De repente todos los Grey, como si fueran una sola persona, dejan de hablar y miran a Christian con la boca abierta.
¿Qué?
Christian está cantando bajito para sí mientras toca el piano. Se hace el silencio mientras todos nos esforzamos por escuchar su suave voz musical y la letra de «Wherever You Will Go». Yo le he oído cantar antes, ¿ellos no? Se para de repente al darse cuenta del silencio sepulcral que se ha apoderado de la habitación. Kate me mira inquisitiva y yo me encojo de hombros. Christian se gira en la banqueta y frunce el ceño, avergonzado al percatarse de que es el centro de atención.
– Sigue -le anima Grace-. Nunca te había oído cantar, Christian. Nunca. -Lo está mirando con verdadero asombro.
Él la mira como ausente desde la banqueta del piano y, después de un momento, se encoge de hombros. Desvía su mirada nerviosamente hacia mí y luego hacia las cristaleras. El resto de las personas de la habitación empiezan a charlar y yo me quedo observando a mi marido.
Grace me distrae al cogerme las manos y después sin previo aviso, darme un abrazo.
– ¡Oh, querida! Gracias, ¡gracias! -me susurra de forma que solo yo puedo oírla. Eso me produce un nudo en la garganta.
– Mmm… -Yo también la abrazo aunque no sé muy bien por qué me está dando las gracias. Grace sonríe con los ojos llenos de lágrimas y me da un beso en la mejilla.
¿Qué habré hecho?
– Voy a preparar un té -me dice con voz quebrada por las ganas de llorar.
Me acerco a Christian, que ahora está de pie mirando por las cristaleras.
– Hola.
– Hola. -Me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia él. Yo le meto la mano en el bolsillo de atrás de los vaqueros y ambos contemplamos la lluvia que cae afuera.
– ¿Te encuentras mejor?
Asiento.
– Bien.
– Realmente sabes cómo provocar el silencio en una habitación.
– Es que lo hago muy a menudo -me dice y sonríe.
– En el trabajo sí, pero no aquí.
– Cierto, aquí no.
– ¿No te habían oído cantar nunca? ¿Jamás?
– Parece que no -dice cortante-. ¿Nos vamos?
Le observo para intentar saber de qué humor está. Su mirada es tierna y cálida, un poco desconcertada. Decido cambiar de tema.
– ¿Me vas a azotar? -le susurro y de repente siento mariposas en el estómago. Tal vez eso sea lo que necesito, lo que he estado echando de menos.
Me mira y los ojos se le oscurecen.
– No quiero hacerte daño, pero no me importa jugar.
Miro nerviosamente a nuestro alrededor, pero nadie puede oírnos.
– Solo si se porta usted mal, señora Grey -me dice al oído.
¿Cómo se puede encerrar una promesa tan sensual en siete palabras?
– Ya se me ocurrirá algo -le aseguro con una sonrisa.
Después de despedirnos nos dirigimos al coche.
– Toma. -Christian me tira las llaves del R8-. No me lo abolles o me voy a cabrear mucho -añade con toda seriedad.
Se me seca la boca. ¿Me va a dejar conducir su coche? La diosa que llevo dentro se pone los guantes de conducir de piel y los zapatos planos. ¡Oh, sí!, exclama.
– ¿Estás seguro? -le pregunto perpleja.
– Sí. Y aprovecha antes de que cambie de idea.
Me parece que no he sonreído tanto en mi vida. Él pone los ojos en blanco y me abre la puerta del conductor para que pueda entrar. Arranco el motor antes si quiera de que le dé tiempo a llegar al lado del acompañante, así que se apresura a entrar.
– Ansiosa, ¿eh, señora Grey? -pregunta con una sonrisa mordaz.
– Mucho.
Salgo del aparcamiento marcha atrás lentamente y giro para enfilar la salida de la casa. Consigo no calarlo, lo que me sorprende incluso a mí. Vaya, qué sensible está el embrague. Cuando me acerco a la salida, veo por el retrovisor que Sawyer y Ryan suben al Audi todoterreno. No sabía que nuestra seguridad nos había acompañado hasta allí. Me paro antes de incorporarme a la carretera principal.
– ¿Estás seguro de verdad?
– Sí -dice Christian tenso, lo que me indica que no está nada seguro. Oh, mi pobrecito Cincuenta… Quiero reírme de él y de mí; estoy nerviosa y entusiasmada.
