La reunión dura dos horas. Asisten a ella todos los editores además de Roach y Elizabeth. Hablamos de personal, estrategias, marketing, seguridad y los resultados de fin de temporada. Según va progresando la reunión me siento cada vez más incómoda. Se ha producido un cambio sutil en la forma de tratarme de mis colegas; ahora imponen cierta distancia y deferencia que no existía antes de que me fuera de luna de miel. Y por parte de Courtney, que es quien lleva el departamento de no ficción, lo que noto es una clarísima hostilidad. Tal vez estoy siendo un poco paranoica, pero esto parece ir en la línea del extraño recibimiento de Elizabeth de esta mañana.
Mi mente vuelve al yate, después al cuarto de juegos y por fin al R8 escapando a toda velocidad del misterioso Dodge por la interestatal 5. Quizá Christian tenga razón y ya no pueda seguir trabajando. Solo pensarlo me pone triste; esto es lo que he querido siempre. Y si no puedo hacerlo, ¿qué voy a hacer? Intento apartar esos pensamientos sombríos de camino a mi despacho.
Me siento frenta a mi mesa y abro mi correo. No hay nada de Christian. Compruebo la BlackBerry… Tampoco hay nada. Bien. Al menos no ha habido una reacción perjudicial ante mi correo anterior. Seguramente hablaremos de ello esta noche, como le he pedido. Me cuesta creerlo, pero ignoro la incomodidad que siento y abro el plan de marketing que me han dado en la reunión.
Como manda el ritual, los lunes Hannah entra en el despacho con un plato para mí -tengo mi tartera con la comida preparada por la señora Jones-, y las dos comemos juntas, hablando de lo que queremos hacer durante la semana. Me pone al día de los cotilleos de la oficina, de los que, teniendo en cuenta que he estado tres semanas fuera, estoy bastante desconectada. Mientras hablamos, alguien llama a la puerta.
– Adelante.
Roach abre la puerta y a su lado aparece Christian. Me quedo sin palabras momentáneamente. Christian me lanza una mirada abrasadora y entra. Después le sonríe educadamente a Hannah.
– Hola, tú debes de ser Hannah. Yo soy Christian Grey -le dice. Hannah se apresura a ponerse de pie y le estrecha la mano.
– Hola, señor Grey. Es un placer conocerle -balbucea mientras le estrecha la mano-. ¿Quiere que le traiga un café?
– Sí, por favor -le pide amablemente. Hannah me mira con expresión asombrada y sale apresuradamente pasando al lado de Roach, que sigue mudo en el umbral de mi despacho.
– Si nos disculpas, Roach, me gustaría hablar con la «señorita» Steele. -Christian alarga la S con cierto sarcasmo.
Por eso ha venido… Oh, mierda.
– Por supuesto, señor Grey. Ana -murmura Roach y cierra la puerta de mi despacho al salir. Por fin recupero el habla.
– Señor Grey, qué alegría verle -le digo sonriéndole con demasiada dulzura.
– «Señorita» Steele, ¿puedo sentarme?
– La empresa es tuya -le digo señalando la silla que acaba de abandonar Hannah.
– Sí. -Me sonríe con malicia, pero la sonrisa no le alcanza los ojos. Su tono es cortante. Echa chispas por la tensión; lo noto a mi alrededor. Joder. Se me cae el alma a los pies.
– Tienes un despacho muy pequeño -me dice mientras se sienta a la mesa.
– Está bien para mí.
Me mira de forma neutral y me doy cuenta de que está furioso. Inspiro hondo. Esto no va a ser divertido.
– ¿Y qué puedo hacer por ti, Christian?
– Estoy examinando mis activos.
– ¿Tus activos? ¿Todos?
– Todos. Algunos necesitan un cambio de nombre.
– ¿Cambio de nombre? ¿Qué quieres decir con eso?
– Creo que ya sabes a qué me refiero -dice con voz amenazadoramente tranquila.
– No me digas que has interrumpido tu trabajo después de tres semanas fuera para venir aquí a pelear conmigo por mi apellido. ¡Yo no soy uno de tus activos!
Se remueve en su asiento y cruza las piernas.
– No a pelear exactamente. No.
– Christian, estoy trabajando.
– A mí me ha parecido que estabas cotilleando con tu ayudante.
