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– No, Anastasia. Yo soy el hombre afortunado.

– Gracias. -Me pongo de puntillas, le rodeo el cuello con los brazos y le doy un beso, no por regalarme la pulsera, sino por ser mío.

De vuelta, en el coche está muy callado y mira por la ventanilla a los campos de girasoles que siguen al sol en su recorrido por el cielo, disfrutando de su calor. Uno de los gemelos (creo que es Gaston) conduce y Taylor está sentado delante a su lado. Christian está rumiando algo. Le cojo la mano y se la aprieto un poco. Me mira y me suelta la mano para acariciarme la rodilla. Llevo una falda corta con vuelo azul y blanca y una camiseta ajustada sin mangas también azul. Christian se queda dudando y no sé si su mano va a subir por mi muslo o bajar por la pantorrilla. Me pongo tensa por la anticipación que me provoca el suave contacto de sus dedos y aguanto la respiración. ¿Qué va a hacer? Escoge ir hacia abajo y de repente me agarra el tobillo y se pone mi pie en el regazo. Giro sobre mi trasero para quedar de cara a él en el asiento de atrás del coche.

– Quiero el otro también.

Miro nerviosamente a Taylor y a Gaston, que mantiene los ojos fijos en la carretera que tenemos por delante, y pongo el otro pie en su regazo. Con la mirada tranquila extiende la mano y pulsa un botón que hay en su puerta. Delante de nosotros sale de un panel una pantalla ligeramente tintada y empieza a cerrarse. Diez segundos después estamos solos. Uau… Ahora entiendo por qué la parte de atrás de este coche es tan amplia.

– Quiero verte los tobillos -me explica Christian. Su mirada transmite ansiedad. ¿Las marcas de las esposas? Oh, pensé que ya habíamos hablado suficiente de eso. Si tengo marcas, quedan ocultas por las tiras de las sandalias. No recuerdo haber visto ninguna esta mañana. Me acaricia suavemente con el pulgar el empeine del pie derecho y eso hace que me retuerza un poco. Una sonrisa juguetea en sus labios mientras me suelta diestramente las tiras. Su sonrisa desaparece cuando se encuentra con las marcas rojas.

– No me duelen -le repito.

Me mira con expresión triste y la boca convertida en una fina línea. Asiente como si aceptara mi palabra y yo sacudo el pie para librarme de la sandalia, que cae al suelo. Pero sé que ya le he perdido. Está distraído, rumiando algo, me acaricia el pie mecánicamente mientras mira por la ventanilla del coche.

– Oye, ¿qué esperabas? -le pregunto con dulzura.

Me mira y se encoge de hombros.

– No esperaba sentirme como me siento cuando veo esas marcas -me responde.

Oh… Reticente en un momento y comunicativo al siguiente. Cincuenta… ¿Cómo voy a ser capaz de seguirle?

– ¿Y cómo te sientes?

Me mira con los ojos sombríos.

– Incómodo -dice en voz baja.

¡Oh, no! Me desabrocho el cinturón de seguridad y me acerco a él sin bajar los pies de su regazo. Quiero sentarme ahí y abrazarlo, y lo haría si solo estuviera Taylor en el asiento de delante. Pero saber que Gaston también está ahí me frena a pesar del cristal tintado. Si fuera un poco más oscuro… Le agarro las manos.

– Lo que no me gusta son los chupetones -le digo en un susurro-. Lo demás… lo que hiciste… -bajo la voz todavía más- con las esposas, eso me gustó. Bueno, algo más que gustarme. Fue alucinante. Puedes volver a hacérmelo cuando quieras.

Se revuelve en su asiento.

– ¿Alucinante?

La diosa que llevo dentro levanta la vista de su libro de Jackie Collins, sorprendida.

– Sí -le digo sonriendo. Su paquete está justo debajo de mis pies y noto que empieza a ponerse duro. Flexiono los dedos del pie y veo más que oigo su repentina inhalación y cómo se separan sus labios.

– Debería ponerse el cinturón, señora Grey. -Su voz suena ronca y yo repito la flexión de mis dedos. Vuelve a inhalar y los ojos se le van oscureciendo a la vez que me agarra el tobillo a modo de advertencia. ¿Quiere que pare? ¿O que continúe? Se queda quieto bruscamente, frunce el ceño y saca del bolsillo la BlackBerry que va con él a todas partes para atender una llamada. Mira el reloj y frunce el ceño un poco más.

