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Nota media: 4 sobre 5

Formación anterior: Instituto de Montesano

Nota en examen de acceso a la universidad: 2150

Actividad laboraclass="underline" Ferretería Clayton’s

NW Vancouver Drive, Portland, Oregón (a tiempo parcial)

Padre: Franklin A. Lambert

– fecha de nacimiento: 1 de septiembre de 1969 -fallecido el 11 de septiembre de 1989.

Madre: Carla May Wilks Adams

– fecha de nacimiento: 18 de julio de 1970

– casada con Frank Lambert el 1 de marzo 1989; enviudó el 11 de septiembre de 1989

– casada con Raymond Steele el 6 de junio de 1990; divorciada el 12 de julio de 2006

– casada con Stephen M. Morton el 16 de agosto de 2006; divorciada el 31 de enero de 2007

– casada con Robbin (Bob) Adams el 6 de abril de 2009

Afiliaciones políticas: No se le conocen

Afiliaciones religiosas: No se le conocen

Orientación sexuaclass="underline" Desconocida

Relaciones sentimentales: Ninguna en la actualidad

Estudio el escueto informe por centésima vez desde que lo recibí hace dos días, buscando alguna pista sobre la enigmática señorita Anastasia Rose Steele. No puedo sacármela de la cabeza y está empezando a irritarme de verdad. Esta pasada semana, durante unas reuniones particularmente aburridas, me he encontrado reproduciendo de nuevo la entrevista en mi cabeza. Sus dedos torpes con la grabadora, la forma en que se colocaba el pelo detrás de la oreja, cómo se mordía el labio. Sí. Eso de morderse el labio me tiene loco.

Y ahora aquí estoy, aparcado delante de Clayton’s, la modesta ferretería en las afueras de Portland donde ella trabaja.

Eres un idiota, Grey. ¿Por qué estás aquí?

Sabía que iba a acabar así. Toda la semana… Sabía que tenía que verla de nuevo. Lo supe desde que pronunció mi nombre en el ascensor y desapareció en las profundidades de mi edificio. He intentado resistirme. He esperado cinco días, cinco putos días para intentar olvidarme de ella. Y yo no espero. No me gusta esperar… para nada. Nunca antes he perseguido activamente a una mujer. Las mujeres han entendido siempre lo que quería de ellas. Ahora temo que la señorita Steele sea demasiado joven y no le interese lo que tengo que ofrecer… ¿Le interesará? ¿Podría ser una buena sumisa? Niego con la cabeza. Solo hay una forma de averiguarlo… Por eso estoy aquí como un gilipollas, sentado en un aparcamiento de las afueras en un barrio de Portland muy deprimente.

Su informe no me ha desvelado nada reseñable. Excepto el último dato, que no abandona mi mente. Y es la razón por la que estoy aquí. ¿Por qué no tiene novio, señorita Steele? «Orientación sexuaclass="underline" desconocida.» Tal vez sea gay. Río entre dientes, pensando que es poco probable. Recuerdo la pregunta que me hizo durante la entrevista, su vergüenza, cómo se sonrojó con ese rubor rosa pálido… Mierda. Llevo sufriendo esos pensamientos absurdos desde que la conocí.

Por eso estás aquí.

Estoy deseando volver a verla… Esos ojos azules me persiguen, incluso en sueños. No le he hablado de ella a Flynn, y me alegro de no haberlo hecho porque ahora me estoy comportando como un acosador. Tal vez debería contárselo. Pongo los ojos en blanco. No quiero que me vuelva loco con su última mierda de terapia centrada en la solución. Solo necesito una distracción… Y ahora mismo la única distracción que quiero trabaja de cajera en una ferretería.

Ya has venido hasta aquí. Vamos a ver si la pequeña señorita Steele es tan atractiva como la recuerdas. Ha llegado la hora del espectáculo, Grey. Salgo del coche y cruzo el aparcamiento hasta la puerta principal. Suena una campana con un tono electrónico cuando entro.

