El conductor del Mustang nos saca un dedo en un gesto no muy amable, pero se aparta. Paso a su lado como una centella.
– Él es el gilipollas -dice Christian entre dientes-. Sal por Stewart -me ordena.
¡Sí, señor!
– Vamos a tomar la salida de Stewart Street -le dice a Sawyer.
– Vayan directamente al Escala, señor.
Freno, miro por los espejos, indico y después cruzo con una facilidad sorprendente los cuatro carriles de la autopista y salgo por la vía de salida. Ya en Stewart Street, nos dirigirnos al sur. La calle está tranquila y hay pocos vehículos. ¿Dónde está todo el mundo?
– Hemos tenido mucha suerte con el tráfico. Pero también el Dodge la ha tenido. No reduzcas la velocidad, Ana. Quiero llegar a casa.
– No recuerdo el camino -le digo sintiendo pánico de nuevo porque el Dodge sigue pisándonos los talones.
– Sigue hacia el sur por Stewart. Sigue hasta que te diga que gires. -Christian vuelve a parecer nervioso. Continúo a toda velocidad tres manzanas, pero el semáforo se pone amarillo al llegar a Yale Avenue.
– ¡Sáltatelo, Ana! -grita Christian. Doy tal salto que piso a fondo el acelerador involuntariamente, lo que nos lanza de nuevo contra los asientos, y cruzamos sin frenar el semáforo que ya está en rojo.
– Está enfilando Stewart -dice Sawyer.
– No lo pierdas, Luke.
– ¿Luke?
– Se llama a así.
Intento mirar a Christian y veo que me está atravesando con la mirada como si estuviera loca.
– ¡La vista en la carretera! -exclama.
Ignoro su tono.
– Luke Sawyer.
– ¡Sí! -Suena irritado.
– Ah. -¿Cómo puedo no saber eso? Ese hombre lleva acompañándome al trabajo seis semanas y ni siquiera sabía su nombre.
– Es mi nombre, señora -dice Sawyer y me sobresalta aunque habla con la voz tranquila y monótona de siempre-. El Sudes está bajando por Stewart, señor. Vuelve a aumentar la velocidad.
– Vamos, Ana. Menos charla -gruñe Christian.
– Estamos parados en el primer semáforo de Stewart -nos informa Sawyer.
– Ana, rápido, por aquí -grita Christian señalando un aparcamiento subterráneo en el lado sur de Boren Avenue. Giro y las ruedas protestan con un chirrido cuando doy un volantazo para entrar en el aparcamiento abarrotado.
– Da una vuelta, rápido -ordena Christian. Conduzco todo lo rápido que puedo hacia el fondo, donde no se nos vea desde la carretera-. ¡Ahí! -Christian me señala una plaza de aparcamiento. ¡Mierda! Quiere que aparque. ¡Maldita sea!- Hazlo, joder -dice.
Y yo… lo hago perfectamente. Creo que es la única vez en mi vida que he logrado aparcar perfectamente.
– Estamos escondidos en un aparcamiento entre Stewart y Boren -le dice Christian a Sawyer por la BlackBerry.
– Bien, señor. -Sawyer suena irritado-. Quédense donde están. Nosotros seguiremos al Sudes.
Christian se gira hacia mí y examina mi cara.
– ¿Estás bien?
– Sí -le digo en un susurro.
Christian sonríe.
– El que conduce el Dodge no puedo oírnos, ¿sabes?
Yo me echo a reír.
– Estamos pasando por la intersección de Stewart y Boren, señor. Veo el aparcamiento. El Sudes ha pasado por delante y sigue conduciendo, señor.
Los dos hundimos los hombros a la vez por el alivio.
– Muy bien, señora Grey. Has conducido genial. -Christian me acaricia tiernamente la mejilla con las yemas de los dedos y yo doy un salto al sentir su contacto e inspiro bruscamente. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
– ¿Eso significa que vas a dejar de quejarte de mi forma de conducir? -le pregunto. Ríe con una risa fuerte y catártica.
– No será para tanto.
– Gracias por dejarme conducir tu coche. Sobre todo en unas circunstancias tan emocionantes. -Intento desesperadamente que mi tono sea despreocupado.
– Tal vez debería conducir yo ahora.
