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Se encoge de hombros y una vez más sus ojos se van a mi muñeca, donde estaba la pulsera que me ha comprado. ¡Bingo!

– Christian, estas marcas no importan -le aseguro levantando la muñeca y señalando la marca-. Me diste una palabra de seguridad. Mierda, Christian… Lo de ayer fue divertido. Disfruté. No te machaques con eso. Me gusta el sexo duro, ya te lo he dicho. -Me ruborizo hasta ponerme escarlata a la vez que intento sofocar el pánico que empiezo a sentir.

Me mira fijamente y no tengo ni idea de lo que está pensando. Tal vez esté sopesando mis palabras. Continúo tartamudeando un poco.

– ¿Es por el incendio? ¿Crees que hay alguna conexión con lo de Charlie Tango? ¿Por eso estás preocupado? Habla conmigo, Christian, por favor.

No aparta la mirada de mí pero tampoco dice nada y el silencio se cierne sobre nosotros otra vez, como esta misma tarde. ¡Maldita sea! No me va a decir nada, lo sé.

– No le des más vueltas a esto, Christian -le regaño en voz baja y las palabras resuenan en mi cabeza, removiendo un recuerdo del pasado reciente: lo que él me dijo acerca de su estúpido contrato. Extiendo la mano, cojo la caja de su regazo y la abro. Me observa pasivamente, como si fuera una criatura extraterrestre fascinante. Sé que el vendedor de la tienda, muy amablemente, ha dejado la cámara lista para usarla, así que la saco de la caja y le quito la tapa a la lente. Le apunto y su hermosa cara llena de ansiedad queda justo en el centro del marco. Pulso el botón y lo mantengo presionado y diez fotos de la expresión alarmada de Christian quedan capturadas digitalmente para la posteridad.

– Pues yo te acabo de convertir en un objeto a ti -le digo volviendo a pulsar el obturador. En el último momento sus labios se curvan casi imperceptiblemente. Vuelvo a pulsarlo y esta vez está sonriendo… Una sonrisita, pero sonrisa al fin y al cabo. Pulso el botón otra vez y veo que se relaja físicamente y hace un mohín, completamente falso, un ridículo mohín de personaje de Acero azul y eso me hace reír. Oh, gracias a Dios. El señor Temperamental ha vuelto… Y nunca me he alegrado tanto de verlo.

– Creía que era un regalo para mí -dice enfurruñado, aunque creo que es fingido.

– Bueno, se suponía que tenía que ser algo divertido, pero parece que es un símbolo de la opresión de la mujer -le respondo haciéndole más fotos y viendo en un primer plano como la diversión crece en su cara. Entonces sus ojos se oscurecen y su expresión se vuelve depredadora.

– ¿Quieres sentirte oprimida? -susurra con una voz suave como la seda.

– No. Oprimida no… -murmuro a la vez que le hago otra foto.

– Yo podría oprimirla muy bien, señora Grey -me amenaza con voz ronca.

– Sé que puede, señor Grey. Y lo hace con frecuencia.

Su cara se pone triste. Mierda. Bajo la cámara y le miro.

– ¿Qué pasa, Christian? -Mi voz rezuma frustración. ¡Dímelo!

No dice nada. ¡Arrrggg! Me saca de quicio. Me acerco la cámara al ojo otra vez.

– Dímelo -insisto.

– No pasa nada -dice y de repente desaparece del visor. En un movimiento rápido y ágil tira la caja de la cámara al suelo del camarote, me agarra, me tumba sobre la cama y se sienta a horcajadas sobre mí.

– ¡Oye! -exclamo y le hago más fotos mientras me sonríe con oscura resolución. Agarra la cámara por la lente y la fotógrafa se convierte en la fotografiada cuando me apunta con la Nikon y presiona el botón del obturador.

– ¿Así que quiere que le haga fotos, señora Grey? -me dice divertido. De su cara no puedo ver más que el pelo alborotado y la amplia sonrisa de su boca bien delineada-. Bien, pues para empezar, creo que deberías estar riéndote -continúa y me hace cosquillas sin piedad bajo las costillas, lo que hace que chille, me retuerza, me ría y le agarre la muñeca en un vano intento de detenerle. Su sonrisa se hace más amplia y vuelve a hacerme fotos.

