– Es mi turno -susurra, y me gira para que quede boca abajo sobre el sofá con las rodillas en el suelo. Me abre las piernas y me da un azote fuerte en el culo.
– ¡Ah! -chillo a la vez que noto que entra con fuerza en mi interior.
– Oh, Ana -dice con los dientes apretados cuando empieza a moverse.
Me agarra las caderas fuertemente con los dedos mientras se hunde en mí una y otra vez. El placer empieza a aumentar de nuevo. No… Ah…
– ¡Vamos, Ana! -grita Christian y yo vuelvo a romperme en mil pedazos otra vez, latiendo a su alrededor y gritando cuando alcanzo el orgasmo de nuevo.
– ¿Te sientes lo bastante viva? -me pregunta Christian dándome un beso en el pelo.
– Oh, sí -murmuro mirando al techo. Estoy tumbada sobre mi marido, con la espalda sobre su pecho, ambos en el suelo junto al sofá. Él todavía está vestido.
– Creo que deberíamos repetirlo. Pero esta vez tú sin ropa.
– Por Dios, Ana. Dame un respiro.
Suelto una risita y él ríe entre dientes.
– Me alegro de que Ray haya recuperado la consciencia. Parece que todos tus apetitos han regresado después de eso -dice y oigo la sonrisa en su voz.
Me giro y le miro con el ceño fruncido.
– ¿Se te olvida lo de anoche y lo de esta mañana? -le pregunto con un mohín.
– No podría olvidarlo -dice sonriendo. Con esa sonrisa parece joven, despreocupado y feliz. Me coge el culo con las manos-. Tiene un culo fantástico, señora Grey.
– Y tú también. Pero el tuyo sigue tapado -le digo arqueando una ceja.
– ¿Y qué va a hacer al respecto, señora Grey?
– Bueno, creo que le voy a desnudar, señor Grey. Enterito.
Él sonríe.
– Y yo creo que hay muchas cosas dulces en ti -susurra refiriéndose a la canción que sigue sonando, repetida una vez tras otra. Su sonrisa desaparece.
Oh, no.
– Tú sí que eres dulce -le susurro, me inclino hacia él y le beso la comisura de la boca. Cierra los ojos y me abraza más fuerte-. Christian, lo eres. Has hecho que este fin de semana sea especial a pesar de lo que le ha pasado a Ray. Gracias.
Él abre sus grandes y serios ojos grises y su expresión me conmueve.
– Porque te quiero -susurra.
– Lo sé. Y yo también te quiero. -Le acaricio la cara-. Y eres algo precioso para mí. Lo sabes, ¿verdad?
Se queda muy quieto y parece perdido.
Oh, Christian… Mi dulce Cincuenta.
– Créeme -le susurro.
– No es fácil -dice con voz casi inaudible.
– Inténtalo. Inténtalo con todas tus fuerzas, porque es cierto. -Le acaricio la cara una vez más y mis dedos le rozan las patillas. Sus ojos son unos océanos grises llenos de pérdida, heridas y dolor. Quiero subirme encima de él y abrazarle. Cualquier cosa que haga que desaparezca esa mirada. ¿Cuándo se va a dar cuenta de que él es mi mundo? ¿De que es más que merecedor de mi amor, del amor de sus padres, de sus hermanos? Se lo he dicho una y otra vez, pero aquí estamos de nuevo, con Christian mirándome con expresión de pérdida y abandono. Tiempo. Solo es cuestión de tiempo.
– Te vas a enfriar. Vamos. -Se pone de pie con agilidad y tira de mí para levantarme. Le rodeo la cintura con el brazo mientras cruzamos el dormitorio. No quiero presionarle, pero desde el accidente de Ray se ha vuelto más importante para mí que sepa cuánto le quiero.
Cuando entramos en el dormitorio frunzo el ceño, desesperada por recuperar el humor alegre de hace unos momentos.
– ¿Vemos un poco la tele? -le pido.
Christian ríe entre dientes.
– Creía que querías un segundo asalto. -Ahí está de nuevo mi temperamental Cincuenta… Arqueo una ceja y me paro junto a la cama.
– Bueno, en ese caso… Esta vez yo llevaré las riendas.