Una pequeña parte de mí quiere perder a Sawyer y a Ryan solo por diversión. Compruebo que no viene nadie y al fin entro en la carretera con el R8. Christian se revuelve en el asiento por la tensión y yo no puedo resistirme. La carretera está vacía. Piso el acelerador y salimos disparados hacia delante.
– ¡Hey! ¡Ana! -grita Christian-. Frena un poco… Nos vas a matar.
Suelto el acelerador inmediatamente. ¡Uau! ¡Este coche tiene potencia!
– Perdón -murmuro intentando parecer arrepentida, aunque no lo consigo. Christian ríe para ocultar su alivio, creo.
– Bueno, eso cuenta como mal comportamiento -dice como que no quiere la cosa. Yo reduzco aún más la velocidad.
Miro por el retrovisor. No hay señales del todoterreno, solo se ve un coche oscuro con los cristales tintados detrás de nosotros. Me imagino a Sawyer y a Ryan nerviosos, intentando frenéticamente llegar hasta nosotros y no sé por qué eso me divierte. Pero como no quiero provocarle un ataque al corazón a mi marido, decido portarme bien y conducir tranquilamente, con una confianza creciente, hacia el puente de la 520.
De repente Christian suelta un taco y se pelea con sus vaqueros para poder sacar la BlackBerry del bolsillo.
– ¿Qué? -contesta enfadado a quien sea que está al otro lado de la línea-. No -dice y mira hacia atrás-. Sí, conduce ella.
Observo un segundo por el espejo retrovisor, pero no veo nada raro: solo una fila de coches que van detrás de nosotros. El todoterreno está unos cuatro coches por detrás y todos vamos conduciendo a ritmo constante.
– Vale. -Christian suspira y se frota la frente con los dedos; irradia tensión. Algo va mal-. Sí… No sé. -Me mira y se aparta el teléfono de la oreja-. No pasa nada. Sigue adelante -me dice con calma sonriéndome, pero la sonrisa no le alcanza los ojos. ¡Mierda! Mi sistema se llena de adrenalina. Vuelve a colocarse el teléfono en la oreja-. Bien, en el puente. En cuanto lleguemos… Sí… Ahora lo pongo.
Coloca el teléfono en el soporte para el altavoz y lo pone en modo manos libres.
– ¿Qué ocurre, Christian?
– Tú concéntrate en la carretera, nena -me dice en voz baja.
Vamos hacia la vía de acceso al puente de la 520, dirección Seattle. Cuando miro a Christian, él tiene la vista fija en la carretera.
– No quiero que te entre el pánico -me dice con mucha calma-. Pero en cuanto estemos en el puente de la 520, quiero que aprietes el acelerador. Nos están siguiendo.
¿Siguiendo? Oh, madre mía. Siento el corazón atravesado en la garganta, latiéndome con fuerza, se me eriza el vello y me cuesta respirar por el pánico. ¿Quién nos puede estar siguiendo? Vuelvo a mirar por el retrovisor y el coche oscuro de antes continúa detrás de nosotros. ¡Joder! ¿Es ese? Intento ver algo detrás del parabrisas tintado para distinguir quién conduce, pero no consigo ver nada.
– Mantén la vista en la carretera, nena -me dice Christian suavemente, nada que ver con el tono malhumorado que suele utilizar cuando conduzco yo.
¡Contrólate!, me regaño mentalmente para dominar el terror que amenaza con apoderarse de mí. Supongo que quien quiera que nos esté siguiendo irá armado… ¿Armado y a por Christian? ¡Mierda! Me invade una oleada de náuseas.
– ¿Cómo sabes que nos están siguiendo? -Mi voz es un susurro entrecortado y chillón.
– El Dodge que tenemos detrás lleva matrículas falsas.
¿Y cómo puede saber eso?
Pongo el intermitente cuando nos acercamos a la incorporación al puente. Es última hora de la tarde y aunque ha parado la lluvia, la carretera está húmeda. Por suerte el tráfico es bastante fluido.
La voz de Ray resuena en mi cabeza recordándome algo que me dijo en una de mis muchas clases de autodefensa: «El pánico es lo que te puede matar o hacer que sufras heridas graves, Annie». Inspiro hondo intentando controlar mi respiración. Quien quiera que nos esté siguiendo va a por Christian. Cuando inspiro de nuevo profunda y tranquilizadoramente mi mente empieza a aclararse y el estómago se me asienta. Tengo que proteger a Christian. Quería conducir este coche y quería hacerlo muy rápido. Bueno, pues esta es mi oportunidad. Agarro con fuerza el volante y echo un último vistazo al retrovisor. El Dodge está más cerca.