Epílogo
La casa grande, mayo de 2014
Estoy tumbada en nuestra manta de picnic de cuadros escoceses, mirando el claro cielo azul de verano. Mi visión está enmarcada por las flores del prado y la alta hierba verde. El calor del sol de la tarde me calienta la piel, los huesos y el vientre, y yo me relajo y mi cuerpo se va convirtiendo en gelatina. Qué cómodo es esto… No… esto es maravilloso. Saboreo el momento, un momento de paz, un momento de total y absoluta satisfacción. Debería sentirme culpable por sentir esta alegría, esta sensación de plenitud, pero no. La vida está aquí, ahora, está bien y he aprendido a apreciarla y a vivir el momento como mi marido. Sonrío y me retuerzo cuando mi mente vuelve al delicioso recuerdo de nuestra última noche en el piso del Escala…
Las colas del látigo me rozan la piel del vientre hinchado a un ritmo dolorosamente lánguido.
– ¿Ya has tenido suficiente, Ana? -me susurra Christian al oído.
– Oh, por favor… -suplico tirando de las ataduras que tengo por encima de la cabeza. Estoy de pie, con los ojos tapados y esposada a la rejilla del cuarto de juegos.
Siento el escozor dulce del látigo en el culo.
– ¿Por favor qué?
Doy un respingo.
– Por favor, amo.
Christian me pone la mano sobre la piel enrojecida y me la frota suavemente.
– Ya está. Ya está. Ya está. -Sus palabras son suaves. Su mano desciende y da un rodeo para acabar deslizando los dedos en mi interior.
Gimo.
– Señora Grey -jadea y tira del lóbulo de mi oreja con los dientes-, qué preparada está ya.
Sus dedos entran y salen de mí, tocando ese punto, ese punto tan dulce otra vez. El látigo repiquetea contra el suelo y la mano pasa sobre mi vientre y sube hasta los pechos. Me ponto tensa. Están muy sensibles.
– Chis -dice Christian cubriéndome uno con la mano y rozando el pezón con el pulgar.
– Ah…
Sus dedos son suaves y provocativos y el placer empieza a bajar en espirales desde mi pecho hacia abajo… muy abajo y profundo. Echo la cabeza hacia atrás para aumentar la presión del pezón contra su palma mientras gimo una vez más.
– Me gusta oírte -susurra Christian. Noto su erección contra mi cadera; los botones de la bragueta se clavan en mi carne mientras su otra mano continúa con su estimulación incesante: dentro, fuera, dentro, fuera… siguiendo un ritmo.
– ¿Quieres que te haga correrte así? -me pregunta.
– No.
Sus dedos dejan de moverse en mi interior.
– ¿De verdad, señora Grey? ¿Es decisión tuya? -Sus dedos se aprietan alrededor de mi pezón.
– No… No, amo.
– Eso está mejor.
– Ah. Por favor -le suplico.
– ¿Qué quieres, Anastasia?
– A ti. Siempre.
Él inhala bruscamente.
– Todo de ti -añado sin aliento.
Saca los dedos de mi interior, tira de mí para que me gire y quede de frente a él y me arranca el antifaz. Parpadeo y me encuentro sus ojos grises oscurecidos que sueltan llamaradas, fijos en los míos. Su dedo índice sigue el contorno de mi labio inferior y entonces me introduce los dedos índice y corazón en la boca para dejarme degustar el sabor salado de mi excitación.
– Chupa -susurra.
Yo rodeo los dedos con la lengua y la meto entre ellos.
Mmm… Todo en sus dedos sabe bien, incluso yo.
Sus manos suben por mis brazos hasta las esposas que tengo encima de la cabeza y las suelta para liberarme. Me gira otra vez para que quede de cara a la pared, tira de mi trenza y me atrae hacia sus brazos. Me obliga a inclinar la cabeza a un lado y me roza la garganta con los labios y va subiendo hasta la oreja mientras abraza mi cuerpo caliente contra el suyo.
– Quiero estar dentro de tu boca. -Su voz es suave y seductora. Mi cuerpo excitado y más que preparado se tensa desde el interior. El placer es dulce y agudo.
Gimo. Me vuelvo para mirarle, acerco su cabeza a la mía y le doy un beso apasionado con mi lengua invadiéndole la boca, saboreándole. Él gruñe, me pone las manos en el culo y me empuja hacia él, pero solo mi vientre de embarazada le toca. Le muerdo la mandíbula y voy bajando dándole besos hasta la garganta. Después bajo los dedos hasta sus vaqueros. Él echa atrás la cabeza, exponiendo la garganta a mis atenciones, y yo sigo con la lengua hasta su torso y el vello de su pecho.
– Ah…
Tiro de la cintura de los vaqueros, los botones se sueltan y él me coloca las manos en los hombros. Me pongo de rodillas delante de él.
