– Ya puedes besar a la novia -anuncia el reverendo Walsh.
Sonrío a mi flamante marido.
– Al fin eres mía -me susurra tirando de mí para rodearme con los brazos y darme un beso casto en los labios.
Estoy casada. Ya soy la señora de Christian Grey. Estoy borracha de felicidad.
– Estás preciosa, Ana -murmura y sonríe con los ojos brillando de amor… y algo más, algo oscuro y lujurioso-. No dejes que nadie que no sea yo te quite ese vestido, ¿entendido? -Su sonrisa sube de temperatura mientras con las yemas de los dedos me acaricia la mejilla, haciéndome hervir la sangre.
Madre mía… ¿Cómo consigue hacerme esto, incluso aquí, con toda esta gente mirando?
Asiento en silencio. Vaya, espero que nadie nos haya oído. Por suerte el reverendo Walsh se ha apartado discretamente. Miro a la multitud allí reunida vestida con sus mejores galas… Mi madre, Ray, Bob y los Grey, todos aplaudiendo. Y también Kate, mi dama de honor, que está genial con un vestido rosa pálido de pie junto al padrino de Christian: su hermano Elliot. ¿Y quién iba a pensar que Elliot podía tener tan buena pinta una vez arreglado? Todos muestran unas brillantes sonrisas de oreja a oreja… excepto Grace, que está llorando discretamente cubriéndose con un delicado pañuelo blanco.
– ¿Preparada para la fiesta, señora Grey? -murmura Christian con una sonrisa tímida. Me derrito al verlo. Está fabuloso con un sencillo esmoquin negro con chaleco y corbata plateados. Se le ve… muy elegante.
– Preparadísima. -La cara se me ilumina con una sonrisa bobalicona.
Un poco más tarde, la fiesta está en su apogeo… Carrick y Grace se han superado. Han hecho que volvieran a colocar la carpa y la han decorado con rosa pálido, plata y marfil, dejando los lados abiertos con vistas a la bahía. Hemos tenido la suerte de tener un tiempo estupendo y ahora el sol de última hora de la tarde brilla sobre el agua. Hay una pista de baile en un extremo de la carpa y un buffet muy generoso en el otro.
Ray y mi madre están bailando y riéndose juntos. Tengo una sensación agridulce al verlos así. Espero que Christian y yo duremos más; no sé qué haría si me dejara. Casamiento apresurado, arrepentimiento asegurado. Ese dicho no deja de repetirse en mi cabeza.
Kate está a mi lado. Está guapísima con un vestido largo de seda. Me mira y frunce el ceño.
– Oye, que se supone que hoy es el día más feliz de tu vida -me regaña.
– Y lo es -le digo en voz baja.
– Oh, Ana, ¿qué te pasa? ¿Estás mirando a tu madre y a Ray?
Asiento con aire triste.
– Son felices.
– Sí, felices separados.
– ¿Te están entrando las dudas? -me pregunta Kate alarmada.
– No, no, claro que no. Solo es que… le quiero muchísimo. -Me quedo petrificada, sin poder o sin querer expresar mis miedos.
– Ana, es obvio que te adora. Sé que habéis tenido un comienzo muy poco convencional en vuestra relación, pero yo he visto lo felices que habéis sido durante el último mes. -Me coge y me aprieta las manos-. Además, ya es demasiado tarde -añade con una sonrisa.
Suelto una risita. Kate siempre diciendo lo que no hace falta decir. Me atrae hacia ella para darme el Abrazo Especial de Katherine Kavanagh.
– Ana, vas a estar bien. Y si te hace daño alguna vez, aunque solo sea en un pelo de la cabeza, tendrá que responder ante mí. -Me suelta y le sonríe a alguien que hay detrás de mí.
– Hola, nena. -Christian me sorprende rodeándome con los brazos y me da un beso en la sien-. Kate -saluda. Sigue mostrándose algo frío con ella, aunque ya han pasado seis semanas.
– Hola otra vez, Christian. Voy a buscar al padrino, que es tu hombre preferido y también el mío. -Con una sonrisa para ambos se aleja para ir con Elliot, que está bebiendo con el hermano de Kate, Ethan, y nuestro amigo José.
– Es hora de irse -murmura Christian.
