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Freno de repente, ignorando la mirada llena de pánico de Christian, e intento elegir bien el momento de entrada en el puente de la 520 con la intención de que el Dodge tenga que reducir la velocidad y parar para esperar un hueco en el tráfico antes de seguirnos. Cambio de marcha y piso a fondo. El R8 sale disparado hacia delante, haciéndonos a ambos chocar con el respaldo de los asientos. El indicador de velocidad sube hasta los ciento veinte kilómetros por hora.

– Tranquila, nena -dice Christian con calma, aunque estoy segura de que él está cualquier cosa menos tranquilo.

Serpenteo entre las dos hileras de tráfico como una pieza negra en un tablero de damas, esquivando eficazmente coches y camiones. En este puente estamos tan cerca del lago que es como si estuviera conduciendo sobre el agua. Ignoro a propósito las miradas furiosas o reprobatorias de los otros conductores. Christian se aprieta las manos en el regazo intentando quedarse tan quieto como puede, y a pesar de que tengo la mente funcionando a mil por hora, me pregunto si lo estará haciendo para no distraerme.

– Muy bien -dice en un susurro para animarme. Mira para atrás-. Ya no veo el Dodge.

– Estamos justo detrás del Sudes, señor Grey. -La voz de Sawyer llega desde el manos libres-. Está haciendo todo lo posible por recuperar su posición detrás de ustedes, señor. Nosotros vamos a intentar adelantar y colocarnos entre su coche y el Dodge.

¿El Sudes? ¿Qué significa eso?

– De acuerdo. La señora Grey lo está haciendo muy bien. A esta velocidad y si el tráfico sigue siendo fluido (y por lo que veo lo es) saldremos del puente dentro de unos pocos minutos.

– Bien, señor.

Pasamos como una exhalación junto a la torre de control del puente y sé que ya hemos pasado la mitad del lago Washington. Compruebo la velocidad y veo que seguimos a ciento veinte.

– Lo estás haciendo muy bien, Ana -me dice Christian en un susurro y mira por la ventanilla de atrás del R8. Durante un momento fugaz su tono me recuerda al de nuestro primer encuentro en su cuarto de juegos, cuando me animaba pacientemente para que fuera colaborando en nuestra primera sesión. Como ese pensamiento me distrae, lo aparto inmediatamente.

– ¿Hacia dónde voy? -pregunto bastante tranquila. Ya le he cogido el tranquillo al coche. Da gusto conducirlo, tan suave y tan fácil de manejar que casi no me creo la velocidad que llevamos. En este coche conducir a esta velocidad parece un juego de niños.

– Diríjase a la interestatal 5, señora Grey, y después al sur. Queremos comprobar si el Dodge les sigue durante todo el camino -me dice Sawyer por el manos libres. El semáforo del puente está verde, por suerte, y yo sigo adelante.

Miro nerviosamente a Christian y él me sonríe tranquilizador. Después su cara se vuelve seria.

– ¡Mierda! -gruñe entre dientes.

Hay un atasco en cuanto salimos del puente y eso me obliga a frenar. Observo ansiosa por el espejo una vez más y creo ver el Dodge.

– ¿Unos diez coches por detrás más o menos?

– Sí, lo veo -dice Christian echando un vistazo por el espejo retrovisor-. Me pregunto quién demonios será…

– Yo también. ¿Sabemos si el que conduce es un hombre? -pregunto al equipo de seguridad que me escucha a través de la BlackBerry.

– No, señora Grey. Puede ser un hombre o una mujer. Los cristales son demasiado oscuros.

– ¿Una mujer? -pregunta Christian.

Me encojo de hombros.

– ¿Tu señora Robinson? -sugiero sin apartar los ojos de la carretera.

Christian se pone tenso y quita la BlackBerry del soporte.

– No es mi señora Robinson -gruñe-. No he hablado con ella desde mi cumpleaños. Y Elena no haría algo así; no es su estilo.

– ¿Leila?

