Выбрать главу

Le doy un beso en el pecho, un beso suave y casto, y le miro sonriéndole.

– Te vas a quemar -me susurra Christian al oído, despertándome bruscamente de mi siesta.

– Solo de deseo por ti. -Le dedico la más dulce de las sonrisas. El sol vespertino se ha desplazado y ahora estoy totalmente expuesta a sus rayos. Él me responde con una sonrisita y tira de mi tumbona con un movimiento rápido para ponerme bajo la sombrilla.

– Mejor lejos de este sol mediterráneo, señora Grey.

– Gracias por su altruismo, señor Grey.

– Un placer, señora Grey, pero no estoy siendo altruista en absoluto. Si te quemas, no voy a poder tocarte. -Alza una ceja y sus ojos brillan divertidos. El corazón se me derrite-. Pero sospecho que ya lo sabes y que te estás riendo de mí.

– ¿Tú crees? -pregunto fingiendo inocencia.

– Sí, eso creo. Lo haces a menudo. Es una de las muchas cosas que adoro de ti. -Se inclina y me da un beso, mordiéndome juguetón el labio inferior.

– Tenía la esperanza de que quisieras darme más crema solar -le digo haciendo un mohín muy cerca de sus labios.

– Señora Grey, me está usted proponiendo algo sucio… pero no puedo negarme. Incorpórate -me ordena con voz ronca.

Hago lo que me pide y con movimientos lentos y meticulosos de sus dedos fuertes y flexibles me cubre el cuerpo de crema.

– Eres preciosa. Soy un hombre con suerte -murmura mientras sus dedos pasan casi rozando mis pechos para extender la crema.

– Sí, cierto. Es usted un hombre afortunado, señor Grey. -Le miro a través de las pestañas con coqueta modestia.

– La modestia le sienta bien, señora Grey. Vuélvete. Voy a darte crema en la espalda.

Sonriendo, me doy la vuelta y él me desata la tira trasera del biquini obscenamente caro que llevo.

– ¿Qué te parecería si hiciera topless como las demás mujeres de la playa? -le pregunto.

– No me gustaría nada -me dice sin dudarlo-. Ni siquiera me gusta que lleves tan poca cosa como ahora. -Se acerca a mí inclinándose y me susurra al oído-. No tientes a la suerte.

– ¿Me está desafiando, señor Grey?

– No. Estoy enunciando un hecho, señora Grey.

Suspiro y sacudo la cabeza. Oh, Christian… mi posesivo y celoso obseso del control…

Cuando termina me da un azote en el culo.

– Ya está, señorita.

Su BlackBerry, omnipresente y siempre encendida, empieza a vibrar. Frunzo el ceño y él sonríe.

– Solo para mis ojos, señora Grey. -Levanta una ceja en una advertencia juguetona, me da otro azote y vuelve a su tumbona para contestar la llamada.

La diosa que llevo dentro ronronea. Tal vez esta noche podamos hacer algún tipo de espectáculo en el suelo solo para sus ojos. La diosa sonríe cómplice arqueando una ceja. Yo también sonrío por lo que estoy pensando y vuelvo a abandonarme a mi siesta.

– Mam’selle? Un Perrier pour moi, un Coca-Cola light pour ma femme, s’il vous plaît. Et quelque chose à manger… laissez-moi voir la carte.

Mmm… El fluido francés de Christian me despierta. Parpadeo un par de veces a causa de la luz del sol y cuando abro los ojos le encuentro observándome mientras una chica joven con librea se aleja con la bandeja en alto y una coleta alta y rubia oscilando provocativamente.

– ¿Tienes sed? -me pregunta.

– Sí -murmuro todavía medio dormida.

– Podría pasarme todo el día mirándote. ¿Estás cansada?

Me ruborizo.

– Es que anoche no dormí mucho.

– Yo tampoco. -Sonríe, deja la BlackBerry y se levanta. Los pantalones cortos se le caen un poco, de esa forma sugerente que tanto me gusta, dejando a la vista el bañador que lleva debajo. Después se quita los pantalones y las chanclas y yo pierdo el hilo de mis pensamientos-. Ven a nadar conmigo. -Me tiende la mano y yo le miro un poco aturdida-. ¿Nadamos? -repite ladeando un poco la cabeza y con una expresión divertida. Como no respondo, niega lentamente con la cabeza-. Creo que necesitas algo para despertarte. -De repente se lanza sobre mí y me coge en brazos. Yo chillo, más de sorpresa que de miedo.

