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Las luces del árbol son bonitas.

– Ven, te lo voy a enseñar. El ganchito va por el pequeño agujero y después ya puedes colgarlo del árbol. -Mami pone el a-dor… a-dor-no rojo en el árbol-. Toma, inténtalo con la campanita.

La campanita suena. La agito. Tiene un sonido alegre. La vuelvo a agitar. Mami sonríe. Una gran sonrisa. Una sonrisa especial para mí.

– ¿Te gusta la campanita, Christian?

Digo que sí con la cabeza y vuelvo a agitar la campana. Tintinea alegremente.

– Tienes una sonrisa preciosa, querido. -Mami sonríe y se limpia los ojos con la mano. Me acaricia el pelo-. Me encanta ver tu sonrisa. -Baja la mano hasta mi hombro. No. Me aparto y abrazo mi mantita. Mami parece triste y después feliz. Me acaricia el pelo-. ¿Ponemos la campanita en el árbol?

Mi cabeza le dice que sí.

– Christian, tienes que avisarme cuanto tengas hambre. Puedes hacerlo. Puedes coger la mano de mami, llevarme hasta la cocina y señalar. -Me señala con el dedo. Tiene la uña brillante y rosa. Es bonita. Pero no sé si mi nueva mami está enfadada o no. Me he acabado toda la cena. Macarrones con queso. Estaban ricos-. No quiero que pases hambre, cariño, ¿vale? ¿Quieres un helado?

Mi cabeza dice: ¡sí! Mami me sonríe. Me gustan sus sonrisas. Son mejores que los macarrones con queso.

El árbol es bonito. Me pongo de pie, lo miro y abrazo mi mantita. Las luces parpadean y todas tienen colores diferentes. También los a-dor-nos son todos de colores. Me gustan los azules. Y encima del árbol hay una estrella grande. Papi cogió a Lelliot en brazos y él puso la estrella en el árbol. A Lelliot le gusta poner la estrella en el árbol. Yo también quiero poner la estrella en el árbol… pero no quiero que papi me coja para levantarme. No quiero que me coja. La estrella brilla y suelta destellos.

Al lado del árbol está el piano. Mi nueva mami me deja tocar las teclas blancas y negras del piano. Blancas y negras. Me gusta el sonido de las blancas. El sonido de las negras está mal. Pero me gusta el sonido de las negras también. Voy de las blancas a las negras. Blancas a negras. Negras a blancas. Blanca, blanca, blanca, blanca. Negra, negra, negra, negra. Me gusta el sonido. Me gusta mucho.

– ¿Quieres que toque para ti, Christian?

Mi nueva mami se sienta. Toca las blancas y las negras y salen canciones. Pisa los pedales de abajo. A veces se oye alto y a veces bajo. La canción es alegre. A Lelliot le gusta que mami cante también. Mami canta algo sobre un patito feo. Mami hace un sonido de pato muy divertido. Lelliot también hace el ruido y agita los brazos como si fueran alas y los mueve arriba y abajo como un pájaro. Lelliot es divertido.

Mami ríe. Lelliot ríe. Yo río.

– ¿Te gusta esta canción, Christian? -Mami pone su cara triste-feliz.

Tengo un cal-ce-tín. Es rojo y tiene un dibujo de un hombre con un gorro rojo y una gran barba blanca. Es Papá Noel. Papá Noel trae regalos. He visto dibujos de Papá Noel. Pero nunca me ha traído regalos. Yo era malo. Papá Noel no les trae regalos a los niños que son malos. Ahora soy bueno. Mi nueva mami dice que soy bueno, muy bueno. Mi nueva mami no lo sabe. No hay que decírselo a mi nueva mami… pero soy malo. No quiero que mi nueva mami lo sepa.

Papa cuelga el cal-ce-tín en la chimenea. Lelliot también tiene un cal-ce-tín. Lelliot sabe leer lo que pone en su cal-ce-tín. Dice «Lelliot». Hay una palabra en mi cal-ce-tín. Christian. Mi nueva mami lo deletrea: C-H-R-I-S-T-I-A-N.

Papi se sienta en mi cama. Me lee. Yo abrazo mi mantita. Tengo una habitación grande. A veces la habitación está oscura y yo tengo sueños malos. Sueños malos sobre antes. Mi nueva mami viene a la cama conmigo cuando tengo sueños malos. Se tumba conmigo y me canta canciones y yo me duermo. Huele bien, a suave y a nuevo. Mi nueva mami no está fría. No como… No como… Y mis malos sueños se van cuando ella duerme conmigo.

