E. L. James
Cincuenta Sombras Más Oscuras
Traducción de Montse Roca
Título originaclass="underline" Fifty Shades Darker
Cincuenta sombras 2
Para Z. yJ.
Tenéis mi amor incondicional, siempre
Agradecimientos
Siento que debo una gratitud inmensa a Sarah, Kay y Jada. Gracias por todo lo que habéis hecho por mí.
MUCHÍSIMAS gracias también a Kathleen y Kristi, que trabajaron a destajo y pusieron el material en orden.
Gracias también a Niall, mi marido, mi amante y mi mejor amigo (casi siempre).
Y un gran y agradecido saludo a todas las mujeres maravillosas, maravillosas, de todo el mundo que he tenido el placer de conocer desde que empecé todo esto, y de quienes ahora me considero amiga, incluidas Ale, Alex, Amy, Andrea, Angela, Azucena, Babs, Bee, Belinda, Betsy, Brandy, Britt, Caroline, Catherine, Dawn, Gwen, Hannah, Janet, Jen, Jenn, Jill, Kathy, Katie, Kellie, Kelly, Liz, Mandy, Margaret, Natalia, Nicole, Nora, Olga, Pam, Pauline, Raina, Raizie, Rajka, Rhian, Ruth, Steph, Susi, Tasha, Taylor y Una. Y también a tantas y tantas mujeres (y hombres) con talento, divertidas y afectuosas que he conocido en la red. Vosotras ya sabéis de quiénes hablo.
Gracias a Morgan y a Jenn por todo lo referido a Heathman.
Y finalmente, gracias a ti, Janine, mi editora. Molas un montón. Eso es todo.
Prólogo
Él ha vuelto. Mamá está dormida o vuelve a estar enferma.
Yo me escondo y me acurruco debajo de la mesa de la cocina. Veo a mamá a través de mis dedos. Está dormida en el sofá. Su mano cae sobre la alfombra verde y pegajosa, y él lleva sus botas grandes con la hebilla brillante y está de pie junto a mamá, gritando.
Pega a mamá con un cinturón. «¡Levanta! ¡Levanta! Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta.»
Mamá hace un ruido, como si sollozara. «Para. Por favor, para.» Mamá no grita. Mamá se acurruca más.
Yo tengo los dedos metidos en las orejas, y cierro los ojos. El ruido cesa.
Él se da la vuelta y veo sus botas cuando irrumpe en la cocina.
Todavía lleva el cinturón. Intenta encontrarme.
Se agacha y sonríe. Huele mal. A cigarrillos y alcohol. «Aquí estás, mierdecilla.»
Un gemido escalofriante le despierta. ¡Dios! Está empapado en sudor y su corazón late desaforadamente. ¿Qué coño? Se sienta de un salto en la cama y se coge la cabeza con ambas manos. Dios… Han vuelto. El ruido era yo. Respira profunda y acompasadamente, para despejarse la mente y las fosas nasales del olor a bourbon barato y a cigarrillos Camel rancios.
1
He sobrevivido al tercer día post-Christian, y a mi primer día en el trabajo. Me ha ido bien distraerme. El tiempo ha pasado volando entre una nebulosa de caras nuevas, trabajo por hacer y el señor Jack Hyde. El señor Jack Hyde… se apoya en mi mesa, y sus ojos azules brillan cuando baja la mirada y me sonríe.
– Un trabajo excelente, Ana. Me parece que formaremos un gran equipo.
Yo tuerzo los labios hacia arriba y consigo algo parecido a una sonrisa.
– Yo ya me voy, si te parece bien -murmuro.
– Claro, son las cinco y media. Nos veremos mañana.
– Buenas tardes, Jack.
– Buenas tardes, Ana.