– La verdad es que no creo que sea capaz ahora mismo de salir del coche para dejar que te sientes aquí. Mis piernas se han convertido en gelatina. -De repente me estremezco y me pongo a temblar.
– Es la adrenalina, nena -me explica-. Lo has hecho increíblemente bien. Me has dejado sin palabras, Ana. Nunca me decepcionas.
Me acaricia la mejilla con el dorso de la mano con una expresión llena de amor, miedo, arrepentimiento… Tantas emociones a la vez… Sus palabras son mi perdición. Abrumada, un sollozo estrangulado escapa de mi garganta cerrada y empiezo a llorar.
– No, nena, no. Por favor, no llores. -Se estira y, a pesar del espacio reducido, tira de mí para pasarme por encima del freno de mano y ponerme acurrucada sobre su regazo. Me acaricia el pelo y me lo aparta de la cara para besarme los ojos y las mejillas y yo lo abrazo y sigo sollozando quedamente contra su cuello. Él hunde la nariz en mi pelo y también me abraza fuerte. Nos quedamos allí sentados, sin decir nada, solo abrazándonos.
La voz de Sawyer nos sobresalta.
– El Sudes ha reducido la velocidad delante del Escala. Está examinando la intersección.
– Síguele -ordena Christian.
Me limpio la nariz con el dorso de la mano e inspiro hondo para calmarme.
– Utiliza mi camisa para limpiarte. -Christian me besa en la sien.
– Lo siento -murmuro avergonzada por llorar.
– ¿Por qué? No tienes nada que sentir.
Vuelvo a limpiarme la nariz. Me coge la barbilla y me da un beso suave en los labios.
– Cuando lloras tienes los labios muy suaves. Mi esposa, tan bella y tan valiente… -me dice en un susurro.
– Bésame otra vez.
Christian se queda quieto con una mano en mi espalda y otra sobre mi culo.
– Bésame -jadeo y veo cómo separa los labios a la vez que inspira bruscamente. Se inclina sobre mí, levanta la BlackBerry del soporte y la tira al asiento del conductor, junto a mis pies enfundados en sandalias. Después pone su boca sobre la mía, hunde la mano derecha entre mi pelo y con la izquierda me coge la cara. Su lengua me invade la boca y yo lo agradezco. La adrenalina se convierte en lujuria que me despierta el cuerpo. Le sujeto el rostro y paso los dedos sobre sus patillas, disfrutando de su sabor. Gruñe bajo y grave desde el fondo de la garganta ante mi apasionada respuesta y a mí se me tensa el vientre por el deseo que siento. Su mano recorre mi cuerpo, rozándome el pecho, la cintura y bajando por mi culo. Me muevo un poco.
– ¡Ah! -exclama y se separa de mí sin aliento.
– ¿Qué? -le susurro junto a los labios.
– Ana, estamos en un aparcamiento en medio de Seattle.
– ¿Y qué?
– Que ahora mismo tengo muchas ganas de follarte y tú estás intentando encontrar postura encima de mí… Es incómodo.
Al oír sus palabras crecen las espirales de mi interior y todos los músculos que tengo por debajo de la cintura se tensan una vez más.
– Fóllame entonces. -Le beso la comisura de la boca. Le deseo. Ahora. Esa persecución en el coche ha sido excitante. Demasiado excitante. Aterradora. Y el miedo ha desencadenado mi libido. Se echa un poco atrás para mirarme con los ojos oscuros y entrecerrados.
– ¿Aquí? -me pregunta con la voz ronca.
Se me seca la boca. ¿Cómo puede excitarme así solo con una palabra?
– Sí. Te deseo. Ahora.
Ladea la cabeza y me mira durante unos segundos.
– Señora Grey, es usted una descarada -me susurra después de lo que a mí me ha parecido una eternidad.
Me agarra la nuca con la mano que tiene enredada en mi pelo para mantenerme quieta y su boca cubre la mía una vez más, esta vez con más fuerza. Con la otra mano me acaricia el cuerpo hasta llegar al culo y sigue bajando hasta medio muslo. Cierro los dedos entre su pelo demasiado largo.
– Cómo me alegro de que lleves falda -dice mientras mete la mano por debajo de mi falda estampada azul y blanca para acariciarme el muslo.
Me revuelvo una vez más en su regazo y él suelta el aire bruscamente con los dientes apretados.