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– Una buena esposa se preocupa por el bienestar de su amado esposo, señor Grey -sentencio mordaz.

– ¿Amado? -susurra, y la conmovedora pregunta queda en el aire entre los dos.

– Muy amado. -Me acerco para besarle y él me dedica una sonrisa tímida.

– ¿Quieres bajar a tierra a comer?

– Quiero comer donde tú prefieras.

– Bien. -Sonríe-. Pues a bordo es donde puedo mantenerte segura. Gracias por el regalo. -Extiende la mano y coge la cámara. Estira el brazo con ella en la mano y nos hace una foto a los dos abrazándonos después de las cosquillas, el sexo y la confesión.

– Un placer. -Le devuelvo la sonrisa y los ojos se le iluminan.

Paseamos por el opulento y dorado esplendor del dieciochesco Palacio de Versalles. Lo que una vez fue un modesto alojamiento para las cacerías, el Rey Sol lo transformó en un magnífico y fastuoso símbolo de poder, que, paradójicamente, antes de que acabara el siglo XVIII presenció la caída del último monarca absolutista.

La estancia más impresionante con diferencia es la Galería de los Espejos. El sol de primera hora de la tarde entra a raudales por las ventanas del oeste, iluminando los espejos que se alinean uno detrás de otro en la pared oriental y arrancando destellos de las doradas hojas que lo decoran y de las enormes arañas de cristal. Es imponente.

– Es interesante ver lo que creó un déspota megalómano al que le gustaba aislarse rodeado de esplendor -le digo a Christian, que está de pie a mi lado. Me mira y ladea la cabeza, observándome con humor.

– ¿Qué quiere decir con eso, señora Grey?

– Oh, no era más que una observación, señor Grey. -Señalo con la mano lo que nos rodea. Sonriendo, me sigue hasta el centro de la sala, donde me detengo y admiro la vista: los espectaculares jardines que se reflejan en los espejos y el no menos espectacular Christian Grey, mi marido, cuyo reflejo me mira con ojos brillantes y atrevidos.

– Yo construiría algo como esto para ti -me asegura-. Solo para ver cómo la luz hace brillar tu pelo como aquí y ahora. -Me coloca un mechón tras la oreja-. Pareces un ángel. -Me da un beso bajo el lóbulo de la oreja, me coge la mano y murmura-: Nosotros, los déspotas, hacemos esas cosas por las mujeres que amamos.

Me ruborizo, le sonrío tímidamente y le sigo por la enorme estancia.

– ¿En qué piensas? -me pregunta Christian y da un sorbo a su café de después de cenar.

– En Versalles.

– Un poco ostentoso, ¿no? -me dice sonriendo. Miro a mi alrededor, a la subestimada grandeza del comedor del Fair Lady, y frunzo los labios-. Esto no es nada ostentoso -añade Christian, un poco a la defensiva.

– Lo sé. Es precioso. Es la mejor luna de miel que una chica podría desear.

– ¿De verdad? -me pregunta, sinceramente sorprendido y con su sonrisita tímida.

– Por supuesto que sí.

– Solo nos quedan dos días. ¿Hay algo que quieras ver o hacer?

– Únicamente estar contigo. -Se levanta de la mesa, la rodea y me besa en la frente.

– ¿Y vas a poder estar sin mí una hora? Tengo que mirar mi correo para ver qué está pasando en casa.

– Claro -le digo sonriendo a la vez que intento ocultar mi decepción por tener que estar una hora sin él. ¿Es raro que quiera estar con él todo el tiempo?

– Gracias por la cámara -me dice y se encamina al estudio.

En el camarote decido que yo también debería ponerme al día con mi correo y abro el portátil. Tengo un mensaje de mi madre y otro de Kate contándome los últimos cotilleos y preguntándome cómo va la luna de miel. Bueno, genial hasta que alguien ha decidido quemar Grey Enterprises, Inc. Cuando termino de escribir la respuesta a mi madre, un correo de Kate entra en mi bandeja de entrada.

De: Katherine L. Kavanagh

Fecha: 17 de agosto de 2011 11:45

Para: Anastasia Grey

Asunto: ¡Oh, Dios mío!

Ana, me acabo de enterar del incendio en la oficina de Christian.

