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¡Oh, por todos los santos…! Tengo ganas de poner los ojos en blanco, pero en vez de eso, los entorno y suspiro profundamente para expresar, espero, la cantidad adecuada de indignación frustrada por no ser la dueña de mi propio destino. Pero no quiero que Christian se enfade con Taylor (ni conmigo, la verdad). Paso delante de él caminando confiadamente, llamo a la puerta del estudio y entro.

Christian está al teléfono, inclinado sobre el escritorio de caoba. Levanta la vista.

– Andrea, ¿puedes esperar un momento, por favor? -dice por el teléfono con expresión seria. Me mira educadamente expectante. Mierda. ¿Por qué me siento como si estuviera en el despacho del director? Este hombre me tuvo esposada ayer. Me niego a sentirme intimidada por él. Es mi marido, maldita sea. Me yergo y le muestro una amplia sonrisa.

– Me voy de compras. Me llevaré a alguien de seguridad conmigo.

– Bien, llévate a uno de los gemelos y también a Taylor -me dice. Lo que está pasando debe de ser serio porque no me hace ninguna objeción. Me quedo de pie mirándole, preguntándome si puedo ayudar en algo-. ¿Algo más? -añade impaciente. Quiere que me vaya.

– ¿Necesitas que te traiga algo? -le pregunto.

Él me dedica una sonrisa dulce y tímida.

– No, cariño, estoy bien. La tripulación se ocupará de mí.

– Vale. -Quiero darle un beso. Demonios, puedo hacerlo… ¡Es mi marido! Me acerco decidida y le doy un beso en los labios, lo que le sorprende.

– Andrea, te llamo luego -dice por el teléfono. Deja la BlackBerry en el escritorio, me acerca a él para abrazarme y me da un beso apasionado. Cuando me suelta, estoy sin aliento. Me mira con los ojos oscuros y llenos de deseo-. Me distraes. Necesito solucionar esto para poder volver a mi luna de miel. -Me recorre la cara con el dedo índice y me acaricia la barbilla, haciendo que levante la cabeza.

– Vale, perdona.

– No te disculpes. Me encanta que me distraigas. -Me da un beso en la comisura de la boca-. Vete a gastar dinero -dice liberándome.

– Lo haré. -Le sonrío y salgo del estudio. Mi subconsciente niega con la cabeza y frunce los labios: No le has dicho que querías coger la moto de agua, me regaña con voz cantarina. La ignoro… ¡Arpía!

Taylor está esperando.

– Todo aclarado con el alto mando… ¿Podemos irnos? -Le sonrío intentando no mostrar sarcasmo en mi voz. Taylor no oculta su sonrisa de admiración.

– Después de usted, señora Grey.

Taylor me explica pacientemente los controles de la moto de agua y cómo conducirla. Transmite una especie de autoridad tranquila y amable; es un buen profesor. Estamos en la lancha motora, cabeceando y meciéndonos en las tranquilas aguas del puerto junto al Fair Lady. Gaston nos observa, su expresión oculta por las gafas de sol, y un miembro de la tripulación se ocupa de manejar la lancha. Vaya… Tengo a tres personas pendientes de mí solo porque me apetece ir de compras. Es ridículo.

Me ciño el chaleco salvavidas y miro a Taylor con una sonrisa encantadora. Él me tiende la mano para ayudarme a subir a la moto de agua.

– Átese la cinta de la llave del contacto a la muñeca, señora Grey. Si se cae, el motor se parará de forma automática -me aconseja.

– Vale.

– ¿Lista?

Asiento entusiasmada.

– Pulse el botón de encendido cuando esté a un metro y medio del barco. La seguiremos.

– De acuerdo.

Empuja la moto para que se aparte de la lancha y me alejo flotando hacia al puerto. Cuando Taylor me da la señal, pulso el botón y el motor cobra vida con un rugido.

– ¡Bien, señora Grey, poco a poco! -me grita Taylor.

Aprieto el acelerador. La moto de agua se lanza hacia delante y de repente se para. ¡Mierda! ¿Cómo lo hace Christian para que parezca tan fácil? Lo intento de nuevo y de nuevo se para. ¡Mierda, mierda!

– ¡Tiene que mantener la potencia, señora Grey!

