A las cinco y media, despejo mi mesa. Es increíble lo rápido que ha pasado el día. Tengo que volver al Escala para preparar la entrevista con el doctor Flynn. No he tenido tiempo siquiera de pensar en las preguntas. Puede que hoy tengamos una reunión inicial, y quizá Christian me deje quedar con él más adelante. Me olvido de eso, salgo a toda prisa del despacho y me despido de Claire con un presuroso gesto de la mano.
También he de pensar en el cumpleaños de Christian. Sé qué voy a regalarle. Me gustaría que lo tuviera hoy antes de vernos con el doctor Flynn, pero ¿cómo? Al lado del aparcamiento hay una tiendecita que vende baratijas para turistas. De repente tengo una inspiración y entro.
Media hora más tarde entro en el salón y Christian está de pie, hablando por la BlackBerry y mirando por el gran ventanal. Se da la vuelta, me sonríe radiante y decide poner fin a la llamada.
– Magnífico, Ros. Dile a Barney que partiremos de ahí… Adiós.
Se me acerca con paso decidido y yo le espero tímidamente en el umbral. Se ha cambiado de ropa, lleva una camiseta blanca y vaqueros, y tiene un aspecto de chico malo muy provocativo… Uau.
– Buenas tardes, señorita Steele -murmura, y se inclina para besarme-. Felicidades por su ascenso.
Me rodea entre sus brazos. Huele maravillosamente.
– Te has duchado.
– Acabo de entrenar con Claude.
– Ah.
– He logrado patearle el culo dos veces.
Christian sonríe de oreja a oreja como un chaval satisfecho de sí mismo. Es una sonrisa contagiosa.
– ¿Y eso no ocurre muy a menudo?
– No, y cuando pasa es muy satisfactorio. ¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza.
– ¿Qué? -exclama ceñudo.
– Estoy nerviosa. Por lo del doctor Flynn.
– Yo también. ¿Qué tal el día?
Me suelta de su abrazo y le hago un breve resumen. Me escucha con atención.
– Ah… tengo que decirte otra cosa -añado-. Había quedado para comer con Mia.
Él arquea las cejas, sorprendido.
– No me lo habías dicho.
– Ya lo sé. Me olvidé. No he podido ir por culpa de la reunión. Ethan ha ido en mi lugar y ha comido con ella.
Se le oscurece el semblante.
– Ya. Deja de morderte el labio.
– Voy a refrescarme un poco -digo para cambiar de tema, y me doy la vuelta para marcharme antes de que pueda reaccionar.
La consulta del doctor Flynn queda bastante cerca del apartamento de Christian. Muy a mano, pienso, para visitas de emergencia.
– Normalmente vengo corriendo desde casa -me dice Christian cuando aparca mi Saab-. Este coche es estupendo -comenta sonriéndome.
– Yo pienso lo mismo. -Le sonrío a mi vez-. Christian… Yo…
Le miro con ansiedad.
– ¿Qué pasa, Ana?
– Toma. -Saco la cajita de regalo de mi bolso-. Esto es para ti, por tu cumpleaños. Quería dártelo ahora… pero solo si prometes no abrirlo hasta el sábado, ¿vale?
Me mira sorprendido, parpadea y traga saliva.
– Vale -murmura cauteloso.
Suspiro profundamente y se lo entrego, sin hacer caso de su perplejidad. Sacude la cajita, que hace un ruidito muy sugerente. Frunce el ceño. Sé lo desesperado que está por ver qué contiene. Entonces sonríe, y en sus ojos aparece una chispa de emoción juvenil y espontánea. Oh, Dios… aparenta la edad que tiene… y está guapísimo.
– No puedes abrirlo hasta el sábado -le advierto.
– Ya lo sé -dice-. ¿Por qué me lo das ahora?
Mete la cajita en el bolsillo interior de su americana azul de raya diplomática, cerca de su corazón.
Qué apropiado, pienso. Sonrío con complicidad.
– Porque puedo, señor Grey.
En sus labios aparece una mueca teñida de ironía.
– Vaya, señorita Steele, me ha copiado la frase.
