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Me da un beso por encima de la tela de las bragas y yo le miro con la boca abierta por lo que ha dicho. Mi interior se está convirtiendo en líquido. Es tan… travieso. Recoge mi ropa y mis sandalias y se pone de pie con un movimiento rápido y grácil, como un atleta.

– Ve y quédate de pie junto a la mesa -me dice con calma señalando con la barbilla.

Se gira y camina hacia la cómoda que encierra todas las maravillas. Me mira y me sonríe.

– Cara a la pared -me manda-. Así no sabrás lo que estoy planeando. Estoy aquí para complacerla, señora Grey, y ha pedido usted una sorpresa.

Me giro para darle la espalda y escucho con atención; mis oídos de repente captan hasta los sonidos más leves. Es bueno en esto: alimenta mis expectativas y aviva mi deseo haciéndome esperar. Oigo cómo mete mi ropa y creo que mis zapatos también en la cómoda. Ahora percibo el inconfundible sonido de sus zapatos al caer al suelo, primero uno y después el otro. Mmm… Me encanta el Christian descalzo. Un momento después le oigo abrir un cajón.

¡Juguetes! Oh, me encanta, me encanta esta anticipación. El cajón se cierra y mi respiración se acelera. ¿Cómo el sonido de un cajón puede convertirme en un flan que no deja de temblar? No tiene sentido. El siseo sutil del equipo de sonido al cobrar vida me avisa de que va a haber un interludio musical. Empieza a oírse una música de piano, apagada y suave, y un coro triste llena la habitación. No conozco esta canción. Al piano se le une una guitarra eléctrica. ¿Qué es esto? Empieza a hablar una voz masculina y apenas distingo las palabras: dice algo sobre no tener miedo a la muerte.

Christian se acerca lentamente hacia mí con los pies descalzos sobre el suelo de madera. Lo siento detrás de mí cuando una mujer empieza a ¿gemir? ¿Llorar? ¿Cantar…?

– Ha pedido usted duro, señora Grey -me dice junto al oído izquierdo.

– Mmm…

– Pídeme que pare si es demasiado. Si me dices que pare, pararé inmediatamente. ¿Entendido?

– Sí.

– Necesito que me lo prometas.

Inspiro hondo. Mierda, ¿qué es lo que va a hacer?

– Lo prometo -murmuro sin aliento, recordando sus palabras de antes: «No quiero hacerte daño, pero no me importa jugar».

– Muy bien. -Se inclina y me da un beso en el hombro desnudo. Después mete un dedo bajo la tira del sujetador y sigue la línea de la tela por mi espalda. Quiero gemir. ¿Cómo consigue que hasta el contacto más leve sea tan erótico?-. Quítatelo -me susurra al oído y yo me apresuro a obedecerle. Dejo caer el sujetador al suelo.

Me acaricia la espalda con las manos, mete los dos pulgares bajo la cintura de mis bragas y me las baja por las piernas.

– Sal -me dice.

Vuelvo a hacer lo que me pide y salgo de las bragas. Me da un beso en el culo y se pone de pie.

– Te voy a tapar los ojos para que todo sea más intenso.

Me pone un antifaz en los ojos y el mundo se vuelve negro. La mujer que canta está gimiendo algo incoherente… Una canción muy sentida y evocadora.

– Agáchate y túmbate sobre la mesa. -Habla con suavidad-. Ahora.

Sin dudarlo me inclino sobre la mesa y apoyo el pecho en la madera bien abrillantada. Siento la cara caliente contra la dura superficie que noto fresca contra mi piel y que huele a cera de abejas con un toque cítrico.

– Estira los brazos y agárrate al borde.

Vale… Me estiro y me agarro al borde más alejado de la mesa. Es bastante ancha, así que tengo los brazos estirados al máximo.

– Si te sueltas, te azoto, ¿entendido?

– Sí.

– ¿Quieres que te azote, Anastasia?

Todo lo que tengo por debajo de la cintura se tensa deliciosamente. Me doy cuenta de que he estado deseándolo desde que me amenazó con hacerlo en la comida y ni la persecución ni el encuentro íntimo en el coche han conseguido satisfacer esa necesidad.

– Sí. -Mi voz no es más que un susurro ronco.

– ¿Por qué?

Oh… ¿tiene que haber una razón? Me encojo de hombros.