Ha venido Papá Noel. Papá Noel no sabe que he sido malo. Me alegro de que Papá Noel no lo sepa. Tengo un tren y un helicóptero y un avión y un helicóptero y un coche y un helicóptero. Mi helicóptero puede volar. Mi helicóptero es azul. Vuela alrededor del árbol de Navidad. Vuela sobre el piano y aterriza en medio de las teclas blancas. Vuela sobre mami y sobre papi y sobre Lelliot mientras él juega con los legos. El helicóptero vuela por la casa, por el comedor, por la cocina. Vuela más allá de la puerta del estudio de papi y por la escalera hasta mi cuarto, el de Lelliot, el de mami y papi. Vuela por la casa porque es mi casa. Mi casa donde vivo.

Conozcamos a Cincuenta Sombras

Lunes, 9 de mayo de 2011

Mañana -murmuro para despedir a Claude Bastille, que está de pie en el umbral de mi oficina.

– Grey, ¿jugamos al golf esta semana? -Bastille sonríe con arrogancia, porque sabe que tiene asegurada la victoria en el campo de golf.

Se gira y se va y yo le veo alejarse con el ceño fruncido. Lo que me ha dicho antes de irse solo echa sal en mis heridas, porque a pesar de mis heroicos intentos en el gimnasio esta mañana, mi entrenador personal me ha dado una buena paliza. Bastille es el único que puede vencerme y ahora pretende apuntarse otra victoria en el campo de golf. Odio el golf, pero se hacen muchos negocios en las calles de los campos de ese deporte, así que tengo que soportar que me dé lecciones ahí también… Y aunque no me guste admitirlo, Bastille ha conseguido que mejore mi juego.

Mientras miro la vista panorámica de Seattle, el hastío ya familiar se cuela en mi mente. Mi humor está tan gris y aburrido como el cielo. Los días se mezclan unos con otros y soy incapaz de diferenciarlos. Necesito algún tipo de distracción. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los confines siempre constantes de mi despacho, me encuentro inquieto. No debería estar así, no después de varios asaltos con Bastille. Pero así me siento.

Frunzo el ceño. Lo cierto es que lo único que ha captado mi interés recientemente ha sido la decisión de enviar dos cargueros a Sudán. Eso me recuerda que se supone que Ros tenía que haberme pasado ya los números y la logística. ¿Por qué demonios se estará retrasando? Miro mi agenda y me acerco para coger el teléfono con intención de descubrir qué está pasando.

¡Oh, Dios! Tengo que soportar una entrevista con la persistente señorita Kavanagh para la revista de la facultad. ¿Por qué demonios accedería? Odio las entrevistas: preguntas insulsas que salen de la boca de imbéciles insulsos, mal informados e insustanciales. Suena el teléfono.

– Sí -le respondo bruscamente a Andrea como si ella tuviera la culpa. Al menos puedo hacer que la entrevista dure lo menos posible.

– La señorita Anastasia Steele está esperando para verle, señor Grey.

– ¿Steele? Esperaba a Katherine Kavanagh.

– Pues es Anastasia Steele quien está aquí, señor.

Frunzo el ceño. Odio los imprevistos.

– Dile que pase -murmuro consciente de que sueno como un adolescente enfurruñado, pero no me importa una mierda.

Bueno, bueno… parece que la señorita Kavanagh no ha podido venir… Conozco a su padre: es el propietario de Kavanagh Media. Hemos hecho algunos negocios juntos y parece un tipo listo y un hombre racional. He aceptado la entrevista para hacerle un favor, uno que tengo intención de cobrarme cuando me convenga. Tengo que admitir que tenía una vaga curiosidad por conocer a su hija para saber si la astilla tiene algo que ver con el palo o no.

Oigo un golpe en la puerta que me devuelve a la realidad. Entonces veo una maraña de largo pelo castaño, pálidas extremidades y botas marrones que aterriza de bruces en mi despacho. Pongo los ojos en blanco y reprimo la irritación que me sale naturalmente ante tal torpeza. Me acerco enseguida a la chica, que está a cuatro patas en el suelo. La sujeto por los hombros delgados y la ayudo a levantarse.