– Barney -contesta.

Mierda. El trabajo nos vuelve a interrumpir. Trato de retirar el pie, pero él me agarra el tobillo con más fuerza para evitarlo.

– ¿En la sala del servidor? -dice incrédulo-. ¿Se activó el sistema de supresión de incendios?

¡Un incendio! Intento apartar de nuevo los pies de su regazo y esta vez me lo permite. Me siento correctamente, me abrocho el cinturón y jugueteo nerviosa con la pulsera de treinta mil euros. Christian vuelve a apretar el botón de la puerta y el cristal tintado baja.

– ¿Hay alguien herido? ¿Daños? Ya veo… ¿Cuándo? -Consulta otra vez su reloj y después se pasa los dedos por el pelo-. No. Ni los bomberos ni la policía. Todavía no, al menos.

¿Un incendio? ¿En la oficina de Christian? Le miro con la boca abierta, mi mente a mil por hora. Taylor se gira para poder oír la conversación.

– ¿Eso ha hecho? Bien… Vale. Quiero un informe detallado de daños. Y una lista de todos los que hayan entrado en los últimos cinco días, incluyendo el personal de limpieza… Localiza a Andrea y que me llame… Sí, parece que el argón ha sido eficaz. Vale su peso en oro…

¿Informe de daños? ¿Argón? Me suena lejanamente de alguna clase de química… Creo que es un elemento de la tabla periódica.

– Ya me doy cuenta de que es pronto… Infórmame por correo electrónico dentro de dos horas… No, necesito saberlo. Gracias por llamar. -Christian cuelga e inmediatamente marca otro número en la BlackBerry.

– Welch… Bien… ¿Cuándo? -Christian vuelve a mirar el reloj-. Una hora… sí… Veinticuatro horas, siete días en el almacenamiento de datos externo… Bien. -Cuelga.

– Philippe, necesito estar a bordo en una hora.

– Sí, monsieur.

Mierda, es Philippe, no Gaston. El coche acelera. Christian me mira con una expresión inescrutable.

– ¿Hay alguien herido? -le pregunto.

Christian niega con la cabeza.

– Muy pocos daños. -Estira el brazo, me coge la mano y me la aprieta tranquilizador-. No te preocupes por eso. Mi equipo se está ocupando de ello. -Y ahí está el presidente, al mando, ejerciendo el control, sin ponerse nervioso.

– ¿Dónde ha sido el incendio?

– En la sala del servidor.

– ¿En las oficinas de Grey Enterprises?

– Sí.

Me está dando respuestas telegráficas, así que me doy cuenta de que no quiere hablar de ello.

– ¿Por qué ha habido tan pocos daños?

– La sala del servidor tiene un sistema de supresión de incendios muy sofisticado.

Claro…

– Ana, por favor… no te preocupes.

– No estoy preocupada -miento.

– No estamos seguros de que haya sido provocado -me dice afrontando directamente la razón de mi ansiedad.

Me llevo la mano a la garganta por el miedo. Primero lo de Charlie Tango y ahora esto…

¿Qué será lo siguiente?

4

Estoy inquieta. Christian lleva encerrado en el estudio del barco más de una hora. He intentado leer, ver la televisión, tomar el sol (completamente vestida…), pero no puedo relajarme y tampoco librarme de este nerviosismo. Me cambio para ponerme unos pantalones cortos y una camiseta, me quito la pulsera escandalosamente cara y voy en busca de Taylor.

– Señora Grey -me saluda levantando la vista de su novela de Anthony Burgess, sorprendido. Está sentado en la salita que hay junto al estudio de Christian.

– Me gustaría ir de compras.

– Sí, señora -dice poniéndose en pie.

– Quiero llevarme la moto de agua.

Se queda boquiabierto.

– Eh… -Frunce el ceño; no sabe qué decirme.

– No quiero molestar a Christian con esto.

Él contiene un suspiro.

– Señora Grey… Mmm… No creo que al señor Grey le guste eso y yo preferiría no perder mi trabajo.