Le miro entornando los ojos y él me devuelve la mirada. Tiene los ojos oscuros, los labios separados e inhala bruscamente cuando le libero y me lo meto en la boca. Me encanta hacerle esto a Christian. Ver cómo se va deshaciendo, oír su respiración que se acelera y los suaves gemidos que emite desde el fondo de la garganta… Cierro los ojos y chupo con fuerza, presionando, disfrutando de su sabor y de su exclamación sin aliento.
Me coge la cabeza para que me quede quieta y yo cubro mis dientes con los labios y le meto más profundamente en mi boca.
– Abre los ojos y mírame -me ordena en voz baja.
Sus ojos ardientes se encuentran con los míos y flexiona la cadera, llenándome la boca hasta alcanzar el fondo de la garganta y después apartándose rápido. Vuelve a empujar contra mí y yo levanto las manos para tocarle. Él se para y me agarra para mantenerme donde estoy.
– No me toques o te vuelvo a esposar. Solo quiero tu boca -gruñe.
Oh, Dios mío… ¿Así lo quieres? Pongo las manos tras la espalda y le miro inocentemente con la boca llena.
– Eso está mejor -dice sonriendo burlón y con voz ronca. Se aparta y sujetándome firmemente pero con cuidado, vuelve a empujar para entrar otra vez-. Tiene una boca deliciosa para follarla, señora Grey.
Cierra los ojos y vuelve a penetrar en mi boca mientras yo le aprieto entre los labios y le rodeo una y otra vez con la lengua. Dejo que entre más profundamente y que después vaya saliendo, una y otra vez, y otra. Oigo como el aire se le escapa entre los dientes apretados.
– ¡Ah! Para -dice y sale de mi boca, dejándome con ganas de más. Me agarra los hombros y me pone de pie. Me coge la trenza y me besa con fuerza, su lengua persistente dando y tomando a la vez. De repente me suelta y antes de darme cuenta me coge en brazos, me lleva a la cama de cuatro postes y me tumba con cuidado de forma que mi culo queda justo en el borde de la cama-. Rodéame la cintura con las piernas -ordena. Lo hago y tiro de él hacia mí. Él se inclina, pone las manos a ambos lados de mi cabeza y, todavía de pie, entra en mi interior lentamente.
Oh, esto está muy bien. Cierro los ojos y me dejo llevar por su lenta posesión.
– ¿Bien? -me pregunta. Se nota claramente la preocupación en su tono.
– Oh, Dios, Christian. Sí. Sí. Por favor. -Aprieto las piernas a su alrededor y empujo contra él. Él gruñe. Me agarro a sus brazos y él flexiona las caderas, dentro y fuera, lentamente al principio-. Christian, por favor. Más fuerte… No me voy a romper.
Gruñe de nuevo y comienza a moverse, moverse de verdad, empujando con fuerza dentro de mí, una y otra vez. Oh, esto es increíble.
– Sí -digo sin aliento apretándole de nuevo mientras empiezo a acercarme… Gime, hundiéndose en mí con renovada determinación… Estoy cerca. Oh, por favor. No pares.
– Vamos, Ana -gruñe con los dientes apretados y yo exploto a su alrededor. Grito su nombre y Christian se queda quieto, gime con fuerza, y noto que llega al clímax en mi interior-. ¡Ana! -grita.
Christian está tumbado a mi lado, acariciándome el vientre con la mano, con los largos dedos extendidos.
– ¿Qué tal está mi hija?
– Bailando. -Río.
– ¿Bailando? ¡Oh, sí! Uau. Puedo sentirlo. -Sonríe cuando siente que Bip número dos da volteretas en mi interior.
– Creo que ya le gusta el sexo.
Christian frunce el ceño.
– ¿Ah, sí? -dice con sequedad. Acerca los labios a mi barriga-. Pues no habrá nada de eso hasta los treinta, señorita.
Suelto una risita.
– Oh, Christian, eres un hipócrita.
– No, soy un padre ansioso. -Me mira con la frente arrugada, signo de su ansiedad.
– Eres un padre maravilloso. Sabía que lo serías. -Le acaricio su delicado rostro y él me dedica su sonrisa tímida.
– Me gusta esto -murmura acariciándome y después besándome el vientre-. Hay más de ti.
Hago un mohín.
– No me gusta que haya más de mí.
– Es genial cuando te corres.
– ¡Christian!
– Y estoy deseando volver a probar la leche de tus pechos otra vez.
– ¡Christian! Eres un pervertido…
Se lanza sobre mí de repente, me besa con fuerza, pasa una pierna por encima de mí y me agarra las manos por encima de la cabeza.
– Me encantan los polvos pervertidos -me susurra y me acaricia la nariz con la suya.
Sonrío, contagiada por su sonrisa perversa.
– Sí, a mí también me encantan los polvos pervertidos. Y te quiero. Mucho.