Выбрать главу

Empieza a moverse una y otra vez, frenético, primitivo, desesperado. Yo, antes de perderme en ese ritmo loco que ha establecido, me pregunto una vez más qué le estará llevando a esto, qué le preocupa. Pero mi cuerpo toma el control y ahoga el pensamiento, acelerando y aumentando las sensaciones hasta que me inundan y voy al encuentro de cada embestida. Escucho su respiración difícil, trabajosa y feroz junto a mi oreja. Sé que está perdido en mí. Gimo en voz alta y jadeo. Esa necesidad que tiene de mí es tremendamente erótica. Estoy llegando… llegando… y él me está llevando más allá, abrumándome, arrastrándome con él. Esto es lo que quiero. Lo quiero tanto… por él y por mí.

– Córrete conmigo -jadea y se eleva un poco de forma que tengo que soltarle-. Abre los ojos -me ordena-. Necesito verte. -Su voz es urgente, implacable.

Parpadeo para abrir los ojos un momento y lo veo sobre mí: la cara tensa por la pasión, los ojos salvajes y brillantes. Su pasión y su amor son mi liberación y cuando veo la señal dejo que me embargue el orgasmo, echo atrás la cabeza y mi cuerpo late a su alrededor.

– ¡Oh, Ana! -grita y se une a mi clímax, empujando hacia mi interior. Después se queda quieto y cae sobre mí. Rueda hacia un lado para que yo quede encima. Él sigue en mi interior. Cuando los efectos del orgasmo remiten y mi cuerpo se calma, quiero hacer un comentario sobre eso de ser convertida en objeto y oprimida, pero me muerdo la lengua porque no estoy segura de cuál es su estado de ánimo. Le miro para examinarle la cara. Tiene los ojos cerrados y me rodea con los brazos, abrazándome fuerte. Le doy un beso en el pecho a través de la fina tela de su camisa de lino.

– Dime, Christian, ¿qué ocurre? -le pregunto en voz baja y espero nerviosa a ver si ahora, saciado por el sexo, está dispuesto a contármelo. Siento que me abraza un poco más fuerte, pero esa es su única respuesta. No va a hablar.

La inspiración me surge de repente.

– Prometo serte fiel en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo y en las alegrías y en las penas -le digo en un susurro.

Se queda petrificado. Solo abre mucho sus ojos insondables y me mira mientras sigo recitando los votos matrimoniales.

– Y prometo quererte incondicionalmente, apoyarte para que consigas tus objetivos y tus sueños, honrarte y respetarte, reír y llorar contigo, compartir tus esperanzas y tus sueños y darte consuelo en momentos de necesidad. -Me detengo deseando que me hable. Sigue observándome con los labios abiertos, pero no dice nada-. Y amarte hasta que la muerte nos separe -finalizo con un suspiro.

– Oh, Ana… -susurra y vuelve a moverse para que quedemos el uno al lado del otro, lo que rompe nuestro precioso contacto. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos-. Prometo cuidarte y mantener en lo más profundo de mi corazón esta unión y a ti -susurra de nuevo, con la voz ronca-. Prometo amarte fielmente, renunciando a cualquier otra, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, nos lleve la vida donde nos lleve. Te protegeré, confiaré en ti y te guardaré respeto. Compartiré contigo las alegrías y las penas y te consolaré en tiempos de necesidad. Prometo que te amaré y animaré tus esperanzas y tus sueños y procuraré que estés segura a mi lado. Todo lo que era mío, es nuestro ahora. Te doy mi mano, mi corazón y mi amor desde este momento y hasta que la muerte nos separe.

Se me llenan los ojos de lágrimas. Su expresión se suaviza y me mira.

– No llores -murmura deteniendo una lágrima con el pulgar y enjugándomela.

– ¿Por qué no hablas conmigo? Por favor, Christian.

Cierra los ojos como si estuviera soportando un gran dolor.

– Prometí darte consuelo en momentos de necesidad. Por favor, no me hagas romper mis votos -le suplico.

Suspira y abre los ojos. Tiene la expresión sombría.

– Ha sido provocado -me dice sin más explicaciones. De repente parece tan joven y tan vulnerable…

Oh, mierda.

