– Oh, nena…
Puedo sentirlo todo: el pulgar que gira en mi interior y el tapón que presiona… Oh, ah… Gira lentamente el tapón, lo que me provoca un interminable gemido.
– Christian… -Digo su nombre como un mantra mientras me voy adaptando a la sensación.
– Muy bien -me susurra. Me recorre el costado con la mano libre hasta llegar a la cadera. Saca lentamente el pulgar y oigo el sonido inconfundible de la cremallera de su bragueta al abrirse. Me coge la cadera por el otro lado, tira de mí hacia atrás y me abre más las piernas empujándome los pies con los suyos.
– No sueltes la mesa, Ana -me advierte.
– No -jadeo.
– Duro, ¿eh? Dime si soy demasiado duro, ¿entendido?
– Sí -le susurro.
Siento que entra en mí con una brusca embestida a la vez que me atrae hacia él, lo que empuja el tapón y lo introduce más profundamente.
– ¡Joder! -chillo.
Se queda quieto con la respiración trabajosa. Mis jadeos se acompasan con los suyos. Estoy intentando asimilar todas las sensaciones: la deliciosa sensación de estar llena, la seducción de estar haciendo algo prohibido, el placer erótico que va creciendo en espiral desde mi interior. Tira suavemente del tapón.
Oh, Dios mío… Gimo y oigo que inspira bruscamente: una inhalación de puro placer sin adulterar. Hace que me hierva la sangre. ¿Me he sentido alguna vez tan llena de lujuria… tan…?
– ¿Otra vez? -me susurra.
– Sí.
– Sigue tumbada -me ordena. Sale de mí y vuelve a embestirme con mucha fuerza.
Oh… esto era lo que quería.
– ¡Sí! -exclamo con los dientes apretados.
Él empieza a establecer un ritmo con la respiración cada vez más trabajosa, que vuelve a acompasarse con la mía cuando entra y sale de mi interior.
– Oh, Ana -gime. Aparta una de las manos de mi cadera y gira otra vez el tapón para meterlo despacio, sacarlo un poco y volverlo a meter. La sensación es indescriptible y creo que estoy a punto de desmayarme sobre la mesa. No altera el ritmo de su penetración, una y otra vez, con movimientos fuertes y bruscos al entrar, haciendo que mis entrañas se tensen y tiemblen.
– Oh, joder… -grito. Me va a partir en dos.
– Sí, nena -murmura él.
– Por favor… -le suplico, aunque no sé qué le estoy pidiendo: que pare, que no pare nunca, que vuelva a girar el tapón. Mi interior se tensa alrededor de él y del tapón.
– Eso es -jadea y a la vez me da un fuerte azote en la nalga derecha. Y yo me corro, una vez y otra, cayendo, hundiéndome, girando, latiendo a su alrededor una vez, y otra… Christian saca con mucho cuidado el tapón.
– ¡Joder! -vuelvo a gritar y Christian me agarra las caderas para que no me mueva y llega el clímax con un alarido.
La mujer sigue cantando. Siempre que estamos aquí, Christian pone una canción y programa el equipo para que se repita. Qué raro. Estoy acurrucada en su regazo, envuelta por sus brazos, con las piernas enroscadas con las suyas y la cabeza descansando contra su pecho. Estamos en el suelo del cuarto de juegos al lado de la mesa.
– Bienvenida de vuelta -me dice quitándome el antifaz. Parpadeo para que mis ojos se adapten a la débil luz. Sujetándome la barbilla me da un beso suave en los labios con los ojos fijos en los míos, mirándome ansioso. Estiro la mano para acariciarle la cara. Él me sonríe-. Bueno, ¿he cumplido el encargo? -me pregunta divertido.
Frunzo el ceño.
– ¿Encargo?
– Querías que fuera duro -me explica.
No puedo evitar sonreír.
– Sí, creo que sí…
Alza las dos cejas y me sonríe.
– Me alegro mucho de oírlo. Ahora mismo se te ve muy bien follada y preciosa. -Me acaricia la cara y sus largos dedos me rozan la mejilla.
– Así me siento -digo casi en un ronroneo.
Se agacha y me besa tiernamente y noto sus labios suaves y cálidos contra los míos.
– Nunca me decepcionas.
Él se echa un poco atrás para mirarme.
