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Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada, pero hay algo que me sigue preocupando.

– ¿Puedo preguntarle una cosa más?

– Por supuesto.

Suspiro profundamente.

– Una parte de mí piensa que, si Christian no estuviera tan destrozado, no me querría… a mí.

El doctor Flynn arquea las cejas, sorprendido.

– Esa es una valoración muy negativa de ti misma, Ana. Y, francamente, dice más sobre ti que sobre Christian. No llega al nivel de su odio hacia sí mismo, pero me sorprende.

– Bueno, mírele a él… y luego míreme a mí.

El doctor Flynn tuerce el gesto.

– Lo he hecho. He visto a un hombre joven y atractivo, y a una mujer joven y atractiva. ¿Por qué no te consideras atractiva, Ana?

Oh, no… no quiero que esto se centre ahora mí. Me miro los dedos. En ese momento llaman con energía a la puerta y me sobresalto. Christian vuelve a entrar en la sala, mirándonos fijamente a ambos. Yo me ruborizo y vuelvo la vista hacia Flynn, que sonríe afablemente a Christian.

– Bienvenido de nuevo, Christian -dice.

– Creo que ya ha pasado la hora, John.

– Ya casi estamos, Christian. Pasa.

Christian se sienta, a mi lado esta vez, y apoya la mano sobre mi rodilla posesivamente. Un gesto que no le pasa desapercibido al doctor Flynn.

– ¿Quieres preguntar algo más, Ana? -inquiere el doctor con preocupación evidente.

Maldita sea… no debería haberle planteado eso. Niego con la cabeza.

– ¿Christian?

– Hoy no, John.

Flynn asiente.

– Puede que sea beneficioso para los dos que volváis. Estoy seguro de que Ana tendrá más preguntas.

Christian hace a regañadientes un gesto de conformidad.

Me ruborizo. Oh, no… quiere profundizar. Christian me da una palmadita en la mano y me mira atentamente.

– ¿De acuerdo? -pregunta en voz baja.

Yo le sonrío y asiento. Sí, vamos a concederle el beneficio de la duda, por gentileza del buen doctor inglés.

Christian me aprieta la mano y se vuelve hacia Flynn.

– ¿Cómo está? -pregunta en un susurro.

¿Se refiere… a mí?

– Saldrá de esta -contesta este tranquilizadoramente.

– Bien. Mantenme informado de su evolución.

– Lo haré.

Oh, Dios. Están hablando de Leila.

– ¿No deberíamos salir a celebrar tu ascenso? -me pregunta Christian en un tono inequívoco.

Asiento tímidamente y se pone de pie.

Nos despedimos apresuradamente del doctor Flynn, y Christian me hace salir con un apremio inusitado.

Una vez en la calle, se vuelve hacia mí y me mira.

– ¿Qué tal ha ido?

Su voz tiene un matiz de ansiedad.

– Ha ido bien.

Me mira con suspicacia. Yo ladeo la cabeza.

– Señor Grey, por favor, no me mire de esa manera. Por órdenes del doctor, voy a concederte el beneficio de la duda.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Ya lo verás.

Tuerce el gesto y entorna los ojos.

– Sube al coche -ordena, y abre la puerta del pasajero del Saab.

Oh… cambio de rumbo. Mi BlackBerry empieza a vibrar. La saco de mi bolso.

¡Oh, no, José!

– ¡Hola!

– Ana, hola…

Observo a Cincuenta, que me mira con recelo. «José», articulo en silencio. Me observa impasible, pero se le endurece la expresión. ¿Cree que no me doy cuenta? Devuelvo mi atención a José.

– Perdona que no te haya llamado. ¿Es por lo de mañana? -le pregunto a José, pero con los ojos puestos en Christian.

– Sí, oye: he hablado con un tipo que había en casa de Grey, así que ya sé dónde tengo que entregar las fotos. Iré allí entre las cinco y las seis… después de eso, estoy libre.

Ah.

