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Christian me dedica una sonrisa tensa y se me derrite el corazón.

– Bien hecho -le digo.

Frunce el ceño.

– Por no echar espuma por la boca.

Me mira con la boca abierta, herido pero también divertido.

– Yo no echo espuma por la boca… Vamos a ver a tu padre. Tengo una sorpresa para ti.

– ¿Una sorpresa? -Abro mucho los ojos, alarmada.

– Ven. -Christian me coge la mano y empujamos para abrir las puertas de la UCI.

De pie junto a la cama de Ray está Grace, enfrascada en una conversación con Crowe y otra doctora, una mujer que no había visto antes. Al vernos Grace sonríe.

Oh, gracias a Dios.

– Christian -le saluda y le da un beso en la mejilla. Después se vuelve hacia mí y me da un abrazo cariñoso.

– Ana, ¿cómo lo llevas?

– Yo estoy bien. Es mi padre el que me preocupa.

– Está en buenas manos. La doctora Sluder es una experta en su campo. Nos formamos juntas en Yale.

Oh…

– Señora Grey -me saluda formalmente la doctora Sluder. Tiene el pelo corto y es menuda y delicada, con una sonrisa tímida y un suave acento sureño-. Como médico principal de su padre me alegra decirle que todo va sobre ruedas. Sus constantes vitales son estables y fuertes. Tenemos fe en que pueda conseguir una recuperación total. La inflamación cerebral se ha detenido y muestra signos de disminución. Es algo muy alentador teniendo en cuenta que ha pasado tan poco tiempo.

– Eso son buenas noticias -murmuro.

Ella me sonríe con calidez.

– Lo son, señora Grey. Le estamos cuidando mucho. Y me alegro de verte de nuevo, Grace.

Grace le sonríe.

– Igualmente, Lorraina.

– Doctor Crowe, dejemos a estas personas para que pasen un tiempo con el señor Steele. -Crowe sigue a la doctora Sluder hacia la salida.

Miro a Ray y, por primera vez desde el accidente, me siento esperanzada. Las palabras de la doctora Sluder y de Grace han avivado esa esperanza.

Grace me coge la mano y me da un suave apretón.

– Ana, cariño, siéntate con él. Háblale. Todo está bien. Yo me quedaré con Christian en la sala de espera.

Asiento. Christian me sonríe para darme seguridad y él y su madre se van, dejándome con mi querido padre dormido plácidamente con el ruido del respirador y del monitor del corazón como nana.

Me pongo la camiseta blanca de Christian y me meto en la cama.

– Pareces más contenta -me dice Christian cautelosamente mientras se pone el pijama.

– Sí. Creo que hablar con tu madre y con la doctora Sluder ha cambiado las cosas. ¿Le has pedido tú a Grace que venga?

Christian se mete en la cama, me atrae hacia sus brazos y me gira para que quede de espaldas a él.

– No. Ella quiso venir a ver cómo estaba tu padre.

– ¿Cómo lo ha sabido?

– La he llamado yo esta mañana.

Oh.

– Nena, estás agotada. Deberías dormir.

– Mmm… -murmuro totalmente de acuerdo. Tiene razón. Estoy muerta de cansancio. Ha sido un día lleno de emociones. Giro la cabeza y le miro un segundo. ¿No vamos a hacer el amor? Me siento aliviada. De hecho lleva todo el día tratándome con cierta distancia. Me pregunto si debería sentirme alarmada por esa circunstancia, pero como la diosa que llevo dentro ha abandonado el edificio y se ha llevado mi libido con ella, creo que mejor lo pienso por la mañana. Me vuelvo a girar y me acurruco contra Christian, entrelazando una pierna con las suyas.

– Prométeme algo -me dice en voz baja.

– ¿Mmm? -Estoy demasiado cansada para articular una pregunta.

– Prométeme que vas a comer algo mañana. Puedo tolerar con dificultad que te pongas la chaqueta de otro hombre sin echar espuma por la boca, pero Ana… tienes que comer. Por favor.

– Mmm -concedo. Me da un beso en el pelo-. Gracias por estar aquí -murmuro y le beso el pecho adormilada.