– ¿Cómo te encuentras? -pregunta con voz suave pero llena de preocupación.
– Bien. Muy bien follada -le digo y siento que me estoy ruborizando. Le sonrío tímidamente.
– Vaya, señora Grey, tiene una boca muy muy sucia. -Christian pone cara de ofendido, pero advierto la diversión en su voz.
– Eso es porque estoy casada con un hombre muy, muy sucio, señor Grey.
Me sonríe con una sonrisa ridículamente estúpida que se me contagia.
– Me alegro de que estés casada con él.
Me coge la trenza, se la lleva a los labios y besa el extremo con veneración; sus ojos están llenos de amor. Oh… ¿Alguna vez podré resistirme a este hombre?
Le cojo la mano izquierda y le doy un beso en la alianza, un sencillo aro de platino igual que el mío.
– Mío -susurro.
– Tuyo -me responde. Me rodea con sus brazos y hunde la nariz en mi pelo-. ¿Quieres que te prepare un baño?
– Mmm… Solo si tú te metes en la bañera conmigo.
– Vale -concede. Me pone de pie y se levanta para quedar junto a mí. Todavía lleva los vaqueros.
– ¿Por qué no te pones… eh… los otros vaqueros?
Me mira frunciendo el ceño.
– ¿Qué otros vaqueros?
– Los que te ponías antes cuando estábamos aquí.
– ¿Esos? -pregunta parpadeando por la perplejidad.
– Me pones mucho con ellos.
– ¿Ah, sí?
– Sí… Mucho, mucho…
Sonríe tímidamente.
– Por usted, señora Grey, tal vez me los ponga. -Se inclina para besarme y coge el cuenco que hay en la mesa en el que están el tapón, el tubo de lubricante, el antifaz y mis bragas.
– ¿Quién limpia esos juguetes? -le pregunto siguiéndole hasta la cómoda.
Me mira con el ceño fruncido, como si no entendiera la pregunta.
– Yo. O la señora Jones.
– ¿Ah, sí?
Asiente, divertido y avergonzado a la vez, creo. Apaga la música.
– Bueno… eh…
– Antes lo hacían tus sumisas -termino la frase por él.
Se encoge de hombros como disculpándose.
– Toma. -Me pasa su camisa. Me la pongo y me envuelvo en ella. La tela mantiene su olor y mi malestar por lo de la limpieza del tapón anal queda olvidado. Deja los juguetes sobre la cómoda. Me coge la mano, abre la puerta del cuarto de juegos, me lleva afuera y bajamos por la escalera. Yo le sigo dócilmente.
La ansiedad, el mal humor, la emoción, el miedo y la excitación de la persecución han desaparecido. Estoy relajada, por fin saciada y en calma. Cuando entramos en nuestro baño bostezo con fuerza y me estiro, por fin cómoda conmigo misma para variar.
– ¿Qué? -pregunta Christian mientras abre el grifo.
Niego con la cabeza.
– Dímelo -me pide suavemente. Echa aceite de baño de jazmín en el agua y el baño se llena de un olor dulce y sensual.
Me sonrojo.
– Es que me siento mejor.
Sonríe.
– Sí, ha tenido un humor extraño todo el día, señora Grey. -Se pone de pie y me atrae hacia sus brazos-. Sé que estás preocupada por las cosas que han ocurrido recientemente. Siento que te hayas visto envuelta en todo esto. No sé si es una venganza, un antiguo empleado descontento o un rival en los negocios. Pero si algo te pasara por mi culpa… -Su voz va bajando hasta quebrarse en un susurro lleno de dolor. Yo le abrazo.
– ¿Y si te pasa algo a ti, Christian? -Al fin enuncio mi miedo en voz alta.
Me mira.
– Ya lo arreglaremos. Ahora quítate la camisa y métete en el baño.
– ¿No tienes que hablar con Sawyer?
– Puede esperar. -La expresión de su boca se endurece y yo siento una punzada de lástima por Sawyer. ¿Qué puede haber hecho para enfadar a Christian?
Christian me ayuda a quitarme la camisa y frunce el ceño cuando me giro hacia él. Todavía tengo en los pechos las marcas desvaídas de los chupetones que me hizo durante la luna de miel. Decido no bromear con él sobre ellos.