– Sí, sí, sí… -murmuro entre dientes. Lo intento una vez más apretando la palanca muy suavemente y la moto vuelve a lanzarse hacia delante, pero esta vez sigue sin detenerse. ¡Sí! Y avanza un poco más. ¡Ja! ¡Sigue avanzando! Tengo ganas de gritar por la emoción, pero me controlo. Me voy alejando del yate hacia el puerto. Detrás de mí oigo el ruido ronco de la lancha. Aprieto el acelerador un poco más y la moto coge velocidad, deslizándose por el agua. Noto la brisa cálida en el pelo y la fina salpicadura del agua del mar y me siento libre. ¡Esto es genial! No me extraña que Christian nunca me deje conducirla. En vez de dirigirme a la orilla y acabar con la diversión, giro para rodear el majestuoso Fair Lady. Uau… Esto es divertidísimo. Ignoro a Taylor y al resto de la gente que me sigue y aumento la velocidad una vez más mientras rodeo el barco. Cuando completo el círculo, veo a Christian en la cubierta. Creo que me mira con la boca abierta, pero desde esta distancia es difícil decirlo. Valientemente suelto una mano del manillar y le saludo con entusiasmo. Parece petrificado, pero al final levanta la mano de una forma un poco rígida. No puedo distinguir su expresión, pero algo me dice que es mejor así. Terminada la vuelta decido dirigirme al puerto deportivo acelerando por el agua azul del Mediterráneo, que brilla bajo el sol de última hora de la tarde.

En el muelle espero a que Taylor amarre la lancha. Tiene la expresión lúgubre y se me cae el alma a los pies, aunque Gaston parece algo divertido. Me pregunto si habrá habido algún incidente que haya enturbiado las relaciones galo-americanas, pero en el fondo me doy cuenta de que seguramente el problema soy yo. Gastón salta de la lancha y la amarra mientras Taylor me hace señas para que me sitúe a un lado de la embarcación. Con mucho cuidado acerco la moto a la lancha y yo quedo a su altura. Su expresión se suaviza un poco.

– Apague el motor, señora Grey -me dice con tranquilidad estirándose para coger el manillar y tendiéndome una mano para ayudarme a pasar a la lancha.

Subo a bordo con agilidad, sorprendida de no haberme caído.

– Señora Grey -dice Taylor algo nervioso y sonrojándose-, al señor Grey no le ha gustado mucho que haya conducido la moto de agua. -Es evidente que está a punto de morirse de la vergüenza y me doy cuenta de que seguramente ha recibido una llamada enfurecida de Christian. Oh, mi pobre marido, patológicamente sobreprotector, ¿qué voy a hacer contigo?

Sonrío a Taylor para tranquilizarlo.

– Bueno, Taylor, el señor Grey no está aquí y si no le ha gustado, estoy segura de que tendrá la cortesía de decírmelo en persona cuando vuelva a bordo.

Taylor hace una mueca de dolor.

– Está bien, señora Grey -me dice y me tiende el bolso.

Cuando bajo de la lancha veo el destello de una sonrisa reticente en los labios de Taylor y eso me da ganas de sonreír a mí también. Le tengo cariño a Taylor, pero no me gusta que me regañe… No es ni mi padre ni mi marido.

Suspiro. Christian estará furioso… Y ya tiene suficientes cosas de las que preocuparse en este momento. ¿En qué estaría pensando? Mientras estoy de pie en el muelle esperando a que Taylor baje de la lancha, siento que mi BlackBerry vibra dentro del bolso y me pongo a rebuscar hasta que la encuentro. «Your Love Is King» de Sade es el tono de llamada que tiene Christian… y solo Christian.

– Hola.

– Hola -responde.

– Volveré en la lancha. No te enfades.

Oigo su exclamación silenciosa de sorpresa.

– Mmm…

– Pero ha sido divertido -le susurro.

Suspira.

– Bueno, no quisiera estropearle la diversión, señora Grey. Pero ten cuidado. Por favor.

Oh, madre mía. ¡Me ha dado permiso para divertirme!

– Lo tendré. ¿Quieres algo de la ciudad?

– Solo a ti, entera.

– Haré todo lo que pueda para conseguirlo, señor Grey.

– Me alegro de oírlo, señora Grey.

– Nos proponemos complacer -le respondo con una sonrisa.