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– Veré qué puedo hacer. -Salgo pavoneándome del estudio y me dirijo a la cocina. Se me cae el alma a los pies cuando me encuentro allí a la señora Jones.

– Hola, señora Jones.

– Hola, señora Grey. ¿Les apetece algo de comer?

– Mmm…

Está revolviendo algo en una cazuela sobre el fuego que huele deliciosamente.

– Iba a hacer unos bocadillos para el señor Grey y para mí.

Se queda parada durante un segundo.

– Claro -dice-. Al señor Grey le gusta el pan de barra… Creo que hay un poco en el congelador ya cortado con el tamaño de bocadillo. Yo puedo hacerles los bocadillos, señora.

– Lo sé. Pero me gustaría hacerlos yo.

– Claro, lo entiendo. Le dejaré un poco de espacio.

– ¿Qué está cocinando?

– Es salsa boloñesa. Se puede comer en cualquier otro momento. La congelaré. -Me sonríe amablemente y apaga el fuego.

– Mmm… ¿Y qué le gusta a Christian… en el bocadillo? -Frunzo el ceño cohibida por la frase. ¿Se habrá dado cuenta la señora Jones de lo que implicaba?

– Señora Grey, en un bocadillo puede meterle cualquier cosa. Si está dentro de pan de barra, él se lo comerá. -Las dos sonreímos.

– Vale, gracias. -Busco en el congelador y encuentro el pan cortado en una bolsa de congelar. Coloco dos trozos en un plato y los meto en el microondas para descongelarlos.

La señora Jones ha desaparecido. Frunzo el ceño y vuelvo al frigorífico para buscar algo que meter dentro del pan. Supongo que es cosa mía establecer los parámetros de reparto del trabajo entre la señora Jones y yo. Me gusta la idea de cocinar para Christian los fines de semana, pero la señora Jones puede hacerlo durante la semana. Lo último que me va a apetecer cuando vuelva de trabajar va a ser cocinar. Mmm… Una rutina similar a la de Christian con sus sumisas. Niego con la cabeza. No debo pensar mucho en eso. Encuentro un poco de jamón y un aguacate bien maduro.

Cuando le estoy añadiendo sal y limón al aguacate machacado, Christian sale de su estudio con los planos de la casa nueva en las manos. Los coloca sobre la barra para el desayuno, se acerca a mí, me abraza y me besa en el cuello.

– Descalza y en la cocina -susurra.

– ¿No debería ser descalza, embarazada y en la cocina? -digo burlonamente.

Él se queda petrificado y todo su cuerpo se tensa contra el mío.

– Todavía no… -dice con la voz llena de aprensión.

– ¡No! ¡Todavía no!

Se relaja.

– Veo que estamos de acuerdo en eso, señora Grey.

– Pero quieres tener hijos, ¿no?

– Sí, claro. En algún momento. Pero todavía no estoy preparado para compartirte. -Vuelve a besarme en el cuello.

Oh… ¿compartirme?

– ¿Qué estás preparando? Tiene buena pinta. -Me besa detrás de la oreja y veo que tiene intención de distraerme. Un cosquilleo delicioso me recorre la espalda.

– Bocadillos. -Le sonrío.

Él sonríe contra mi cuello y me muerde el lóbulo de la oreja.

– Mmm… Mis favoritos.

Le propino un ligero codazo.

– Señora Grey, acaba de herirme -dice agarrándose el costado como si le doliera.

– Estás hecho de mantequilla… -le digo de broma.

– ¿De mantequilla? -dice incrédulo. Me da un azote en el culo que me hace chillar-. Date prisa con mi comida, mujer. Y después ya te enseñaré yo si estoy hecho de mantequilla o no. -Me da otro azote juguetón y se acerca al frigorífico-. ¿Quieres una copa de vino? -me pregunta.

– Sí, por favor.

Christian extiende los planos sobre la barra para el desayuno. La verdad es que Gia ha tenido unas ideas geniales.

– Me encanta su propuesta de hacer toda la pared del piso de abajo de cristal, pero…

– ¿Pero? -pregunta Christian.

Suspiro.

– Es que no quiero quitarle toda la personalidad a la casa.

