– ¿Jet lag? -me pregunta.
– ¿Eso es lo que me pasa? No puedo dormir.
– Tengo el remedio universal justo aquí y solo para ti, nena. -Me sonríe como un niño y eso me hace poner los ojos en blanco y reírme al mismo tiempo. Un segundo después hundo los dientes en el lóbulo de su oreja y mis oscuros pensamientos quedan relegados.
Christian y yo vamos por la interestatal 5 hacia el norte en dirección al puente de la 520 en el Audi R8. Vamos a comer con sus padres, una comida de domingo de bienvenida. Toda la familia va a estar allí y también vendrán Kate y Ethan. Va a resultar raro estar acompañados después de tanto tiempo solos. Casi no he podido hablar con Christian esta mañana; se ha pasado todo el tiempo encerrado en su estudio mientras yo deshacía las maletas. Me ha dicho que no tenía por qué hacerlo, que la señora Jones se encargaría de ello, pero tampoco me he acostumbrado todavía a tener servicio doméstico. Acaricio distraída la tapicería de piel para centrar mis pensamientos. No me encuentro del todo bien. ¿Sigue siendo por el jet lag? ¿O será por el pirómano?
– ¿Me dejarías conducir este coche? -le pregunto. Me sorprendo de haberlo dicho en voz alta.
– Claro. -Sonríe-. Lo mío es tuyo. Pero como le hagas una abolladura, te las verás conmigo en el cuarto rojo del dolor. -Me lanza una mirada rápida y esboza una sonrisa maliciosa.
¡Oh! Le miro con la boca abierta. ¿Es broma o no?
– Bromeas… No me castigarías por abollar tu coche, ¿verdad? ¿Quieres más al coche que a mí? -le provoco.
– Casi casi -me dice mientras extiende la mano para darme un apretón en la rodilla-. Pero el coche no me calienta la cama por las noches.
– Estoy segura de que eso se puede arreglar; podrías dormir en el coche -le advierto.
Christian ríe.
– ¿No llevamos en casa ni un día y ya me estás echando? -Parece encantado. Le miro y él me responde con una sonrisa deslumbrante. Quiero enfadarme con él, pero es imposible cuando tiene este humor. Ahora que lo pienso, ha estado más animado desde que salió del estudio esta mañana. Y me parece que yo estoy un poco quisquillosa porque tenemos que volver a la realidad y no sé si va a volver a ser el Christian más reservado de antes de la luna de miel o voy a conseguir que siga siendo su nueva versión mejorada.
– ¿Por qué estás tan contento? -le pregunto.
Vuelve a sonreírme.
– Porque esta conversación es tan… normal.
– ¡Normal! -Río mordaz-. ¡Después de tres semanas de matrimonio! Vaya…
Su sonrisa desaparece.
– Era broma, Christian -me apresuro a decir porque no quiero estropearle el buen humor. Me doy cuenta de la poca seguridad en sí mismo que demuestra tener a veces. Sospecho que siempre ha sido así, pero que ha ocultado esa inseguridad tras su fachada intimidatoria. Es fácil ponerle el dedo en la llaga, probablemente porque no está acostumbrado. Eso es una revelación para mí y vuelvo a sorprenderme de todo lo que nos queda por aprender el uno del otro-. No te preocupes, seguiré con el Saab -le digo y me giro para mirar por la ventanilla intentando mantener a raya el mal humor.
– Oye, ¿qué te pasa?
– Nada.
– A veces eres tan exasperante, Ana… Dímelo.
Le miro y le sonrío.
– Lo mismo se puede decir de usted, señor Grey.
Frunce el ceño.
– Lo estoy intentando -dice en voz baja.
– Lo sé. Yo también. -Sonrío y mi humor mejora un poco.
Carrick está ridículo atendiendo la barbacoa con ese gorro de cocinero y el delantal que pone «Licencia para asar». Cada vez que le miro no puedo evitar sonreír. De hecho mi humor ha mejorado considerablemente. Estamos todos sentados alrededor de una mesa en la terraza de la casa de la familia Grey, disfrutando del sol de finales del verano. Grace y Mia están poniendo varias ensaladas en la mesa mientras Elliot y Christian intercambian insultos con cariño y hablan de los planos de la nueva casa y Ethan y Kate no dejan de hacerme preguntas sobre la luna de miel. Christian no me ha soltado la mano y juguetea con mis anillos de boda y de compromiso.