Él me mira con la boca abierta y yo le empujo sobre la cama, me pongo rápidamente a horcajadas sobre su cuerpo y le agarro las manos a ambos lados de la cabeza.
Me sonríe.
– Bien, señora Grey, ahora que ya me tiene, ¿qué piensa hacer conmigo?
Me inclino y le susurro al oído:
– Te voy a follar con la boca.
Cierra los ojos e inhala bruscamente mientras yo le rozo la mandíbula con los dientes.
Christian está trabajando en el ordenador. La mañana es clara a esta hora tan temprana. Creo que está escribiendo un correo electrónico.
– Buenos días -murmuro tímidamente desde el umbral. Se gira y me sonríe.
– Señora Grey, se ha levantado pronto -dice tendiéndome los brazos.
Yo cruzo la suite y me acurruco en su regazo.
– Igual que tú.
– Estaba trabajando. -Se mueve un poco y me da un beso en el pelo.
– ¿Qué pasa? -le pregunto, porque noto que algo no va bien.
Suspira.
– He recibido un correo del detective Clark. Quiere hablar contigo del cabrón de Hyde.
– ¿Ah, sí? -Me aparto un poco y miro a Christian.
– Sí. Le he explicado que estás en Portland por ahora y que tendría que esperar, pero ha dicho que vendrá aquí a hablar contigo.
– ¿Va a venir?
– Eso parece. -Christian se muestra perplejo.
Frunzo el ceño.
– ¿Y qué es tan importante que no puede esperar?
– Eso digo yo…
– ¿Cuándo va a venir?
– Hoy. Tengo que contestarle.
– No tengo nada que esconder, pero me pregunto qué querrá saber…
– Lo descubriremos cuando llegue. Yo también estoy intrigado. -Christian vuelve a moverse-. Subirán el desayuno pronto. Vamos a comer algo y después a ver a tu padre.
Asiento.
– Puedes quedarte aquí si quieres. Veo que estás ocupado.
Él frunce el ceño.
– No, quiero ir contigo.
– Bien. -Le sonrío, le rodeo el cuello con los brazos y le doy un beso.
Ray está de mal humor. Y eso es una alegría. Le pica, no hace más que rascarse y está impaciente e incómodo.
– Papá, has tenido un accidente de coche grave. Necesitas tiempo para curarte. Y Christian y yo queremos que te lleven a Seattle.
– No sé por qué os estáis molestando tanto por mí. Yo estaré bien aquí solo.
– No digas tonterías -digo apretándole la mano cariñosamente. Él tiene el detalle de sonreírme-. ¿Necesitas algo?
– Mataría por un donut, Annie.
Le sonrío indulgentemente.
– Te traeré un donut o dos. Iremos a Voodoo.
– ¡Genial!
– ¿Quieres un café decente también?
– ¡Demonios, sí!
– Vale, te traeré uno también.
Christian está otra vez en la sala de espera, hablando por teléfono. Debería establecer su oficina aquí. Extrañamente está solo, a pesar de que las otras camas de la UCI están ocupadas. Me pregunto si Christian habrá espantado a las demás visitas. Cuelga.
– Clark estará aquí a las cuatro de la tarde.
Frunzo el ceño. ¿Qué será tan urgente?
– Vale. Ray quiere café y donuts.
Christian ríe.
– Creo que yo también querría eso si hubiera tenido un accidente. Le diré a Taylor que vaya a buscarlo.
– No, iré yo.
– Llévate a Taylor contigo -me dice con voz dura.
– Vale. -Pongo los ojos en blanco y él me mira fijamente. Después sonríe y ladea la cabeza.
– No hay nadie aquí. -Su voz es deliciosamente baja y sé que me está amenazando con azotarme. Estoy a punto de decirle que se atreva, pero una pareja joven entra en la sala. Ella llora quedamente.
Me encojo de hombros a modo de disculpa mirando a Christian y él asiente. Coge el portátil, me da la mano y salimos de la sala.
– Ellos necesitan la privacidad más que nosotros -me dice Christian-. Nos divertiremos luego.
Fuera está Taylor, esperando pacientemente.
– Vamos todos a por café y donuts.