.

Prepárese.

Christian Grey

Presidente ansioso por la anticipación de Grey Enterprises Holdings, Inc.

«¡Prepárese!» Mi corazón vuelve a latir con fuerza y empiezo a contar. Treinta y siete segundos después se abre la puerta. Cuando se para en el umbral mantengo la mirada baja, dirigida a sus pies descalzos. Mmm… No dice nada. Se queda callado mucho tiempo. Oh, mierda. Resisto la necesidad de levantar la vista y sigo con la mirada fija en el suelo.

Por fin se agacha y recoge sus vaqueros. Sigue en silencio, pero va hasta el vestidor mientras yo continúo muy quieta. Oh, Dios mío… allá vamos. El sonido de mi corazón es atronador y me encanta el subidón de adrenalina que me recorre el cuerpo. Me retuerzo según va aumentando mi excitación. ¿Qué me va a hacer? Regresa al cabo de un momento; ahora lleva los vaqueros.

– Así que quieres jugar… -murmura.

– Sí.

No dice nada y me arriesgo a levantar la mirada… Subo por sus piernas, sus muslos cubiertos por los vaqueros, el leve bulto a la altura de la bragueta, el botón desabrochado de la cintura, el vello que sube, el ombligo, su abdomen cincelado, el vello de su pecho, sus ojos grises en llamas y la cabeza ladeada. Tiene una ceja arqueada. Oh, mierda.

– ¿Sí qué? -susurra.

Oh.

– Sí, amo.

Sus ojos se suavizan.

– Buena chica -dice y me acaricia la cabeza-. Será mejor que subamos arriba -añade.

Se me licuan las entrañas y el vientre se me tensa de esa forma tan deliciosa.

Me coge la mano y yo le sigo por el piso y subo con él la escalera. Delante de la puerta del cuarto de juegos se detiene, se inclina y me da un beso suave antes de agarrarme el pelo con fuerza.

– Estás dominando desde abajo, ¿sabes? -murmura contra mis labios.

– ¿Qué? -No sé de qué está hablando.

– No te preocupes. Viviré con ello -susurra divertido, me acaricia la mandíbula con la nariz y me muerde con suavidad la oreja-. Cuando estemos dentro, arrodíllate como te he enseñado.

– Sí… Amo.

Me mira con los ojos brillándole de amor, asombro e ideas perversas.

Vaya… La vida nunca va a ser aburrida con Christian y estoy comprometida con esto a largo plazo. Quiero a este hombre: mi marido, mi amante, el padre de mi hijo, a veces mi dominante… mi Cincuenta Sombras.