Recojo mi bolso, me pongo la chaqueta y me dirijo a la puerta. Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Seattle a primera hora de la tarde. Eso no basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado por la mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido. Camino hacia la parada del autobús con la cabeza gacha, mirándome los pies y pensando cómo será estar sin mi querido Wanda, mi viejo Escarabajo… o sin el Audi.
Descarto inmediatamente esa posibilidad. No. No pienso en él. Naturalmente que puedo permitirme un coche; un coche nuevo y bonito. Sospecho que él ha sido muy generoso con el pago, y eso me deja un sabor amargo en la boca, pero aparto esa idea e intento mantener la mente en blanco y tan aturdida como sea posible. No puedo pensar en él. No quiero empezar a llorar otra vez… en plena calle, no.
El apartamento está vacío. Echo de menos a Kate, y la imagino tumbada en una playa de Barbados bebiendo sorbitos de un combinado frío. Enciendo la pantalla plana del televisor para que el ruido llene el vacío y dé cierta sensación de compañía, pero ni la escucho ni la miro. Me siento y observo fijamente la pared de ladrillo. Estoy entumecida. Solo siento dolor. ¿Cuánto tendré que soportar esto?
El timbre de la puerta me saca de golpe de mi abatimiento y siento un brinco en el corazón. ¿Quién puede ser? Pulso el interfono.
– Un paquete para la señorita Steele -contesta una voz monótona e impersonal, y la decepción me parte en dos.
Bajo las escaleras, indiferente, y me encuentro con un chico apoyado en la puerta principal que masca chicle de forma ruidosa y lleva una gran caja de cartón. Firmo la entrega del paquete y me lo llevo arriba. Es una caja enorme y, curiosamente, liviana. Dentro hay dos docenas de rosas de tallo largo y una tarjeta.
Felicidades por tu primer día en el trabajo.
Espero que haya ido bien.
Y gracias por el planeador. Has sido muy amable.
Ocupa un lugar preferente en mi mesa.
Christian
Me quedo mirando la tarjeta impresa, la grieta de mi pecho se ensancha. Sin duda, esto lo ha enviado su asistente. Probablemente Christian ha tenido muy poco que ver. Me duele demasiado pensar eso. Observo las rosas: son preciosas, y no soy capaz de tirarlas a la basura. Voy hacia la cocina, diligente, a buscar un jarrón.
Y así se establece un patrón: despertar, trabajar, llorar, dormir. Bueno, tratar de dormir. No consigo huir de él ni en sueños. Sus ardientes ojos grises, su mirada perdida, su cabello castaño y brillante, todo me persigue. Y la música… tanta música… no soporto oír ningún tipo de música. Procuro evitarla a toda costa. Incluso las melodías de los anuncios me hacen temblar.
No he hablado con nadie, ni siquiera con mi madre, ni con Ray. Ahora mismo soy incapaz de tener una conversación banal. No, no quiero nada de eso. Me he convertido en mi propia isla independiente. Una tierra saqueada y devastada por la guerra, donde no crece nada y cuyo porvenir es inhóspito. Sí, esa soy yo. Puedo interactuar de forma impersonal en el trabajo, pero nada más. Si hablo con mamá, sé que acabaré más destrozada aún… y ya no me queda nada por destrozar.
Me cuesta comer. El miércoles a la hora del almuerzo conseguí comerme una taza de yogur, y era lo primero que había comido desde el viernes. Estoy sobreviviendo gracias a una recién descubierta tolerancia a base de cafés con leche y Coca-Cola light. Lo que me mantiene en marcha es la cafeína, pero me provoca ansiedad.
Jack ha empezado a estar muy encima de mí, me molesta, me hace preguntas personales. ¿Qué quiere? Yo me muestro educada, pero he de mantenerle a distancia.
Me siento y reviso un montón de correspondencia dirigida a él, y me gusta distraerme con esa tarea insignificante. Suena un aviso de correo electrónico y rápidamente compruebo de quién es.
Santo cielo. Un correo de Christian. Oh, no, aquí no… en el trabajo no.