– ¿Personalidad?

– Sí. Lo que Gia propone es muy radical pero… bueno… Yo me enamoré de la casa como está… con todas sus imperfecciones.

Christian arruga la frente como si eso fuera un anatema para él.

– Me gusta como está -susurro. ¿Se va a enfadar por eso?

Me mira fijamente.

– Quiero que la casa sea como tú desees. Lo que tú desees. Es tuya.

– Pero yo también quiero que te guste a ti. Que también seas feliz en ella.

– Yo seré feliz donde tú estés. Es así de simple, Ana. -Me sostiene la mirada. Está siendo absolutamente sincero. Parpadeo a la vez que el corazón se me llena de amor. Dios, cuánto me quiere.

– Bueno -continúo tragando saliva para intentar aliviar el nudo de emoción que siento en la garganta-, me gusta la pared de cristal. Será mejor que le pidamos que la incorpore a la casa de una forma más comprensiva.

Christian sonríe.

– Claro. Lo que tú digas. ¿Y lo que ha propuesto para el piso de arriba y el sótano?

– Eso me parece bien.

– Perfecto.

Vale… creo que es hora de hacer la pregunta del millón de dólares.

– ¿Vas a querer poner allí también un cuarto de juegos? -Siento que me ruborizo. Christian levanta las cejas.

– ¿Tú quieres? -me pregunta sorprendido y divertido al mismo tiempo.

Me encojo de hombros.

– Mmm… Si tú quieres…

Me mira durante un momento.

– Dejemos todas las opciones abiertas por el momento. Después de todo, va a ser una casa para criar niños.

Me sorprendo al notar una punzada de decepción. Supongo que tiene razón, pero… ¿cuándo vamos a tener esa familia? Pueden pasar años.

– Además, podemos improvisar.

– Me gusta improvisar -murmuro.

Él sonríe.

– Hay algo que me gustaría hablar contigo -dice Christian señalando el dormitorio principal y empezamos una detallada discusión sobre baños y vestidores separados.

Cuando terminamos ya son las nueve y media de la noche.

– ¿Tienes que volver a trabajar? -le pregunto a Christian mientras enrolla los planos.

– No si tú no quieres -asegura sonriendo-. ¿Qué te apetece hacer?

– Podríamos ver un poco la tele. -No tengo ganas de leer ni de irme a la cama… todavía.

– Vale -acepta alegremente Christian y yo le sigo hasta la sala de la televisión.

Solo nos hemos sentado allí tres o cuatro veces, y normalmente Christian se dedica a leer. A él no le interesa la televisión. Me acurruco a su lado en el sofá, encogiendo las piernas bajo el cuerpo y apoyando la cabeza en su hombro. Enciende la tele plana con el mando a distancia y cambia de canal mecánicamente.

– ¿Hay alguna chorrada en particular que te apetezca ver?

– No te gusta mucho la televisión, ¿verdad? -le digo sardónicamente.

Él niega con la cabeza.

– Es una pérdida de tiempo, pero no me importa ver algo contigo.

– Podríamos meternos mano.

Se gira bruscamente para mirarme.

– ¿Meternos mano? -Por la forma en que me mira, parece que acabara de nacerme una segunda cabeza. Para de cambiar de canal, dejando la televisión en un frívolo culebrón hispano.

– Sí… -¿Por qué me mira así de horrorizado?

– Podemos irnos a la cama a meternos mano.

– Eso es lo que hacemos siempre. ¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste sentado delante de la tele? -le pregunto tímida y provocativa al mismo tiempo.

Se encoge de hombros y niega con la cabeza. Vuelve a pulsar el botón del mando y pasa unos cuantos canales hasta quedarse en uno en el que emiten un episodio antiguo de Expediente X.

– ¿Christian?

– Yo nunca he hecho algo así -dice en voz baja.

– ¿Nunca?

– No.

– ¿Ni con la señora Robinson?

Ríe burlón.

– Nena, hice un montón de cosas con la señora Robinson, pero meternos mano no fue una de ellas. -Me sonríe y después una curiosidad divertida le hace entornar los ojos-. ¿Y tú?