¿Se sabe si ha sido provocado?

K xox

¡Kate está conectada ahora mismo! Me lanzo a abrir mi nuevo juguete (Skype) para ver si está conectada. Escribo rápidamente un mensaje.

Ana: Hola, ¿estás ahí?

Kate: ¡SÍ, Ana! ¿Qué tal estás? ¿Cómo va la luna de miel? ¿Has visto mi correo? ¿Sabe ya Christian lo del incendio?

Ana: Estoy bien. La luna de miel genial. Sí, he visto tu correo. Sí, Christian lo sabe.

Kate: Me lo suponía. No se sabe mucho de lo que ha pasado. Y Elliot no quiere contarme nada.

Ana: ¿Vas tras una historia, Kate?

Kate: Qué bien me conoces…

Ana: Christian tampoco me ha contado mucho.

Kate: ¡A Elliot se lo ha contado Grace!

¡Oh, no! Estoy segura de que Christian no quiere que eso se vaya contando por todo Seattle. Intento mi técnica de distracción patentada para la tenaz Katherine Kavanagh.

Ana: ¿Cómo están Elliot y Ethan?

Kate: A Ethan lo han aceptado en el curso de psicología en Seattle para hacer el máster. Elliot es adorable.

Ana: Bien por Ethan.

Kate: ¿Qué tal tu ex dominante favorito?

Ana: ¡Kate!

Kate: ¿Qué?

Ana: ¡YA SABES QUÉ!

Kate: Perdona…

Ana: Está bien. Más que bien.

Kate: Bueno, mientras tú seas feliz, yo también.

Ana: Estoy pletóricamente feliz.

Kate: Tengo que irme corriendo. ¿Hablamos luego?

Ana: No sé. Tendrás que comprobar si sigo conectada. ¡La diferencia horaria es una mierda!

Kate: Sí, cierto. Te quiero, Ana.

Ana: Yo a ti también. Hasta luego. x

Kate: Hasta luego. ‹3

Seguro que Kate sigue de cerca esta historia. Pongo los ojos en blanco y cierro Skype para que Christian no pueda ver ese chat. No le gustaría el comentario del ex dominante. Además no estoy segura de que se pueda decir que es ex…

Suspiro en voz alta. Kate lo sabe desde nuestra noche de borrachera tres semanas antes de la boda, cuando al fin sucumbí a las insistentes preguntas de Kate Kavanagh. Fue un alivio contárselo a alguien al fin.

Miro el reloj. Ha pasado más o menos una hora desde la cena y ya empiezo a echar de menos a mi marido. Vuelvo a cubierta para ver si ha terminado lo que estaba haciendo.

Estoy en la Galería de los Espejos y Christian está de pie a mi lado, sonriéndome con amor y ternura. «Pareces un ángel.» Le sonrío, pero cuando miro al espejo estoy de pie sola y la sala es gris y no tiene ningún adorno. ¡No! Giro la cabeza para volver a ver su cara, pero ahora su sonrisa es triste y nostálgica. Me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja. Después se vuelve sin decir una palabra y se aleja lentamente. Sus pasos resuenan entre los espejos mientras cruza la enorme sala hacia las ornamentadas puertas dobles que hay al final. Un hombre solo, sin reflejo…

Y entonces me despierto, boqueando para poder respirar, ahogada por el pánico.

– ¿Qué pasa? -me susurra desde la oscuridad a mi lado, con la voz teñida de preocupación.

Oh, está aquí. Está bien. Me lleno de alivio.

– Oh, Christian… -Todavía estoy intentando que los latidos de mi corazón recuperen su velocidad normal. Me abraza y solo entonces me doy cuenta de que tengo lágrimas corriéndome por la cara.

– Ana, ¿qué te ocurre? -Me acaricia la mejilla para enjugarme las lágrimas. Hay angustia en esa pregunta.

– Nada. Una estúpida pesadilla.

Me besa la frente y las mejillas surcadas de lágrimas para consolarme.

– Solo es un mal sueño, cariño. Estoy aquí. Yo te protegeré.

Me dejo envolver por su olor y me acurruco contra él intentando olvidar la pérdida y la devastación que he sentido en el sueño. Y en ese momento me doy cuenta de que mi miedo más profundo y oscuro es perderle.