– Bueno, de hecho ahora estoy instalada en casa de Christian, y él dice que si quieres puedes dormir allí.

Christian aprieta los labios, que se convierten en una fina y dura línea. Mmm… menudo anfitrión está hecho.

José se queda callado un momento para digerir la noticia. Yo siento cierta vergüenza. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar con él sobre Christian.

– Vale -dice finalmente-. Esto de Grey… ¿va en serio?

Le doy la espalda al coche y camino hasta el otro lado de la acera.

– Sí.

– ¿Cómo de serio?

Pongo los ojos en blanco y me quedo callada. ¿Por qué Christian tiene que estar escuchando?

– Serio.

– ¿Está contigo ahora? ¿Por eso hablas con monosílabos?

– Sí.

– Vale. Entonces, ¿tienes permiso para salir mañana?

– Claro.

Eso espero, y automáticamente cruzo los dedos.

– Bueno, ¿dónde quedamos?

– Puedes venir a buscarme al trabajo -sugiero.

– Vale.

– Te mando un mensaje con la dirección.

– ¿A qué hora?

– ¿A las seis?

– Muy bien. Quedamos así. Tengo ganas de verte, Ana. Te echo de menos.

Sonrío.

– Estupendo. Nos vemos.

Cuelgo el teléfono y me doy la vuelta.

Christian está apoyado en el coche, mirándome con una expresión inescrutable.

– ¿Cómo está tu amigo? -pregunta con frialdad.

– Está bien. Me recogerá en el trabajo y supongo que iremos a tomar algo. ¿Te apetecería venir con nosotros?

Christian vacila. Sus ojos grises permanecen fríos.

– ¿No crees que intentará algo?

– ¡No! -exclamo en tono exasperado… pero me abstengo de poner los ojos en blanco.

– De acuerdo. -Christian levanta las manos en señal de rendición-. Sal con tu amigo, y ya te veré a última hora de la tarde.

Yo me esperaba una discusión, y su rápido consentimiento me coge a contrapié.

– ¿Ves como puedo ser razonable? -dice sonriendo.

Yo tuerzo el gesto. Eso ya lo veremos.

– ¿Puedo conducir?

Christian parpadea, sorprendido por mi petición.

– Preferiría que no.

– ¿Por qué, si se puede saber?

– Porque no me gusta que me lleven.

– Esta mañana no te importó, y tampoco parece que te moleste mucho que Taylor te lleve.

– Es evidente que confío en la forma de conducir de Taylor.

– ¿Y en la mía no? -Pongo las manos en las caderas-. Francamente… tu obsesión por el control no tiene límites. Yo conduzco desde los quince años.

Él responde encogiéndose de hombros, como si eso no tuviera la menor importancia. ¡Oh… es tan exasperante! ¿Beneficio de la duda? Al carajo.

– ¿Es este mi coche? -pregunto.

Él me mira con el ceño fruncido.

– Claro que es tu coche.

– Pues dame las llaves, por favor. Lo he conducido dos veces, y únicamente para ir y volver del trabajo. Solo lo estás disfrutando tú.

Estoy a punto de hacer un puchero. Christian tuerce la boca para disimular una sonrisa.

– Pero si no sabes adónde vamos.

– Estoy segura de que usted podrá informarme, señor Grey. Hasta ahora lo ha hecho muy bien.

Se me queda mirando, atónito, y entonces sonríe, con esa nueva sonrisa tímida que me desarma totalmente y me deja sin respiración.

– ¿Así que lo he hecho bien, eh? -murmura.

Me sonrojo.

– En general, sí.

– Bien, en ese caso…

Me da las llaves, se dirige hasta la puerta del conductor y me la abre.

– Aquí a la izquierda -ordena Christian, mientras circulamos en dirección norte hacia la interestatal 5-. Demonios… cuidado, Ana.

Se agarra al salpicadero.

Oh, por Dios. Pongo los ojos en blanco, pero no me vuelvo a mirarle. Van Morrison canta de fondo en el equipo de sonido del coche.