– Está en Connecticut con sus padres. Ya te lo he dicho.

– ¿Estás seguro?

Se queda pensando un momento.

– No, pero si hubiera huido, seguro que su familia se lo habría dicho al doctor Flynn. Ya hablaremos de esto cuando lleguemos a casa. Concéntrate en lo que estás haciendo.

– Puede que solo sea una casualidad.

– No voy a correr riesgos por si acaso. No estando contigo -concluye. Vuelve a poner la BlackBerry en el soporte y recuperamos el contacto con el equipo de seguridad.

¡Oh, mierda! No quiero poner nervioso a Christian ahora. Más tarde tal vez… Me muerdo la lengua. Por suerte el tráfico está disminuyendo un poco. Puedo acelerar hacia la intersección de Mountlake en dirección a la interestatal 5 y empiezo otra vez a zigzaguear entre los coches.

– ¿Y si nos para la policía? -pregunto.

– Eso sería algo conveniente.

– Para mi carnet no.

– No te preocupes por eso. -Oigo un humor inesperado en su voz.

Vuelvo a pisar el acelerador y alcanzo de nuevo los ciento veinte. Sí que tiene potencia este coche. Me encanta; es tan fácil. Acabo de llegar a los ciento treinta y cinco. Creo que nunca en mi vida he conducido tan rápido. Mi escarabajo solo llegaba a ochenta… y eso con suerte.

– Ha evitado el tráfico y cogido velocidad -dice la voz incorpórea de Sawyer, tranquila e informativa-. Va a ciento cuarenta.

¡Mierda! ¡Más rápido! Aprieto más el acelerador y el motor del coche ronronea al llegar a ciento cincuenta kilómetros por hora cuando nos acercamos a la intersección de la interestatal 5.

– Mantén la velocidad, Ana -me susurra Christian.

Freno un poco momentáneamente para incorporarme. La interestatal está bastante tranquila y consigo colocarme en el carril rápido en un segundo. Vuelvo a pisar el acelerador y el genial R8 coge velocidad y avanza por el carril izquierdo, en el que los demás mortales con menos suerte se apartan para dejarnos pasar. Si no estuviera asustada, estaría disfrutando.

– Ya va a ciento sesenta, señor.

– Sigue tras él, Luke -le ordena Christian a Sawyer.

¿Luke?

¡Mierda! Un camión aparece en el carril rápido y tengo que pisar el freno.

– ¡Maldito idiota! -insulta Christian al conductor cuando salimos despedidos hacia delante en los asientos. Cómo agradezco llevar puesto el cinturón-. Adelanta, nena -me dice Christian con los dientes apretados.

Compruebo los retrovisores y cruzo tres carriles. Aceleramos para adelantar a vehículos más lentos y vuelvo a cruzar hacia el carril rápido.

– Muy bonito, señora Grey -me dice Christian impresionado-. ¿Dónde está la policía cuando la necesitas?

– No quiero que me pongan una multa, Christian -le digo concentrada en la autopista que tengo por delante-. ¿Te han puesto alguna multa por exceso de velocidad conduciendo este coche?

– No -dice, pero puedo echarle un vistazo rápido a su cara y le veo sonreír burlón.

– ¿Te han parado?

– Sí.

– Oh.

– Encanto. Todo se basa en el encanto. Ahora concéntrate. ¿Cómo va el Dodge, Sawyer?

– Acaba de alcanzar los ciento setenta y cinco, señor -anuncia Sawyer.

¡Madre mía! Vuelvo a notar el corazón en la boca. ¿Puedo conducir más rápido todavía? Piso a fondo el acelerador y dejamos atrás más coches.

– Hazle una señal con las luces -me ordena Christian, porque tenemos delante a un Ford Mustang que no se aparta.

– Pero eso solo lo hacen los gilipollas.

– ¡Pues sé un poco gilipollas! -exclama.

Oh, vale…

– Eh… ¿dónde están las luces?

– El indicador. Tira hacia ti.