– ¡No! ¡Para! -le grito.

– ¿Estás de broma? -gruñe y deja la cámara a un lado para poder torturarme con ambas manos.

– ¡Christian! -protesto sin dejar de reírme y de resoplar. Nunca me había hecho cosquillas antes. ¡Joder, basta! Muevo la cabeza de lado a lado e intento escapar de debajo de su cuerpo y apartarle las manos sin dejar de reír, pero es implacable. No deja de sonreír, disfrutando de mi tormento.

– ¡Christian, para! -le suplico y se detiene de repente. Me coge las dos manos, me las sujeta a ambos lados de la cabeza y se inclina sobre mí. Estoy sin aliento, jadeando por la risa. Su respiración es tan agitada como la mía y me está mirando con… ¿qué? Mis pulmones dejan de funcionar. ¿Asombro? ¿Amor? ¿Veneración? Dios, esa mirada…

– Eres. Tan. Hermosa -dice entre jadeos.

Le miro a esa cara que tanto quiero hipnotizada por la intensidad de su mirada; es como si me estuviera viendo por primera vez. Se inclina más, cierra los ojos y me besa, embelesado. Su respuesta despierta mi libido… Verle así, anulado, por mí… Oh, Dios mío… Me suelta las manos y enrosca los dedos en mi pelo, manteniéndome donde estoy sin ejercer fuerza. Mi cuerpo se eleva y se llena de excitación en respuesta a su beso. Y de repente cambia la naturaleza del beso; ya no es dulce y lleno de veneración y admiración. Ahora se vuelve carnal, profundo, devorador… Su lengua me invade la boca, cogiendo y no dando, en un beso con un punto desesperado y necesitado. Mientras el deseo se va extendiendo por mi sangre, despertando a los músculos y los tendones a su paso, siento un escalofrío de alarma.

Oh, Cincuenta, ¿qué pasa?

Inspira bruscamente y gruñe.

– Oh, pero qué haces conmigo… -murmura, salvaje y perdido. Con un movimiento rápido se tumba sobre mí y me aprieta contra el colchón. Con una mano me coge la barbilla y con la otra me recorre el cuerpo, los pechos, la cintura, la cadera y el culo. Vuelve a besarme y mete la pierna entre las mías, me levanta la rodilla y se aprieta contra mí, con la erección tensando su ropa y presionando contra mi sexo. Doy un respingo y gimo junto a sus labios, perdiendo de la cabeza por la pasión. No hago caso a las alarmas distantes que suenan en el fondo de mi mente. Sé que me desea, que me necesita y cuando intenta comunicarse conmigo, esta es su forma preferida de expresión. Le beso con total abandono, deslizando los dedos entre su pelo, cerrando las manos y aferrándome con fuerza. Sabe tan bien y huele a Christian, mi Christian.

De repente se para, se levanta y tira también de mí de modo que me quedo de pie delante de él, todavía perpleja. Me desabrocha el botón de los pantalones cortos y se arrodilla apresuradamente para bajármelos junto con las bragas de un tirón. Antes de que me dé tiempo a respirar de nuevo, estoy otra vez tirada sobre la cama debajo de él, que ya se está desabrochando la bragueta. ¡Uau! No se va a quitar la ropa ni a mí la camiseta. Me sujeta la cabeza y sin ningún tipo de preámbulo se introduce en mi interior con una embestida, haciendo que dé un grito, más de sorpresa que de ninguna otra cosa. Oigo el siseo de su respiración entre dientes.

– Sssí -susurra junto a mi oído.

Se queda quieto y después gira la cadera una vez para introducirse más adentro, haciéndome gemir.

– Te necesito -gruñe con la voz baja y ronca. Me roza la mandíbula con los dientes, mordiendo, succionando y después me besa otra vez con brusquedad. Le rodeo con las piernas y los brazos, acunándolo y apretándolo contra mí, decidida a hacer desaparecer lo que sea que le preocupa.