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A las cuatro en punto llaman a la puerta de la suite. Taylor hace pasar al detective Clark, que parece de peor humor de lo que suele estar; siempre parece de mal humor. Tal vez sea algo en la expresión de su cara.

– Señor Grey, señora Grey, gracias por acceder a verme.

– Detective Clark. -Christian le saluda, le estrecha la mano y le señala un asiento. Yo me siento en el sofá en el que me lo pasé tan bien anoche. Solo de pensarlo me sonrojo.

– Es a la señora Grey a quien quería ver -apunta Clark aludiendo a Christian y a Taylor, que se ha colocado junto a la puerta. Christian mira a Taylor y asiente casi imperceptiblemente y él se gira y se va, cerrando la puerta al salir.

– Cualquier cosa que tenga que decirle a mi esposa, puede decírsela conmigo delante. -La voz de Christian es fría y profesional.

El detective Clark se vuelve hacia mí.

– ¿Está segura de que desea que su marido esté presente?

Frunzo el ceño.

– Claro. No tengo nada que ocultarle. ¿Solo quiere hablar conmigo?

– Sí, señora.

– Bien. Quiero que mi marido se quede.

Christian se sienta a mi lado. Irradia tensión.

– Muy bien -dice Clark, resignado. Carraspea-. Señora Grey, el señor Hyde mantiene que usted le acosó sexualmente y le hizo ciertas insinuaciones inapropiadas.

¡Oh! Estoy a punto de soltar una carcajada, pero le pongo la mano a Christian en el muslo para frenarle cuando veo que se inclina hacia delante en el asiento.

– ¡Eso es ridículo! -exclama Christian.

Yo le aprieto el muslo para que se calle.

– Eso no es cierto -afirmo yo con calma-. De hecho, fue exactamente lo contrario. Él me hizo proposiciones deshonestas de una forma muy agresiva y por eso le despidieron.

La boca del detective Clark forma brevemente una fina línea antes de continuar.

– Hyde alega que usted se inventó la historia del acoso sexual para que le despidieran. Dice que lo hizo porque él rechazó sus proposiciones y porque quería su puesto.

Frunzo el ceño. Madre mía… Jack está peor de lo que yo creía.

– Eso no es cierto -digo negando con la cabeza.

– Detective, no me diga que ha conducido hasta aquí para acosar a mi mujer con esas acusaciones ridículas.

El detective Clark vuelve su mirada azul acero hacia Christian.

– Necesito oír la respuesta de la señora Grey ante esas acusaciones, señor -dice conteniéndose. Yo vuelvo a apretarle la pierna a Christian, suplicándole sin palabras que se mantenga tranquilo.

– No tienes por que oír esta mierda, Ana.

– Creo que es mejor que el detective Clark sepa lo que pasó.

Christian me mira inescrutable durante un momento y después agita la mano en un gesto de resignación.

– Lo que dice Hyde no es cierto. -Mi voz suena tranquila, aunque me siento cualquier cosa menos eso. Estoy perpleja por esas acusaciones y nerviosa porque Christian puede explotar en cualquier momento. ¿A qué está jugando Jack?-. El señor Hyde me abordó en la cocina de la oficina una noche. Me dijo que me habían contratado gracias a él y que esperaba ciertos favores sexuales a cambio. Intentó chantajearme utilizando unos correos que yo le había enviado a Christian, que entonces todavía no era mi marido. Yo no sabía que Hyde había estado espiando mis correos. Es un paranoico: incluso me acusó de ser una espía enviada por Christian, presumiblemente para ayudarle a hacerse con la empresa. Pero no sabía que Christian ya había comprado Seattle Independent Publishing. -Niego con la cabeza cuando recuerdo mi tenso y estresante encuentro con Hyde-. Al final yo… yo le derribé.

Clark arquea las cejas sorprendido.

– ¿Le derribó?

– Mi padre fue soldado. Hyde… Mmm… me tocó y yo sé cómo defenderme.

Christian me dedica una fugaz mirada de orgullo.

– Entiendo. -Clark se acomoda en el sofá y suspira profundamente.

– ¿Han hablado con alguna de las anteriores ayudantes de Hyde? -le pregunta Christian casi con cordialidad.