– ¿Ya? Es la primera fiesta a la que asisto en la que no me importa ser el centro de atención. -Me giro entre sus brazos para poder mirarle de frente.
– Mereces serlo. Estás impresionante, Anastasia.
– Y tú también.
Me sonríe y su expresión sube de temperatura.
– Ese vestido tan bonito te sienta bien.
– ¿Este trapo viejo? -me ruborizo tímidamente y tiro un poco de ribete de fino encaje del vestido de novia sencillo y entallado que ha diseñado para mí la madre de Kate. Me encanta que el encaje caiga justo por debajo del hombro; queda recatado, pero seductor, espero.
Se inclina y me da un beso.
– Vámonos. No quiero compartirte con toda esta gente ni un minuto más.
– ¿Podemos irnos de nuestra propia boda?
– Nena, es nuestra fiesta y podemos hacer lo que queramos. Hemos cortado la tarta. Y ahora mismo lo que quiero es raptarte para tenerte toda para mí.
Suelto una risita.
– Me tiene para toda la vida, señor Grey.
– Me alegro mucho de oír eso, señora Grey.
– ¡Oh, ahí estáis! Qué dos tortolitos.
Gruño en mi fuero interno… La madre de Grace nos ha encontrado.
– Christian, querido… ¿Otro baile con tu abuela?
Christian frunce los labios.
– Claro, abuela.
– Y tú, preciosa Anastasia, ve y haz feliz a un anciano: baila con Theo.
– ¿Con quién, señora Trevelyan?
– Con el abuelo Trevelyan. Y creo que ya puedes llamarme abuela. Vosotros dos tenéis que poneros cuanto antes manos a la obra en el asunto de darme bisnietos. No voy a durar mucho ya. -Nos mira con una sonrisa tontorrona.
Christian la mira parpadeando, horrorizado.
– Vamos, abuela -dice cogiéndola apresuradamente de la mano y llevándola a la pista de baile. Me mira casi haciendo un mohín y pone los ojos en blanco-. Luego, cariño.
Mientras voy de camino adonde está el abuelo Trevelyan, José me aborda.
– No te voy a pedir otro baile. Creo que ya te he monopolizado demasiado en la pista de baile hasta ahora… Me alegro de verte feliz, pero te lo digo en serio, Ana. Estaré aquí… si me necesitas.
– Gracias, José. Eres un buen amigo.
– Lo digo en serio. -Sus ojos oscuros brillan por la sinceridad.
– Ya lo sé. Gracias de verdad, José. Pero si me disculpas… Tengo una cita con un anciano.
Arruga la frente, confuso.
– El abuelo de Christian -aclaro.
Me sonríe.
– Buena suerte con eso, Annie. Y buena suerte con todo.
– Gracias, José.
Después de mi baile con el siempre encantador abuelo de Christian, me quedo de pie junto a las cristaleras viendo como el sol se hunde lentamente por detrás de Seattle provocando sombras de color naranja y aguamarina en la bahía.
– Vamos -me insiste Christian.
– Tengo que cambiarme. -Le cojo la mano con intención de arrastrarle hacia la cristalera y que suba las escaleras conmigo. Frunce el ceño sin comprender y tira suavemente de mi mano para detenerme-. Creía que querías ser tú el que me quitara el vestido -le explico.
Se le iluminan los ojos.
– Cierto. -Me mira con una sonrisa lasciva-. Pero no te voy a desnudar aquí. Entonces no nos iríamos hasta… no sé… -dice agitando su mano de largos dedos. Deja la frase sin terminar pero el significado está más que claro.
Me ruborizo y le suelto la mano.
– Y no te sueltes el pelo -me murmura misteriosamente.
– Pero…
– Nada de «peros», Anastasia. Estás preciosa. Y quiero ser yo el que te desnude.
Frunzo el ceño.
– Guarda en tu bolsa de mano la ropa que te ibas a poner -me ordena-. La vas a necesitar. Taylor ya tiene tu maleta.
– Está bien.
¿Qué habrá planeado? No me ha dicho adónde vamos. De hecho, no creo que nadie sepa nada. Ni Mia ni Kate han conseguido sacarle la información. Me vuelvo hacia mi madre y Kate.
– No me voy a cambiar.
– ¿Qué? -dice mi madre.