– Me pregunto si Ryan habrá conseguido seguir al Dodge…
– Ya nos enteraremos después del baño. Entra. -Me tiende la mano para ayudarme a entrar e intento sentarme dentro del agua caliente y fragante.
– Ay. -Tengo el culo un poco sensible y el agua caliente me provoca un leve dolor.
– Con cuidado, nena -me dice Christian, pero nada más decirlo la sensación de incomodidad desaparece.
Christian se desnuda y se mete detrás de mí, atrayéndome hacia él para que me apoye contra su pecho. Me coloco entre sus piernas y los dos nos quedamos tumbados, relajados y satisfechos, en el agua caliente. Le acaricio las piernas y él me coge la trenza con una mano y la hace girar entre sus dedos.
– Tenemos que revisar los planos de la casa nueva. ¿Más tarde?
– Sí. -Esa mujer va a volver. Mi subconsciente levanta la vista del tercer volumen de las Obras completas de Charles Dickens y frunce el ceño. Pienso lo mismo que mi subconsciente. Suspiro. Por desgracia los planos de Gia Matteo son espectaculares-. Debería preparar las cosas del trabajo -digo.
Él se queda muy quieto.
– Sabes que no tienes que volver a trabajar si no quieres -me dice.
Oh, no… otra vez no.
– Christian, ya hemos hablado de esto. Por favor no resucites aquella discusión.
Me tira de la trenza de forma que tengo que levantar y echar atrás la cabeza.
– Solo lo digo por si acaso… -se defiende y me da un suave beso en los labios.
Me pongo los pantalones de chándal y una camisola y decido ir a buscar mi ropa al cuarto de juegos. Mientras cruzo el pasillo, oigo la voz de Christian gritando en el estudio. Me quedo petrificada.
– ¿Dónde cojones estabas?
Oh, mierda. Le está gritando a Sawyer. Hago una mueca de dolor y subo corriendo la escalera hasta el cuarto de juegos. No quiero oír lo que tiene que decirle; Christian aún sigue intimidándome cuando grita. Pobre Sawyer. Al menos yo puedo contestarle también a gritos.
Recojo mi ropa y los zapatos de Christian y entonces me fijo en el pequeño cuenco de porcelana con el tapón, que sigue encima de la cómoda. Bueno… supongo que debería limpiarlo. Lo pongo entre la ropa y bajo la escalera. Miro nerviosamente hacia el salón, pero todo está en calma, gracias a Dios.
Taylor volverá mañana por la noche y Christian suele estar más tranquilo cuando lo tiene a su lado. Taylor está pasando unos días con su hija. Me pregunto distraída si alguna vez llegaré a conocerla.
La señora Jones sale del office y las dos nos sobresaltamos.
– Señora Grey… No la había visto. -¡Oh, ahora soy la señora Grey!
– Hola, señora Jones.
– Bienvenida a casa y felicidades -me dice sonriendo.
– Por favor, llámeme Ana.
– Oh, señora Grey, no me sentiría cómoda dirigiéndome a usted así.
¡Oh! ¿Por qué tiene que cambiar todo solo porque ahora llevo un anillo en el dedo?
– ¿Quiere repasar los menús de la semana? -me pregunta mirándome expectante.
¿Los menús?
– Mmm… -No es una pregunta que esperara que me hiciera.
Sonríe.
– Cuando empecé a trabajar con el señor Grey, todos los domingos por la noche repasaba los menús de la semana siguiente con él y hacía una lista de todo lo que necesitábamos de la tienda.
– Ah, ya veo.
– ¿Quiere que yo me ocupe de eso? -dice tendiéndome las manos para cogerme la ropa.
– Oh… no. Todavía no he terminado con todo esto. -Y tengo escondido entre la ropa un cuenco con un tapón anal… Me pongo de color escarlata. No sé ni cómo puedo mirar a la señora Jones a la cara. Ella sabe lo que hacemos, porque es la que limpia la habitación. Dios, es muy raro no tener privacidad.
– Cuando pueda, señora Grey, estaré encantada de repasar esas cosas con usted.
– Gracias. -Nos interrumpe un Sawyer con la cara cenicienta que sale del estudio de Christian como una exhalación y cruza a buen paso el salón. Nos saluda brevemente con la cabeza sin mirarnos a los ojos y se mete en el despacho de Taylor. Me alegro de que nos haya interrumpido porque no quiero hablar de menús ni de tapones anales con la señora Jones. Le dedico una breve sonrisa y me escabullo hacia el dormitorio. ¿Me acostumbraré alguna vez a tener servicio doméstico siempre a mi entera disposición? Sacudo la cabeza… Tal vez algún día.
