– ¿Christian? -Busco entre las caras de la habitación a mi marido.
– Vendrá dentro de un momento, señora Grey.
Un minuto después está a mi lado con un uniforme quirúrgico azul y me coge la mano.
– Estoy asustada -le susurro.
– No, nena, no. Estoy aquí. No tengas miedo. Mi Ana, mi fuerte Ana no debe tener miedo. -Me da un beso en la frente y percibo por el tono de su voz que algo va mal.
– ¿Qué pasa?
– ¿Qué?
– ¿Qué va mal?
– Nada va mal. Todo está bien. Nena, estás agotada, nada más. -Sus ojos arden llenos de miedo.
– Señora Grey, ha llegado el anestesista. Le va a ajustar la epidural y podremos empezar.
– Va a tener otra contracción.
Todo se tensa en mi vientre como si me lo estrujaran con una banda de acero. ¡Mierda! Le aprieto con mucha fuerza la mano a Christian mientras pasa. Esto es lo agotador: soportar este dolor. Estoy tan cansada… Puedo sentir el líquido de la anestesia extendiéndose, bajando. Me concentro en la cara de Christian. En el ceño entre sus cejas. Está tenso. Y preocupado. ¿Por qué está preocupado?
– ¿Siente esto, señora Grey? -La voz incorpórea de la doctora Greene me llega desde detrás de la cortina.
– ¿El qué?
– ¿No lo siente?
– No.
– Bien. Vamos, doctor Miller.
– Lo estás haciendo muy bien, Ana.
Christian está pálido. Veo sudor en su frente. Está asustado. No te asustes, Christian. No tengas miedo.
– Te quiero -susurro.
– Oh, Ana -solloza-. Yo también te quiero, mucho.
Siento un extraño tirón en mi interior, algo que no se parece a nada que haya sentido antes. Christian mira a la pantalla y se queda blanco, pero la observa fascinado.
– ¿Qué está ocurriendo?
– ¡Succión! Bien…
De repente se oye un grito penetrante y enfadado.
– Ha tenido un niño, señora Grey. Hacedle el Apgar.
– Apgar nueve.
– ¿Puedo verlo? -pido.
Christian desaparece un segundo y vuelve a aparecer con mi hijo envuelto en una tela azul. Tiene la cara rosa y cubierta de una sustancia blanca y de sangre. Mi bebé. Mi Bip… Theodore Raymond Grey.
Cuando miro a Christian, él tiene los ojos llenos de lágrimas.
– Su hijo, señora Grey -me susurra con la voz ahogada y ronca.
– Nuestro hijo -digo sin aliento-. Es precioso.
– Sí -dice Christian, y le da un beso en la frente a nuestro precioso bebé bajo la mata de pelo oscuro. Theodore Raymond Grey está completamente ajeno a todo, con los ojos cerrados y su grito anterior olvidado. Se ha quedado dormido. Es lo más bonito que he visto en mi vida. Es tan precioso que empiezo a llorar.
– Gracias, Ana -me susurra Christian, y veo que también hay lágrimas en sus ojos.
– ¿En qué piensas? -me pregunta Christian levantándome la barbilla.
– Me estaba acordando del nacimiento de Ted.
Christian palidece y me toca el vientre.
– No voy a pasar por eso otra vez. Esta vez cesárea programada.
– Christian, yo…
– No, Ana. Estuve a punto de morirme la última vez. No.
– Eso no es verdad.
– No. -Es categórico y no se puede discutir con él, pero cuando me mira los ojos se le suavizan-. Me gusta el nombre de Phoebe -susurra y me acaricia la nariz con la suya.
– ¿Phoebe Grey? Phoebe… Sí. A mí también me gusta. -Le sonrío.
– Bien. Voy a montar el regalo de Ted. -Me coge la mano y los dos bajamos la escalera. Irradia entusiasmo; Christian ha estado esperando este momento todo el día.
– ¿Crees que le gustará? -Su mirada dudosa se encuentra con la mía.
– Le encantará. Durante unos dos minutos. Christian, solo tiene dos años.
Christian acaba de terminar de montar toda la instalación del tren de madera que le ha comprado a Teddy por su cumpleaños. Ha hecho que Barney de la oficina modificara los dos pequeños motores para que funcionen con energía solar, como el helicóptero que yo lo regalé a él hace unos años. Christian parece ansioso por que salga por fin el sol. Sospecho que es porque es él quien quiere jugar con el tren. Las vías cubren la mayor parte del suelo de piedra de la sala exterior.