Una recepcionista amable y de aire eficiente nos hace pasar a la palaciega consulta del doctor Flynn. Saluda a Christian muy afectuosa, un poco demasiado afectuosa para mi gusto -tiene edad para ser su madre-, y él la llama por su nombre.
La sala es sobria: de color verde claro, con dos sofás verde oscuro frente a dos sillones orejeros de piel, y con una atmósfera propia de un club inglés. El doctor Flynn está sentado en su escritorio, al fondo.
Cuando entramos, se pone de pie y se acerca a nosotros en la zona destinada a las visitas. Lleva pantalones negros y una camisa abierta de color azul claro, sin corbata. Sus brillantes ojos azules parecen no perder detalle.
– Christian.
Sonríe amigablemente.
– John. -Christian le estrecha la mano-. ¿Te acuerdas de Anastasia?
– ¿Cómo iba a olvidarme? Bienvenida, Anastasia.
– Ana, por favor -balbuceo, y él me da la mano con energía.
Me encanta su acento inglés.
– Ana -dice afablemente, y nos acompaña hasta los sofás.
Christian me señala uno de ellos. Me siento, apoyando la mano en el brazo intentando parecer relajada, y él se acomoda en el otro en el extremo más próximo a mí, de manera que estamos sentados en ángulo recto. En medio tenemos una mesita con una sencilla lámpara. Me llama la atención la caja de pañuelos que hay junto a la lámpara.
Esto no es lo que esperaba. Tenía en mente una estancia austera, blanca con un diván negro de piel.
Con actitud eficiente y relajada, el doctor Flynn se sienta en uno de los sillones orejeros y coge un cuaderno de notas. Christian cruza las piernas, apoyando un tobillo en la rodilla, y extiende el brazo sobre el respaldo del sofá. Acerca la otra mano a la que tengo sobre el apoyabrazos y me la aprieta para darme ánimos.
– Christian ha solicitado que estuvieras presente en una de nuestras sesiones -dice el doctor Flynn amablemente-. Para tu información, consideramos estas conversaciones como algo estrictamente confidencial…
Arqueo una ceja e interrumpo a Flynn.
– Esto… eh… he firmado un acuerdo de confidencialidad -murmuro, avergonzada por haberle cortado.
Los dos se me quedan mirando, y Christian me suelta la mano.
– ¿Un acuerdo de confidencialidad?
El doctor Flynn frunce el ceño y mira a Christian, intrigado.
Él se encoge de hombros.
– ¿Empiezas todas tus relaciones con mujeres firmando un acuerdo de ese tipo? -le pregunta el doctor Flynn.
– Con las contractuales, sí.
El doctor Flynn esboza una mueca.
– ¿Has tenido otro tipo de relaciones con mujeres? -pregunta, y parece divertido.
– No -contesta Christian al cabo de un momento, y él también parece divertido.
– Eso pensaba. -El doctor Flynn vuelve a dirigirse a mí-. Bien, supongo que no tenemos que preocuparnos por el tema de la confidencialidad, pero ¿puedo sugerir que habléis entre vosotros sobre eso en algún momento? Según tengo entendido, no estáis sujetos a una relación contractual.
– Yo espero llegar a otro tipo de contrato -dice Christian en voz baja, mirándome.
Me ruborizo y el doctor Flynn entorna los ojos.
– Ana. Tendrás que perdonarme, pero probablemente sepa más de ti de lo que crees. Christian se ha mostrado muy comunicativo.
Nerviosa, miro de reojo a Christian. ¿Qué le ha dicho?
– ¿Un acuerdo de confidencialidad? -prosigue-. Eso debió de impactarte mucho.
Le miro algo desconcertada.
– Bueno, eso me parece una nimiedad comparado con lo que Christian me ha revelado últimamente -contesto con un hilo de voz, sonando bastante nerviosa.
– De eso estoy seguro. -El doctor Flynn me sonríe afectuosamente-. Bueno, Christian, ¿de qué querías hablar?
Christian se encoge de hombros como un adolescente hosco.
– Era Anastasia la que quería verte. Tal vez deberías preguntárselo a ella.
El doctor Flynn vuelve a mostrarse sorprendido y me observa con perspicacia.