La tienda es más grande de lo que parece desde fuera, y aunque es casi la hora de comer, el lugar está tranquilo teniendo en cuenta que es sábado. Hay pasillos y pasillos llenos de los artículos habituales de una tienda de esas características. Se me habían olvidado las posibilidades que una ferretería le ofrece a alguien como yo. Normalmente compro lo que necesito por internet, pero ya que estoy aquí, voy a llevarme unas cuantas cosas: velcro, anillas… Sí. Encontraré a la deliciosa señorita Steele y me divertiré un poco.

Solo necesito tres segundos para localizarla. Está encorvada sobre el mostrador, mirando fijamente la pantalla del ordenador y comiendo un bagel distraída. Sin darse cuenta se quita un resto de la comisura de la boca con el dedo, se mete el dedo en la boca y lo chupa. Mi polla se agita en respuesta a ese gesto. ¡Joder! ¿Es que acaso tengo catorce años? Mi reacción es muy irritante. Tal vez consiga detener esta respuesta adolescente si la esposo, me la follo y la azoto con el látigo… y no necesariamente en ese orden. Sí. Eso es lo que necesito.

Está muy concentrada en su tarea y eso me da la oportunidad de observarla. Al margen de mis pensamientos perversos, es atractiva, bastante atractiva. La recordaba bien.

Ella levanta la vista y se queda petrificada mirándome con sus ojos inteligentes y penetrantes, del más azul de los azules, que parecen poder ver a través de mí. Es tan inquietante como la primera vez que la vi. Solo se queda mirando, sorprendida creo, y no sé si eso es una respuesta buena o mala.

– Señorita Steele, qué agradable sorpresa.

– Señor Grey -susurra jadeante y ruborizada. Ah… es una buena respuesta.

– Pasaba por aquí. Necesito algunas cosas. Es un placer volver a verla, señorita Steele. -Un verdadero placer. Va vestida con una camiseta ajustada y vaqueros, nada que ver con la ropa sin forma que llevaba el otro día. Ahora es todo piernas largas, cintura estrecha y tetas perfectas. Sigue mirándome con la boca abierta y tengo que resistir la tentación de acercar la mano y empujarle un poco la barbilla para cerrarle la boca. He volado desde Seattle solo para verla y con lo que tengo delante ahora creo que ha merecido la pena el viaje.

– Ana. Me llamo Ana. ¿En qué puedo ayudarle, señor Grey? -Inspira hondo, cuadra los hombros igual que hizo durante la entrevista, y me dedica una sonrisa falsa que estoy seguro de que reserva para los clientes.

Empieza el juego, señorita Steele.

– Necesito un par de cosas. Para empezar, bridas para cables.

Sus labios se separan un poco al inhalar bruscamente.

Le sorprendería saber lo que puedo hacer con ellas, señorita Steele…

– Tenemos varias medidas. ¿Quiere que se las muestre?

– Sí, por favor. La acompaño, señorita Steele.

Sale de detrás del mostrador y señala uno de los pasillos. Lleva unas zapatillas Converse. Sin darme cuenta me pregunto qué tal le quedaría unos tacones de vértigo. Louboutins… Nada más que Louboutins.

– Están con los artículos de electricidad, en el pasillo número ocho. -Le tiembla la voz y se sonroja… otra vez.

Le afecto. La esperanza nace en mi pecho. No es gay. Sonrío para mis adentros.

– La sigo -murmuro y extiendo la mano para señalarle que vaya delante. Si ella va delante tengo tiempo y espacio para admirar ese culo fantástico. La verdad es que lo tiene todo: es dulce, educada y bonita, con todos los atributos físicos que yo valoro en una sumisa. Pero la pregunta del millón de dólares es: ¿podría ser una sumisa? Seguro que no sabe nada de ese estilo de vida (mi estilo de vida), pero me encantaría introducirla en ese mundo. Te estás adelantando mucho, Grey.

– ¿Ha venido a Portland por negocios? -pregunta interrumpiendo mis pensamientos. Habla en voz alta, intentando fingir desinterés. Hace que tenga ganas de reír; es refrescante. Las mujeres no suelen hacerme reír.

– He ido a visitar el departamento de agricultura de la universidad, que está en Vancouver -miento. De hecho he venido a verla a usted, señorita Steele.