– Dime -insiste.

– Mmm…

Y sin avisar me da un azote fuerte.

– ¡Ah! -grito.

– ¡Silencio!

Me frota suavemente el culo en el lugar donde me ha dado el azote. Después se inclina sobre mí, clavándome la cadera en el culo, me da un beso entre los omóplatos y sigue encadenando besos por toda mi espalda. Se ha quitado la camisa y el vello de su pecho me hace cosquillas en la espalda a la vez que su erección empuja contra mis nalgas desde debajo de la dura tela de sus vaqueros.

– Abre las piernas -me ordena.

Separo las piernas.

– Más.

Gimo y abro más las piernas.

– Muy bien. -Desliza un dedo por mi espalda, por la hendidura entre mis nalgas y sobre el ano, que se aprieta al notar su contacto.

– Nos vamos a divertir un rato con esto -susurra.

¡Joder!

Sigue bajando el dedo por mi perineo y lo introduce lentamente en mi interior.

– Veo que estás muy mojada, Anastasia. ¿Por lo de antes o por lo de ahora?

Gimo y él mete y saca el dedo, una y otra vez. Me acerco a su mano, encantada por la intrusión.

– Oh, Ana, creo que es por las dos cosas. Creo que te encanta estar aquí, así. Toda mía.

Sí… Oh, sí, me encanta. Saca el dedo y me da otro azote fuerte.

– Dímelo -susurra con la voz ronca y urgente.

– Sí, me encanta -gimo.

Me da otro azote bien fuerte una vez más y grito. Después mete dos dedos en mi interior, los saca inmediatamente, extiende mis fluidos alrededor y sube hasta el ano.

– ¿Qué vas a hacer? -le pregunto sin aliento. Oh, Dios mío… ¿Me va a follar por el culo?

– No voy a hacer lo que tú crees -me susurra tranquilizadoramente-. Ya te he dicho que vamos a avanzar un paso cada vez, nena.

Oigo el suave sonido del chorro de algún líquido, al salir de un tubo seguramente, y siento que sus dedos me masajean otra vez ahí. Me está lubricando… ¡ahí! Me retuerzo cuando mi miedo choca con mi excitación por lo desconocido. Me da otro azote más abajo que me alcanza el sexo. Gimo. Es una sensación… tan increíble.

– Quieta -dice-. Y no te sueltes.

– Ah.

– Esto es lubricante. -Me echa un poco más. Intento no retorcerme, pero el corazón me late muy fuerte y tengo el pulso descontrolado. El deseo y la ansiedad me corren a toda velocidad por las venas.

– Llevo un tiempo queriendo hacer esto contigo, Ana.

Gimo de nuevo. Siento algo frío, metálicamente frío, que me recorre la espalda.

– Tengo un regalito para ti -me dice Christian en un susurro.

Me viene a la mente la imagen del día que me enseñó los artilugios que había en la cómoda. Madre mía. Un tapón anal. Christian lo desliza por la hendidura que hay entre mis nalgas.

Oh, Dios mío…

– Voy a introducir esto dentro de ti muy lentamente…

Doy un respingo; la anticipación y la ansiedad están haciendo mella en mí.

– ¿Me va a doler?

– No, nena. Es pequeño. Y cuando lo tengas dentro te voy a follar muy fuerte.

Estoy a punto de dar una sacudida sin control. Se agacha sobre mi cuerpo y me da más besos entre los omóplatos.

– ¿Preparada? -me susurra.

¿Preparada? ¿Estoy preparada para esto?

– Sí -digo con un hilo de voz y la boca seca.

Pasa otra vez el dedo por encima del ano y por el perineo y lo introduce en mi interior. Joder, es el pulgar. Me cubre el sexo con el resto de la mano y me acaricia lentamente el clítoris con los dedos. Suelto un gemido… Me siento… bien. Muy lentamente, sin dejar de hacer su magia con los dedos y el pulgar, me va metiendo el frío tapón.

– ¡Ah! -grito y gimo a la vez por la sensación desconocida. Mis músculos protestan por la intrusión. Hace círculos con el pulgar en mi interior y empuja más fuerte el tapón, que entra con facilidad. No sé si es porque estoy tan excitada o porque me está distrayendo con sus dedos expertos, pero parece que mi cuerpo lo acepta bien. Pesa… y noto algo raro… ¡«ahí»!