– Si consigues finalizar los detalles de los planos con Gia, tengo un hueco desde septiembre hasta mediados de noviembre. Puedo traer a todo el equipo y ponernos con ello -le está diciendo Elliot mientras estira el brazo y rodea los hombros de Kate, lo que la hace sonreír.
– Gia tiene que venir mañana por la noche para hablar de los planos -responde Christian-. Espero que podamos terminar con eso entonces. -Se gira y me mira expectante.
Oh… me acabo de enterar.
– Claro. -Le sonrío sobre todo porque está su familia delante, pero vuelvo a perder el buen humor repentinamente. ¿Por qué toma esas decisiones sin decírmelo? ¿O es por Gia (toda caderas exuberantes, pechos grandes, ropa de diseñadores caros y perfume), que tiene la costumbre de sonreírle a mi marido demasiado provocativamente? Mi subconsciente me mira enfadada: Él no te ha dado razones para estar celosa. Mierda, hoy me siento como en una montaña rusa. ¿Qué me pasa?
– Ana -me llama Kate, interrumpiendo mis ensoñaciones-, ¿sigues en el sur de Francia o qué?
– Sí -le respondo con una sonrisa.
– Se te ve muy bien -dice aunque frunce el ceño a la vez.
– A los dos se os ve genial -añade Grace sonriendo mientras Elliot rellena las copas.
– Por la feliz pareja. -Carrick sonríe y levanta su copa y todos los que están sentados a la mesa se unen al brindis.
– Y felicidades a Ethan por haber entrado en el programa de psicología en Seattle -interviene Mia orgullosamente. Le dedica una sonrisa de adoración y Ethan le responde con otra. Me pregunto si habrá hecho algún avance con él. Es difícil saberlo…
Escucho las conversaciones de la mesa. Christian está explicando todo el itinerario que hemos hecho estas últimas tres semanas, dándole algunos toques aquí y allá para pintarlo todavía más bonito. Suena relajado y parece tener controlada la situación, olvidada por un rato la preocupación por el pirómano. Pero yo parece que no puedo librarme de mi mal humor. Pincho un poco de comida con el tenedor. Christian me dijo ayer que estaba gorda. Pero era broma… Mi subconsciente vuelve a mirarme mal. Elliot tira accidentalmente su copa al suelo, lo que sobresalta a todo el mundo y se produce un repentino brote de actividad para limpiarlo todo.
– Te voy a llevar a la casita del embarcadero a darte unos azotes si no dejas ya ese mal humor y te animas un poco -me susurra Christian.
Doy un respingo por la sorpresa, me giro y le miro con la boca abierta. ¿Qué? ¿Es broma?
– ¡No te atreverás! -le digo entre dientes, pero en el fondo siento una excitación familiar que es más que bienvenida.
Christian levanta una ceja. Claro que lo haría. Miro a Kate, al otro lado de la mesa. Nos está observando con interés. Me vuelvo hacia Christian y entorno los ojos.
– Tendrás que cogerme primero… y hoy no llevo tacones -le advierto.
– Seguro que me lo paso bien intentándolo -asegura con una sonrisa pícara. Creo que sigue bromeando.
Me ruborizo. Y por raro que parezca, me siento algo mejor.
Cuando terminamos el postre (fresas con nata), empieza a llover de repente. Todos nos levantamos de un salto de la mesa para recoger los platos y las copas y llevarlas a la cocina.
– Qué bien que el tiempo haya aguantado hasta después de la comida -dice Grace encantada mientras se encamina a la habitación de atrás. Christian se sienta al brillante piano de pared negro, pisa el pedal de sordina y empieza a tocar una melodía que me resulta familiar pero que no logro ubicar.
Grace me pregunta qué me ha parecido Saint-Paul-de-Vence. Ella y Carrick estuvieron allí hace años en su luna de miel y se me pasa por la cabeza que eso es un buen augurio, viendo lo felices que siguen estando juntos. Kate y Elliot están abrazándose en uno de los grandes sofás llenos de cojines, mientras Ethan, Mia y Carrick están enfrascados en una conversación sobre psicología, creo.