– Y mi principal preocupación es que haya alguien por ahí que va a por mí. Y si va a por mí… -Se detiene, incapaz de continuar.

– Puede que me haga daño a mí -termino. Él se queda pálido y veo que por fin he descubierto la raíz de su ansiedad. Le acaricio la cara-. Gracias -le digo.

Frunce el ceño.

– ¿Por qué?

– Por decírmelo.

Niega con la cabeza y la sombra de una sonrisa asoma a sus labios.

– Puede ser muy persuasiva, señora Grey.

– Y tú puedes estar rumiando y tragándote todos sus sentimientos y preocupaciones hasta que revientes. Seguro que te mueres de un infarto antes de cumplir los cuarenta si sigues así, y yo te quiero a mi lado mucho más tiempo.

– Tú sí que me vas a matar. Al verte en la moto de agua… Casi me da un ataque al corazón. -Vuelve a tumbarse en la cama, se tapa los ojos con el brazo y siento que se estremece.

– Christian, es solo una moto de agua. Hasta los niños montan en esas motos. Y cuando vayamos a tu casa de Aspen y empiece a esquiar por primera vez, ¿cómo te vas a poner?

Abre la boca y se gira para mirarme. Me dan ganas de reírme al ver la expresión de angustia que muestra su cara.

– Nuestra casa -dice al fin.

Le ignoro.

– Soy una adulta, Christian, y mucho más dura de lo que crees. ¿Cuándo vas a aprender eso?

Se encoge de hombros y frunce los labios. Creo que es mejor cambiar de tema.

– ¿Sabe la policía lo del incendio provocado?

– Sí -asegura con expresión seria.

– Bien.

– Vamos a reforzar la seguridad -me dice práctico.

– Lo entiendo. -Bajo la mirada hacia su cuerpo. Todavía lleva los pantalones cortos y la camisa y yo la camiseta. Aquí te pillo, aquí te mato, un placer conocerla, señora… Pensar eso me hace reír.

– ¿Qué? -me pregunta Christian.

– Tú.

– ¿Yo?

– Sí, tú. Todavía estás vestido.

– Oh. -Se mira, después me mira a mí y una enorme sonrisa aparece en su cara-. Bueno, ya sabe lo difícil que me resulta mantener las manos lejos de usted, señora Grey… Sobre todo cuando te ríes como una niña.

Oh, sí, las cosquillas. Ah… Las cosquillas… Me muevo rápidamente y me coloco a horcajadas encima de él, pero se da cuenta inmediatamente de mis intenciones y me agarra las dos muñecas.

– No -me dice y lo dice en serio.

Hago un mohín, pero decido que no está preparado para eso.

– No, por favor -me pide-. No puedo soportarlo. Nunca me hicieron cosquillas cuando era pequeño. -Se queda callado y yo relajo las manos para que no tenga necesidad de sujetarme-. Veía a Carrick con Elliot y Mia, haciéndoles cosquillas, y parecía muy divertido pero yo… yo…

Le pongo el dedo índice sobre los labios.

– Chis, lo sé. -Le doy un suave beso en los labios, justo donde hace un segundo estaba mi dedo, y después me acurruco sobre su pecho. Ese dolor familiar empieza a crecer dentro de mí y surge una vez más la profunda compasión que siento en mi corazón por la infancia de Christian. Sé que haría cualquier cosa por ese hombre; le quiero tantísimo…

Me rodea con los brazos y hunde la nariz en mi pelo, inhalando profundamente mientras me acaricia la espalda. No sé cuánto tiempo estamos tumbados así, pero al rato rompo el silencio que hay entre nosotros.

– ¿Cuál ha sido la temporada más larga que has pasado sin ver al doctor Flynn?

– Dos semanas. ¿Por qué? ¿Sientes una necesidad irreprimible de hacerme cosquillas?

– No. -Río-. Creo que te ayuda.

Christian suelta una risa burlona.

– Más le vale. Le pago una buena suma de dinero para que lo haga. -Me aparta el pelo y me gira la cara para que lo mire. Levanto la cabeza y le miro a los ojos.

– ¿Está preocupada por mi bienestar, señora Grey? -me pregunta.