– ¡Christian! ¡Bájame! -le grito.

Él ríe.

– Solo cuando lleguemos al mar, nena.

Varias personas que toman el sol en la playa nos miran con ese desinterés divertido tan típico de los monegascos, según acabo de descubrir, mientras Christian me lleva hasta el mar entre risas y empieza a sortear las olas.

Le rodeo el cuello con los brazos.

– No te atreverás -le digo casi sin aliento mientras intento sofocar mis risas.

Él sonríe.

– Oh, Ana, nena, ¿es que no has aprendido nada en el poco tiempo que hace que me conoces?

Me besa y yo aprovecho la oportunidad para deslizar los dedos entre su pelo, agarrárselo con las dos manos y devolverle el beso invadiéndole la boca con mi lengua. Él inspira bruscamente y se aparta con la mirada ardiente pero cautelosa.

– Ya me conozco tu juego -me susurra y se va hundiendo lentamente en el agua fresca y clara conmigo en brazos, mientras sus labios vuelven a encontrarse con los míos. El frescor del mediterráneo queda pronto olvidado cuando envuelvo a mi marido con el cuerpo.

– Creía que te apetecía nadar -le digo junto a su boca.

– Me has distraído… -Christian me roza el labio inferior con los dientes-. Pero no sé si quiero que la buena gente de Montecarlo vea cómo mi esposa se abandona a la pasión.

Le rozo la mandíbula con los dientes, con su principio de barba cosquilleándome la lengua, sin importarme un comino la buena gente de Montecarlo.

– Ana -gime. Se enrolla mi coleta en la muñeca y tira con suavidad para obligarme a echar la cabeza hacia atrás y tener mejor acceso a mi cuello. Después me besa la oreja y va bajando lentamente.

– ¿Quieres que vayamos más adentro? -pregunta en un jadeo.

– Sí -susurro.

Christian se aparta un poco y me mira con los ojos ardientes, llenos de deseo, divertidos.

– Señora Grey, es usted una mujer insaciable y una descarada. ¿Qué clase de monstruo he creado?

– Un monstruo hecho a tu medida. ¿Me querrías de alguna otra forma?

– Te querría de cualquier forma en que pudiera tenerte, ya lo sabes. Pero ahora mismo no. No con público -dice señalando la orilla con la cabeza.

¿Qué?

Es cierto que varias personas en la playa han abandonado su indiferencia y ahora nos miran con verdadero interés. De repente Christian me coge por la cintura y me tira al aire, dejando que caiga al agua y me hunda bajo las olas hasta tocar la suave arena que hay en el fondo. Salgo a la superficie tosiendo, escupiendo y riendo.

– ¡Christian! -le regaño mirándole fijamente. Creía que íbamos a hacer el amor en el agua… pero él ha vuelto a salirse con la suya. Se muerde el labio inferior para evitar reírse. Yo le salpico y él me responde salpicándome también.

– Tenemos toda la noche -me dice sonriendo como un tonto-. Hasta luego, nena. -Se zambulle bajo el agua y vuelve a la superficie a un metro de donde estoy. Después, con un estilo crol fluido y grácil, se aleja de la orilla. Y de mí.

¡Oh, Cincuenta! Siempre tan seductor y juguetón… Me protejo los ojos del sol con la mano mientras le veo alejarse. Cómo le gusta provocarme… ¿Qué puedo hacer para que vuelva? Mientras nado de vuelta a la orilla, sopeso las posibilidades. En la zona de las tumbonas ya han llegado nuestras bebidas. Le doy un sorbo rápido a mi Coca-Cola. Christian solo es una pequeña motita en la distancia.

Mmm… Me tumbo boca arriba y, tras pelearme un poco con los tirantes, me quito la parte de arriba del biquini y la dejo caer despreocupadamente sobre la tumbona de Christian. Para que vea lo descarada que puedo ser, señor Grey… ¡Ahora chúpate esa! Cierro los ojos y dejo que el sol me caliente la piel y los huesos… El calor me relaja mientras mis pensamientos vuelven al día de mi boda.