Me ruborizo.
– Estábamos repasando los horarios -le respondo-. Y no me has contestado a la pregunta.
Llaman a la puerta.
– ¡Adelante! -digo demasiado alto.
Hannah abre la puerta. Lleva una bandeja: jarrita de leche, azucarero, café en cafetera francesa… Se ha tomado muchas molestias. Coloca la bandeja en mi mesa.
– Gracias, Hannah -le digo avergonzada de haberle gritado.
– ¿Necesita algo más, señor Grey? -le pregunta con la voz entrecortada. Estoy a punto de poner los ojos en blanco.
– No, gracias, eso es todo. -Le sonríe con esa sonrisa brillante y arrebatadora que haría que a cualquier mujer se le cayeran las bragas. Ella se ruboriza y sale con una sonrisita tonta en los labios. Christian vuelve a centrar su atención en mí.
– Vamos a ver, «señorita» Steele, ¿dónde estábamos?
– Estabas interrumpiendo mi trabajo de una forma muy maleducada para pelear por mi apellido.
Christian parpadea. Está sorprendido, supongo que por la vehemencia que ha notado en mi voz. Con mucho cuidado se quita una pelusa invisible de la rodilla con sus largos y hábiles dedos. Es una distracción. Lo está haciendo a propósito. Entorno los ojos al mirarle.
– Me gusta hacer visitas sorpresa. Mantiene a la dirección siempre alerta y a las esposas en su lugar. Ya sabes… -Se encoge de hombros con una expresión arrogante.
¡A las esposas en su lugar!
– No sabía que tuvieras tiempo para eso -le contesto.
De repente su mirada es gélida.
– ¿Por qué no te quieres cambiar el apellido aquí? -pregunta con la voz mortalmente tranquila.
– Christian, ¿tenemos que discutir eso ahora?
– Ya que estoy aquí, no veo por qué no.
– Tengo una tonelada de trabajo que hacer tras tres semanas de vacaciones.
Su mirada sigue siendo fría y calculadora… distante incluso. Me asombra que pueda ser tan frío después de lo de anoche, de lo de las últimas tres semanas. Mierda. Tiene que estar hecho una furia, una verdadera furia. ¿Cuándo va a aprender a no sacar las cosas de quicio?
– ¿Te avergüenzas de mí? -me pregunta con voz engañosamente suave.
– ¡No! Christian, claro que no. -Le miro con el ceño fruncido-. Esto tiene que ver conmigo, no contigo. -Oh… A veces es exasperante. Estúpido megalómano dominante…
– ¿Cómo puede no tener que ver conmigo? -Ladea la cabeza, auténticamente perplejo, y parte de la distancia anterior desaparece. Me mira con los ojos muy abiertos y me doy cuenta de que está dolido. Joder, he herido sus sentimientos. Oh, no… Él es la última persona a la que querría hacer daño. Tengo que conseguir que lo entienda, explicarle las razones de mi decisión.
– Christian, cuando acepté este trabajo acababa de conocerte -empiezo a decir con mucha paciencia, esforzándome por encontrar las palabras-. No sabía que ibas a comprar la empresa…
¿Y qué decir de ese acontecimiento de nuestra breve historia? Sus trastornadas razones para hacerlo: su obsesión por el control, su tendencia al acoso llevada hasta el extremo porque nadie le ponía coto por lo rico que es… Sé que quiere mantenerme a salvo, pero el hecho de que sea el dueño de Seattle Independent Publishing es el problema fundamental aquí. Si no hubiera interferido, yo podría seguir con normalidad mi vida sin tener que enfrentarme al descontento que expresan en voz baja mis compañeros cuando no les oigo. Me tapo la cara con las manos solo para romper el contacto visual con él.
– ¿Por qué es tan importante para ti? -le pregunto, desesperada por intentar aplacar su crispación. Le miro y tiene una expresión impasible, sus ojos brillantes ya no comunican nada; su dolor anterior ha quedado oculto. Pero mientras hago la pregunta me doy cuenta de que en el fondo sé muy bien la respuesta sin que me la diga.
– Quiero que todo el mundo sepa que eres mía.
– Soy tuya, mira -le digo levantando la mano izquierda y mostrándole los anillos de boda y de compromiso.