– Bailando. -Río.
– ¿Bailando? ¡Oh, sí! Uau. Puedo sentirlo. -Sonríe cuando siente que Bip número dos da volteretas en mi interior.
– Creo que ya le gusta el sexo.
Christian frunce el ceño.
– ¿Ah, sí? -dice con sequedad. Acerca los labios a mi barriga-. Pues no habrá nada de eso hasta los treinta, señorita.
Suelto una risita.
– Oh, Christian, eres un hipócrita.
– No, soy un padre ansioso. -Me mira con la frente arrugada, signo de su ansiedad.
– Eres un padre maravilloso. Sabía que lo serías. -Le acaricio su delicado rostro y él me dedica su sonrisa tímida.
– Me gusta esto -murmura acariciándome y después besándome el vientre-. Hay más de ti.
Hago un mohín.
– No me gusta que haya más de mí.
– Es genial cuando te corres.
– ¡Christian!
– Y estoy deseando volver a probar la leche de tus pechos otra vez.
– ¡Christian! Eres un pervertido…
Se lanza sobre mí de repente, me besa con fuerza, pasa una pierna por encima de mí y me agarra las manos por encima de la cabeza.
– Me encantan los polvos pervertidos -me susurra y me acaricia la nariz con la suya.
Sonrío, contagiada por su sonrisa perversa.
– Sí, a mí también me encantan los polvos pervertidos. Y te quiero. Mucho.
Me despierto sobresaltada por un chillido agudo de puro júbilo de mi hijo, y aunque no veo ni al niño ni a Christian, sonrío de felicidad como una idiota. Ted se ha levantado de la siesta y él y Christian están retozando por allí cerca. Me quedo tumbada en silencio, maravillada de la capacidad de juego de Christian. Su paciencia con Teddy es extraordinaria… todavía más que la que tiene conmigo. Río entre dientes. Pero así debe ser. Y mi precioso niño, el ojito derecho de su madre y de su padre, no conoce el miedo. Christian, por otro lado, sigue siendo demasiado sobreprotector con los dos. Mi dulce, temperamental y controlador Cincuenta.
– Vamos a buscar a mami. Está por aquí en el prado en alguna parte.
Ted dice algo que no oigo y Christian ríe libre y felizmente. Es un sonido mágico, lleno de orgullo paternal. No puedo resistirme. Me incorporo sobre los codos y les espío desde mi escondite entre la alta hierba.
Christian está haciendo girar a Ted una y otra vez y el niño cada vez chilla más, encantado. Se detiene, lanza a Ted al aire de nuevo (yo dejo de respirar) y vuelve a cogerlo. Ted chilla con abandono infantil y yo suspiro aliviada. Oh, mi hombrecito, mi querido hombrecito, siempre activo.
– ¡Ota ves, papi! -grita. Christian obedece y yo vuelvo a sentir el corazón en la boca cuando lanza a Teddy al aire y después lo coge y lo abraza fuerte, le da un beso en el pelo cobrizo, después un beso rápido en la mejilla y acaba haciéndole cosquillas sin piedad. Teddy aúlla de risa, se retuerce y empuja el pecho de Christian para intentar escabullirse de sus brazos. Sonriendo, Christian lo baja al suelo.
– Vamos a buscar a mami. Está escondida entre la hierba.
Ted sonríe, encantado por el juego, y mira el prado. Le coge la mano a Christian y señala un sitio donde no estoy y eso me hace soltar una risita. Vuelvo a tumbarme rápidamente, disfrutando también del juego.
– Ted, he oído a mami. ¿La has oído tú?
– ¡Mami!
Río ante el tono imperioso de Ted. Vaya, se parece tanto a su padre ya, y solo tiene dos años…
– ¡Teddy! -le llamo mirando al cielo con una sonrisa ridícula en la cara.
– ¡Mami!
Muy pronto oigo sus pasos por el prado y primero Ted y después Christian aparecen como una tromba cruzando la hierba.
– ¡Mami! -chilla Ted como si acabara de encontrar el tesoro de Sierra Madre y salta sobre mí.
– ¡Hola, mi niño! -Le abrazo y le doy un beso en la mejilla regordeta. Él ríe y me responde con otro beso. Después se escabulle de mis brazos.
– Hola, mami. -Christian me mira y me sonríe.