Mañana vamos a celebrar una fiesta familiar para Ted. Van a venir Ray y José además de todos los Grey, incluyendo la nueva primita de Ted, Ava, la hija de dos meses de Elliot y Kate. Estoy deseando encontrarme con Kate para que nos pongamos al día y ver qué tal le sienta la maternidad.
Levanto la mirada para ver el sol hundiéndose por detrás de la península de Olympic. Es todo lo que Christian me prometió que sería y al verlo ahora siento el mismo entusiasmo feliz que la primera vez. El atardecer sobre el Sound es simplemente maravilloso. Christian me atrae hacia sus brazos.
– Menuda vista.
– Sí -responde Christian, y cuando me giro para mirarle veo que él me observa a mí. Me da un suave beso en los labios-. Es una vista preciosa -susurra-. Mi favorita.
– Es nuestro hogar.
Sonríe y vuelve a besarme.
– La quiero, señora Grey.
– Yo también te quiero, Christian. Siempre.
Las sombras de Christian
Las primeras Navidades de Cincuenta
El jersey pica y huele a nuevo. Todo es nuevo. Tengo una nueva mami. Es doctora. Tiene un tetoscopio y puedo metérmelo en las orejas y oírme el corazón. Es buena y sonríe. Sonríe todo el tiempo. Tiene los dientes pequeños y blancos.
– ¿Quieres ayudarme a decorar el árbol, Christian?
Hay un árbol grande en la habitación de los sofás grandes. Un árbol muy grande. Yo nunca había visto uno así. Solo en las tiendas. Pero no dentro, donde están los sofás. Mi casa nueva tiene muchos sofás. No uno solo. No uno marrón y pegajoso.
– Ven, mira.
Mi nueva mami me enseña una caja. Está llena de bolas. Muchas bolas bonitas y brillantes.
– Son adornos para el árbol.
A-dor-nos. A-dor-nos. Digo la palabra en mi cabeza. A-dor-nos…
– Y esto… -me dice sacando una cuerda con florecitas pegadas- son luces. Primero colocamos las luces y luego decoraremos el árbol para que quede bonito.
Baja la mano y me la pone en el pelo. Me quedo muy quieto. Pero me gustan sus dedos en mi pelo. Me gusta estar cerca de mi nueva mami. Huele bien. A limpio. Y solo me toca el pelo.
– ¡Mamá!
Él la llama. Lelliot. Es grande y grita mucho. Mucho. Habla. Todo el tiempo. Yo no hablo. No tengo palabras. Solo tengo palabras en mi cabeza.
– Elliot, cariño, estamos en el salón.
Él llega corriendo. Ha estado en el colegio. Tiene un dibujo. Un dibujo que ha hecho para mi nueva mami. Es la mami de Lelliot también. Ella se arrodilla, le da un abrazo y mira el dibujo. Es una casa con una mami y un papi y Lelliot y Christian. Christian es muy pequeño en el dibujo de Lelliot. Lelliot es grande. Tiene una gran sonrisa y Christian una cara triste.
Papi también está aquí. Viene hacia mami. Yo agarro fuerte la mantita. Le da un beso a mi nueva mami y mi nueva mami no se asusta. Sonríe. Le da un beso también. Yo aprieto mi mantita.
– Hola, Christian.
Papi tiene una voz suave y profunda. Me gusta su voz. Nunca habla alto. No grita. No grita como… Me lee libros cuando me voy a la cama. Me lee sobre un gato y un sombrero y huevos verdes y jamón. Nunca he visto huevos verdes. Papi se agacha y ahora ya no es alto.
– ¿Qué has hecho hoy?
Le señalo el árbol.
– ¿Habéis comprado un árbol? ¿Un árbol de Navidad?
Le digo que sí con la cabeza.
– Es un árbol muy bonito. Tú y mami habéis escogido muy bien. Es una tarea importante elegir el árbol correcto.
Me da una palmadita en el pelo también y yo me quedo muy quieto y abrazo fuerte la mantita. Papi no me hace daño.
– Papi, mira mi dibujo. -Lelliot se enfada cuando papi habla conmigo. Lelliot se enfada conmigo. Yo pego a Lelliot cuando se enfada conmigo. Mi nueva mami se enfada conmigo si lo hago. Lelliot no me pega a mí. Lelliot me tiene miedo.