Me coge la barbilla y tira de mi labio inferior con el pulgar para que deje de mordérmelo y después me lo acaricia.
– Mejor así. -Se gira y camina hasta el impresionante armario en el que guarda su ropa. Saca del cajón inferior dos pares de esposas de metal y un antifaz como los de las aerolíneas.
¡Esposas! Nunca ha usado esposas. Le echo una mirada rápida y nerviosa a la cama. ¿Dónde demonios va a enganchar las esposas? Se vuelve y me mira fijamente con los ojos oscuros y brillantes.
– Estas pueden hacerte daño. Se clavan en la piel si tiras con demasiada fuerza -dice levantando un par para que lo vea-. Pero tengo ganas de usarlas contigo ahora.
Vaya. Se me seca la boca.
– Toma -dice acercándose y pasándome uno de los pares-. ¿Quieres probártelas primero?
Son macizas y el metal está frío. En algún lugar de mi mente pienso que espero no tener que llevar nunca un par de esas en la vida real.
Christian me observa atentamente.
– ¿Dónde están las llaves? -Mi voz tiembla.
Abre la mano y en su palma aparece una pequeña llave metálica.
– Es la misma para los dos juegos. Bueno, de hecho, para todos los juegos.
¿Cuántos juegos tendrá? No recuerdo haber visto ninguno en la cómoda del cuarto de juegos.
Me acaricia la mejilla con el dedo índice y va bajando hasta mi boca. Se acerca como si fuera a besarme.
– ¿Quieres jugar? -me dice en voz baja y toda la sangre de mi cuerpo se dirige hacia el sur cuando el deseo empieza a desperezarse en lo más profundo de mi vientre.
– Sí -jadeo.
Él sonríe.
– Bien. -Me da un beso en la frente que es poco más que un roce-. Vamos a necesitar una palabra de seguridad.
¿Qué?
– «Para» no nos sirve porque lo vas a decir varias veces, pero seguramente no querrás que lo haga. -Me acaricia la nariz con la suya, el único contacto entre nosotros.
El corazón se me acelera. Mierda… ¿Cómo puede ponerme así solo con las palabras?
– Esto no va a doler. Pero va a ser intenso. Muy intenso, porque no te voy a dejar moverte. ¿Vale?
Oh, Dios mío. Eso suena excitante. Mi respiración se oye muy fuerte. Joder, ya estoy jadeando. Gracias a Dios que estoy casada con este hombre, de lo contrario esto me resultaría muy embarazoso. Bajo la mirada y noto su erección.
– Vale. -Apenas se oye mi voz cuando lo digo.
– Elige una palabra, Ana.
Oh…
– Una palabra de seguridad -repite en voz baja.
– Pirulí -digo jadeando.
– ¿Pirulí? -pregunta divertido.
– Sí.
Sonríe y se inclina sobre mí.
– Interesante elección. Levanta los brazos.
Obedezco y Christian agarra el dobladillo de mi vestido playero, me lo quita por la cabeza y lo tira al suelo. Extiende la mano y le devuelvo las esposas. Pone los dos juegos en la mesita de noche junto con el antifaz y retira la colcha de la cama de un tirón, arrojándola luego al suelo.
– Vuélvete.
Me giro y me suelta la parte de arriba del biquini, que cae al suelo.
– Mañana te voy a grapar esto a la piel -murmura. Después me quita la goma del pelo para soltarlo. Me lo agarra con una mano y tira suavemente para que dé un paso atrás hasta quedar contra su cuerpo. Contra su pecho. Y contra su erección.
Gimo cuando me ladea la cabeza y me besa el cuello.
– Has sido muy desobediente -me dice al oído provocándome estremecimientos por todo el cuerpo.
– Sí -respondo en un susurro.
– Mmm. ¿Y qué vamos a hacer con eso?
– Aprender a vivir con ello -digo en un jadeo. Sus besos suaves y lánguidos me están volviendo loca. Sonríe con la boca contra mi cuello.
– Ah, señora Grey. Siempre tan optimista.
Se yergue. Me divide con atención el pelo en tres mechones, me lo trenza lentamente y lo sujeta con la goma al final. Me tira un poco de la trenza y se acerca a mi oído.