– ¿Y dónde iba a estar si no? Quiero estar donde tú estés, Ana, sea donde sea. Estar aquí me hace pensar en lo lejos que hemos llegado. Y en la primera noche que pasé contigo. Menuda noche… Me quedé mirándote durante horas. Estabas… briosa -dice sin aliento. Sonrío contra su pecho-. Duerme -murmura, y ahora es una orden. Cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.

18

Me revuelvo y abro los ojos a una clara mañana de septiembre. Calentita y cómoda, arropada entre sábanas limpias y almidonadas, necesito un momento para ubicarme y me siento abrumada por una sensación de déjà vu. Claro, estoy en el Heathman.

– ¡Mierda! Papá… -exclamo en voz alta recordando por qué estoy en Portland. Se me retuerce el estómago por la aprensión y noto una opresión en el corazón, que además me late con fuerza.

– Tranquila. -Christian está sentado en el borde de la cama. Me acaricia la mejilla con los nudillos y eso me calma instantáneamente-. He llamado a la UCI esta mañana. Ray ha pasado buena noche. Todo está bien -me dice para tranquilizarme.

– Oh, bien. Gracias -murmuro a la vez que me siento.

Se inclina y me da un beso en la frente.

– Buenos días, Ana -me susurra y me besa en la sien.

– Hola -murmuro. Christian está levantado y ya vestido con una camiseta negra y vaqueros.

– Hola -me responde con los ojos tiernos y cálidos-. Quiero desearte un feliz cumpleaños, ¿te parece bien?

Le dedico una sonrisa dudosa y le acaricio la mejilla.

– Sí, claro. Gracias. Por todo.

Arruga la frente.

– ¿Todo?

– Todo.

Por un momento parece confundido, pero es algo fugaz. Tiene los ojos muy abiertos por la anticipación.

– Toma -me dice dándome una cajita exquisitamente envuelta con una tarjeta.

A pesar de la preocupación que siento por mi padre, noto la ansiedad y el entusiasmo de Christian, y me contagia. Leo la tarjeta:

Por todas nuestras primeras veces, felicidades por tu primer cumpleaños como mi amada esposa.

Te quiero.

C. x

Oh, Dios mío, ¡qué dulce!

– Yo también te quiero -le digo sonriéndole.

Él también sonríe.

– Ábrelo.

Desenvuelvo el papel con cuidado para que no se rasgue y dentro encuentro una bonita caja de piel roja. Cartier. Ya me es familiar gracias a los pendientes de la segunda oportunidad y al reloj. Abro la caja poco a poco y descubro una delicada pulsera con colgantes de plata, platino u oro blanco, no sabría decir, pero es absolutamente preciosa. Tiene varios colgantes: la torre Eiffel, un taxi negro londinense, un helicóptero (el Charlie Tango), un planeador (el vuelo sin motor), un catamarán (el Grace), una cama y ¿un cucurucho de helado? Le miro sorprendida.

– ¿De vainilla? -dice encogiéndose de hombros como disculpándose y no puedo evitar reírme. Por supuesto.

– Christian, es preciosa. Gracias. Es «briosa».

Sonríe.

Mi favorito es uno con forma de corazón. Además es un relicario.

– Puedes poner una foto o lo que quieras dentro.

– Una foto tuya. -Le miro con los ojos entornados-. Siempre en mi corazón.

Me dedica esa preciosa sonrisa tímida tan suya que me parte el corazón.

Examino los dos últimos colgantes: Una C… Claro, yo soy la primera que le llama por su nombre. Sonrío al pensarlo. Y por último una llave.

– La llave de mi corazón y de mi alma -susurra.

Se me llenan los ojos de lágrimas. Me lanzo hacia donde está él, le rodeo el cuello con los brazos y me siento en su regazo.

– Qué regalo más bien pensado. Me encanta. Gracias -le susurro al oído. Oh, huele tan bien… A limpio, a ropa recién planchada, a gel de baño y a Christian. Como el hogar, mi hogar. Las lágrimas que ya amenazaban empiezan a caer.