Dejo caer los zapatos de Christian en el suelo y mi ropa en la cama y me llevo el cuenco con el tapón al baño. Lo miro suspicaz. Parece inofensivo y sorprendentemente limpio. No quiero pensar mucho en él, así que lo lavo enseguida con agua y jabón. ¿Eso será suficiente? Tengo que preguntarle al señor Experto en Sexo si hay que esterilizarlo o algo. Me estremezco de solo pensarlo.
Me gusta que Christian haya adaptado la biblioteca para mí. Ahora tiene un bonito escritorio de madera blanco en el que puedo trabajar. Saco el ordenador portátil y echo un vistazo a las notas sobre los cinco manuscritos que he leído en la luna de miel.
Sí, tengo todo lo que necesito. Una parte de mí teme volver al trabajo, pero no puedo decirle eso a Christian. Aprovecharía la oportunidad para hacer que lo deje. Recuerdo que a Roach casi le dio un ataque cuando le dije que me iba a casar, con quién y cómo. Muy poco después me hicieron fija en el puesto. Ahora me doy cuenta de que fue porque iba a casarme con el jefe. No me gusta la idea. Ya no soy editora en prácticas. Ahora soy Anastasia Steele, editora.
Todavía no he logrado reunir el coraje para decirle a Christian que no voy a cambiarme el apellido en el trabajo. Creo que tengo buenas razones. Necesito mantener cierta distancia con él, pero sé que vamos a tener una pelea cuando se lo plantee. Tal vez deberíamos hablarlo esta noche.
Me acomodo en la silla y empiezo mi última tarea del día. Miro el reloj del ordenador: son las siete de la tarde. Christian todavía no ha salido de su estudio, así que tengo tiempo. Saco la tarjeta de memoria de la Nikon y la conecto al ordenador para transferir las fotos. Mientras se van copiando, reflexiono sobre los acontecimientos del día. ¿Habrá vuelto Ryan? ¿O todavía irá de camino a Portland? ¿Habrá conseguido atrapar a la mujer misteriosa? ¿Sabrá Christian algo de Ryan ya? Quiero respuestas y no me importa que esté ocupado; quiero saber lo que está pasando y de repente siento una punzada de resentimiento porque me tiene en ascuas. Me levanto con intención de ir a hablar con él a su estudio, pero antes de que me dé tiempo, las fotos de los últimos días de nuestra luna de miel aparecen en la pantalla.
Oh, Dios mío…
Hay un montón de fotos mías. Muchísimas dormida: con el pelo sobre la cara o desparramado sobre la almohada, con los labios separados… ¡Mierda! Chupándome el pulgar… ¡Hacía años que no me chupaba el pulgar! Cuántas fotos… No tenía ni idea de que me las había hecho. Hay unas cuantas naturales, hechas desde lejos, incluyendo una en la que estoy apoyada en la barandilla del yate, mirando nostálgicamente a la distancia. ¿Cómo he podido no percatarme de que estaba haciéndome fotos? Sonrío al ver las fotos en las que estoy hecha una bola debajo de él, riéndome y con el pelo volando mientras intentaba zafarme de esos dedos que me hacían cosquillas y me atormentaban. Y hay una de él y mía en la cama del camarote, la que nos hizo con el brazo extendido. Estoy acurrucada en su pecho y él mira a la cámara, joven, con los ojos muy abiertos… enamorado. Con la otra mano me coge la cabeza y yo sonrío como una tonta enamorada, sin poder apartar los ojos de él. Oh, mi guapísimo marido, con el pelo de recién follado, los ojos grises brillando, los labios separados y sonriendo. Mi maravilloso marido que no soporta que le hagan cosquillas y que hasta hace poco tampoco aceptaba que le tocaran, aunque ahora sí tolere mi contacto. Tengo que preguntarle si le complace o si solo me deja tocarle porque a mí me gusta.
Frunzo el ceño al comtemplar su imagen, abrumada de repente por lo que siento por él. Hay alguien ahí fuera que va tras éclass="underline" primero lo de Charlie Tango, después el incendio en la oficina y ahora la persecución del coche. Me tapo la boca con la mano cuando se me escapa un sollozo involuntario. Dejo el ordenador y me levanto de un salto para ir a buscarle, no para enfrentarme con él, sino para comprobar que está bien.