– Te voy a dar una lección -murmura.
Con un movimiento repentino me agarra de la cintura, se sienta en la cama y me tumba sobre su regazo. En esta postura siento la presión de su erección contra mi vientre. Me da un azote en el culo, fuerte. Chillo y al segundo siguiente estoy boca arriba en la cama y él me mira fijamente con sus ojos de un gris líquido. Estoy a punto de empezar a arder.
– ¿Sabes lo preciosa que eres? -Me roza el muslo con las puntas de los dedos de forma que me cosquillea… todo. Sin apartar los ojos de mí, se levanta de la cama y coge los dos juegos de esposas. Me agarra la pierna izquierda y cierra una de las esposas alrededor de mi tobillo.
¡Oh!
Me levanta la pierna derecha y repite el proceso; ahora tengo un par de esposas colgando de cada tobillo. Sigo sin tener ni idea de dónde las va a enganchar.
– Siéntate -me ordena y yo obedezco inmediatamente-. Ahora abrázate las rodillas.
Parpadeo, subo las piernas hasta que quedan dobladas delante de mí y las rodeo con los brazos. Me coge la barbilla y me da un beso suave y húmedo en los labios antes de ponerme el antifaz sobre los ojos. No veo nada y solo oigo mi respiración acelerada y el agua chocando contra los costados del yate, que cabecea suavemente en el mar.
Oh, madre mía. Estoy muy excitada… ya.
– ¿Cuál es la palabra de seguridad, Anastasia?
– Pirulí.
– Bien.
Me coge la mano izquierda y cierra las esposas alrededor de la muñeca. Después repite el proceso con la derecha. Tengo la mano izquierda esposada al tobillo izquierdo y la derecha al derecho. No puedo estirar las piernas. Oh, maldita sea…
– Ahora -dice Christian con un jadeo- te voy a follar hasta que grites.
¿Qué? Todo el aire abandona mi cuerpo.
Me agarra los dos tobillos y me empuja hacia atrás hasta que caigo de espaldas sobre la cama. Las esposas me obligan a mantener las piernas dobladas y me aprietan la carne si tiro de ellas. Tiene razón, se me clavan casi hasta el punto del dolor… Me siento muy rara, atada, indefensa y en un barco. Christian me separa los tobillos y yo suelto un gruñido.
Me besa el interior de los muslos y quiero retorcerme, pero no puedo. No tengo posibilidad de mover la cadera. Mis pies están suspendidos en el aire. No puedo moverme.
– Tendrás que absorber todo el placer, Anastasia. No te muevas -murmura mientras sube por mi cuerpo y me besa a lo largo de la cintura de la parte de abajo del biquini. Suelta los cordones de ambos lados y el trocito de tela cae. Ahora estoy desnuda y a su merced. Me besa el vientre y me muerde el ombligo.
– Ah -suspiro. Esto va a ser duro… No tenía ni idea. Va subiendo con besos suaves y mordisquitos hasta mis pechos.
– Chis… -Intenta calmarme-. Eres preciosa, Ana.
Vuelvo a gruñir de frustración. Normalmente estaría moviendo las caderas, respondiendo a su contacto con un ritmo propio, pero no puedo moverme. Gimo y tiro de las esposas. El metal se me clava en la piel.
– ¡Ah! -grito, aunque realmente no me importa.
– Me vuelves loco -me susurra-. Así que te voy a volver loca yo a ti.
Está sobre mí ahora, el peso apoyado en los codos, y centra su atención en mis pechos. Morder, chupar, hacer rodar los pezones entre los índices y los pulgares… todo para sacarme de mis casillas. No se detiene. Es enloquecedor. Oh. Por favor. Su erección se aprieta contra mí.
– Christian… -le suplico, y siento su sonrisa triunfante contra mi piel.
– ¿Quieres que te haga correrte así? -me pregunta contra mi pezón, haciendo que se ponga aún más duro-. Sabes que puedo. -Succiona el pezón con fuerza y yo grito porque un relámpago de placer sale de mi pecho y va directo a mi entrepierna. Tiro indefensa de las esposas, abrumada por la sensación.