– Hola, papi. -Sonrío y él coge a Ted y se sienta a mi lado con su hijo en el regazo.
– Hay que tener cuidado con mami -riñe a Ted. Sonrío burlonamente; es irónico que lo diga él. Saca la BlackBerry del bolsillo y se la da a Ted. Eso nos va a dar cinco minutos de paz como máximo. Teddy la estudia con el ceño fruncido. Se pone muy serio, con los ojos azules muy concentrados, igual que su padre cuando lee su correo. Christian le acaricia el pelo con la nariz y se me derrite el corazón al mirarlos: mi hijo sentado tranquilamente (durante unos minutos al menos) en el regazo de mi marido. Son tan parecidos… Mis dos hombres preferidos sobre la tierra.
Ted es el niño más guapo y listo del mundo, pero yo soy su madre, así que es imposible que no piense eso. Y Christian es… bueno, Christian es él. Con una camiseta blanca y los vaqueros está tan guapo como siempre. ¿Qué he hecho para ganar un premio como ese?
– La veo bien, señora Grey.
– Yo a usted también, señor Grey.
– ¿Está mami guapa? -le susurra Christian al oído a Ted, pero el niño le da un manotazo, más interesado en la BlackBerry.
Suelto una risita.
– No puedes con él.
– Lo sé. -Christian sonríe y le da otro beso en el pelo-. No me puedo creer que vaya a cumplir dos años mañana. -Su tono es nostálgico y me pone una mano sobre el vientre-. Tengamos muchos hijos -me dice.
– Uno más por lo menos. -Le sonrío y él me acaricia el vientre.
– ¿Cómo está mi hija?
– Está bien. Dormida, creo.
– Hola, señor Grey. Hola, Ana.
Ambos nos giramos y vemos a Sophie, la hija de diez años de Taylor, que aparece entre la hierba.
– ¡Soiii! -chilla Ted encantado de verla. Se baja del regazo de Christian y deja su BlackBerry.
– Gail me ha dado polos -dice Sophie-. ¿Puedo darle uno a Ted?
– Claro -le digo. Oh, Dios mío, se va a poner perdido.
– ¡Pooo!
Ted extiende las manos y Sophie le da uno. Ya está goteando.
– Trae. Déjale ver a mami.
Me siento, le cojo el polo a Ted y me lo meto en la boca para quitarle el exceso de líquido. Mmm… Arándanos. Está frío y delicioso.
– ¡Mío! -protesta Ted con la voz llena de indignación.
– Toma. -Le devuelvo el polo que ya gotea un poco menos y él se lo mete directamente en la boca. Sonríe.
– ¿Podemos ir Ted y yo a dar un paseo? -me pregunta Sophie.
– Claro.
– No vayáis muy lejos.
– No, señor Grey. -Los ojos color avellana de Sophie están muy abiertos y muy serios. Creo que Christian le asusta un poco. Extiende la mano y Teddy se la coge encantado. Se alejan juntos andando por la hierba.
Christian los contempla.
– Estarán bien, Christian. ¿Qué puede pasarles aquí?
Él frunce el ceño momentáneamente y yo me acerco para acurrucarme en su regazo.
– Además, Ted está como loco con Sophie.
Christian ríe entre dientes y me acaricia el pelo con la nariz.
– Es una niña maravillosa.
– Lo es. Y muy guapa. Un ángel rubio.
Christian se queda quieto y me pone las manos sobre el vientre.
– Chicas, ¿eh? -Hay un punto de inquietud en su voz. Yo le pongo la mano en la nuca.
– No tienes que preocuparte por tu hija durante al menos otros tres meses. La tengo bien protegida aquí, ¿vale?
Me da un beso detrás de la oreja y me roza el lóbulo con los dientes.
– Lo que usted diga, señora Grey. -Me da un mordisco y yo doy un respingo-. Me lo pasé bien anoche -dice-. Deberíamos hacerlo más a menudo.
– Yo también me lo pasé bien.
– Podríamos hacerlo más a menudo si dejaras de trabajar…
Pongo los ojos en blanco y él me abraza con más fuerza y sonríe contra mi cuello.
– ¿Me está poniendo los ojos en blanco, señora Grey? -Advierto en su voz una amenaza implícita pero sensual que hace que me retuerza un poco, pero estamos en medio del prado con los niños cerca, así que ignoro la proposición.