– Sí, lo hemos hecho. Pero lo cierto es que ninguna de ellas nos dice nada. Todas afirman que era un jefe ejemplar, aunque ninguna duró en el puesto más de tres meses.

– Nosotros también hemos tenido ese problema -murmura Christian.

¿Ah, sí? Miro a Christian con la boca abierta, igual que el detective Clark.

– Mi jefe de seguridad entrevistó a las cinco últimas ayudantes de Hyde.

– ¿Y eso por qué?

Christian le dedica una mira gélida.

– Porque mi mujer trabajó con él y yo hago comprobaciones de seguridad sobre todas las personas que trabajan con mi mujer.

El detective Clark se sonroja. Yo le miro encogiéndome de hombros a modo de disculpa y con una sonrisa que dice: «Bienvenido a mi mundo».

– Ya veo -dice Clark-. Creo que hay algo más en ese asunto de lo que parece a simple vista, señor Grey. Vamos a llevar a cabo un registro más a fondo del apartamento de Hyde mañana, tal vez encontremos la clave entonces. Por lo visto, hace tiempo que no vive allí.

– ¿Lo han registrado antes?

– Sí, pero vamos a hacerlo de nuevo. Esta vez será una búsqueda más exhaustiva.

– ¿Todavía no le han acusado del intento de asesinato de Ros Bailey y mío? -pregunta Christian en voz baja.

¿Qué?

– Esperamos encontrar más pruebas del sabotaje de su helicóptero, señor Grey. Necesitamos algo más que una huella parcial. Mientras está en la cárcel podemos ir reforzando el caso.

– ¿Y ha venido solo para eso?

Clark parece irritado.

– Sí, señor Grey, solo para eso, a no ser que se le haya ocurrido algo sobre la nota…

¿Nota? ¿Qué nota?

– No. Ya se lo dije. No significa nada para mí. -Christian no puede ocultar su irritación-. No entiendo por qué no podíamos haber hecho esto por teléfono.

– Creo que ya le he dicho que prefiero hacer las cosas en persona. Y así aprovecho para visitar a mi tía abuela, que vive en Portland. Dos pájaros de un tiro… -El rostro de Clark permanece impasible e imperturbable ante el mal humor de mi marido.

– Bueno, si hemos terminado, tengo trabajo que hacer. -Christian se levanta y el detective Clark hace lo mismo.

– Gracias por su tiempo, señora Grey -me dice educadamente. Yo asiento. -Señor Grey -se despide. Christian abre la puerta y Clark se va.

Me dejo caer en el sofá.

– ¿Te puedes creer lo que ha dicho ese gilipollas? -explota Christian.

– ¿Clark?

– No, el idiota de Hyde.

– No, no puedo.

– ¿A qué coño está jugando? -pregunta Christian con los dientes apretados.

– No lo sé. ¿Crees que Clark me ha creído?

– Claro. Sabe que Hyde es un cabrón pirado.

– Estás siendo muy «insultino».

– ¿Insultino? -Christian sonríe burlón-. ¿Existe esa palabra?

– Ahora sí.

De repente sonríe, se sienta a mi lado y me atrae hacia sus brazos.

– No pienses en ese gilipollas. Vamos a ver a tu padre e intentar convencerle para trasladarle mañana.

– No ha querido ni oír hablar de ello. Quiere quedarse en Portland y no ser una molestia.

– Yo hablaré con él.

– Quiero viajar con él.

Christian se me queda mirando y durante un momento creo que va a decir que no.

– Está bien. Yo iré también. Sawyer y Taylor pueden llevar los coches. Dejaré que Sawyer se lleve tu R8 esta noche.

Al día siguiente, Ray examina su nuevo entorno: una habitación amplia y luminosa en el centro de rehabilitación del Hospital Northwest de Seattle. Es mediodía y parece adormilado. El viaje, que ha hecho nada menos que en helicóptero, le ha agotado.

– Dile a Christian que le agradezco todo esto -dice en voz baja.

– Se lo puedes decir tú mismo. Va a venir esta noche.

– ¿No vas a trabajar?

– Seguramente vaya ahora. Pero quería asegurarme de que estás bien aquí.