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– ¡Más despacio!

– ¡Estoy yendo despacio!

Christian suspira.

– ¿Qué te ha dicho el doctor Flynn?

Capto la ansiedad que emana de su voz.

– Ya te lo he explicado. Dice que debería concederte el beneficio de la duda.

Maldita sea… quizá debería haber dejado que condujera Christian. Así podría observarle. De hecho… Pongo el intermitente para detener el coche.

– ¿Qué estás haciendo? -espeta, alarmado.

– Dejar que conduzcas tú.

– ¿Por qué?

– Así podré mirarte.

Se echa a reír.

– No, no… querías conducir tú. Así que sigue conduciendo, y yo te miraré a ti.

Le pongo mala cara.

– ¡No apartes la vista de la carretera! -grita.

Me hierve la sangre. ¡Hasta aquí! Acerco el coche al bordillo justo delante de un semáforo, salgo del coche dando un portazo y me quedo de pie en la acera, con los brazos cruzados. Le fulmino con la mirada. Él también se baja del Saab.

– ¿Qué estás haciendo? -pregunta enfurecido.

– No, ¿qué estás haciendo tú?

– No puedes aparcar aquí.

– Ya lo sé.

– Entonces, ¿por qué aparcas?

– Porque ya estoy harta de que me des órdenes a gritos. ¡O conduces tú o dejas de comentar cómo conduzco!

– Anastasia, vuelve a entrar en el coche antes de que nos pongan una multa.

– No.

Me mira y parpadea, sin saber qué decir; entonces se pasa la mano por el pelo, y su enfado se convierte en desconcierto. De repente está tan gracioso, que no puedo evitar sonreírle. Él frunce el ceño.

– ¿Qué? -me grita otra vez.

– Tú.

– ¡Oh, Anastasia! Eres la mujer más frustrante que he conocido en mi vida. -Levanta las manos al aire, exasperado-. Muy bien, conduciré yo.

Le agarro por las solapas de la chaqueta y le acerco a mí.

– No… usted es el hombre más frustrante que he conocido en mi vida, señor Grey.

Él baja los ojos hacia mí, oscuros e intensos, luego desliza los brazos alrededor de mi cintura y me abraza muy fuerte.

– Entonces puede que estemos hechos el uno para el otro -dice en voz baja con la nariz hundida en mi pelo, e inspira profundamente.

Le rodeo con los brazos y cierro los ojos. Por primera vez desde esta mañana, me siento relajada.

– Oh… Ana, Ana, Ana -susurra, con los labios pegados a mi cabello.

Estrecho mi abrazo y nos quedamos así, inmóviles, disfrutando de un momento de inesperada tranquilidad en la calle. Me suelta y me abre la puerta del pasajero. Entro y me siento en silencio, mirando como él rodea el coche.

Arranca y se incorpora al tráfico, canturreando abstraído al son de Van Morrison.

Uau. Nunca le había oído cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el ceño. Tiene una voz encantadora… cómo no. Mmm… ¿me habrá oído él cantar?

¡Si fuera así, no te habría pedido que te casaras con él! Mi subconsciente tiene los brazos cruzados, vestida con estampado de cuadros Burberry. Termina la canción y Christian sonríe satisfecho.

– Si nos hubieran puesto una multa, este coche está a tu nombre, ¿sabes?

– Bueno, pues qué bien que me hayan ascendido. Así podré pagarla -digo con suficiencia, mirando su encantador perfil.

Esboza una media sonrisa. Empieza a sonar otra canción de Van Morrison mientras Christian se incorpora al carril que lleva a la interestatal 5, en dirección norte.

– ¿Adónde vamos?

– Es una sorpresa. ¿Qué más te ha dicho Flynn?

Suspiro.

– Habló de la FFFSTB o no sé qué terapia.

– SFBT. La última opción terapéutica -musita.

– ¿Has probado otras?

Christian suelta un bufido.

– Nena, me he sometido a todas. Cognitiva, freudiana, funcionalista, Gestalt, del comportamiento… Escoge la que quieras, que durante estos años seguro que la he probado -dice en un tono que delata su amargura.

El resentimiento que destila su voz resulta angustioso.

– ¿Crees que este último enfoque te ayudará?

– ¿Qué ha dicho Flynn?

– Que no escarbáramos en tu pasado. Que nos centráramos en el futuro… en la meta a la que quieres llegar.

Christian asiente, pero se encoge de hombros al mismo tiempo con expresión cauta.

– ¿Qué más? -insiste.

– Ha hablado de tu miedo a que te toquen, aunque él lo ha llamado de otra forma. Y sobre tus pesadillas, y el odio que sientes hacia ti mismo.

Le observo a la luz del crepúsculo y se le ve pensativo, mordisqueándose el pulgar mientras conduce. Vuelve la cabeza hacia mí.

– Mire a la carretera, señor Grey -le riño.

Parece divertido y levemente irritado.

– Habéis estado hablando mucho rato, Anastasia. ¿Qué más te ha dicho?

Yo trago saliva.

– Él no cree que seas un sádico -murmuro.

– ¿De verdad? -dice Christian en voz baja y frunce el ceño.

La atmósfera en el interior del coche cae en picado.

– Dice que la psiquiatría no admite ese término desde los años noventa -musito, intentando recuperar de inmediato el buen ambiente.

La cara de Christian se ensombrece y lanza un suspiro.

– Flynn y yo tenemos opiniones distintas al respecto.

– Él dice que tú siempre piensas lo peor de ti mismo. Y yo sé que eso es verdad -murmuro-. También ha mencionado el sadismo sexual… pero ha dicho que eso es una opción vital, no un trastorno psiquiátrico. Quizá sea en eso en lo que estás pensando.

Vuelve a fulminarme con la mirada y aprieta los labios.

– Así que tienes una charla con el médico y te conviertes en una experta -comenta con acidez, y vuelve a mirar al frente.

Oh, vaya… Suspiro.

– Mira… si no quieres oír lo que me ha dicho, entonces no preguntes -replico en voz baja.

No quiero discutir. De todas formas, tiene razón… ¿Qué demonios sé yo de todo esto? ¿Quiero saberlo siquiera? Puedo enumerar los puntos principales: su obsesión por el control, su posesividad, sus celos, su sobreprotección… y comprendo perfectamente de dónde proceden. Incluso puedo entender por qué no le gusta que le toquen: he visto las cicatrices físicas. Las mentales solo puedo imaginarlas, y únicamente en una ocasión he tenido un atisbo de sus pesadillas. Y el doctor Flynn ha dicho…

– Quiero saber de qué habéis hablado -interrumpe Christian mi reflexión.

Deja la interestatal 5 en la salida 172 y se dirige al oeste, hacia el sol que se pone lentamente.

– Ha dicho que yo era tu amante.

– ¿Ah, sí? -Ahora su tono es conciliador-. Bueno, es bastante maniático con los términos. A mí me parece una descripción bastante exacta. ¿A ti, no?

– ¿Tú considerabas amantes a tus sumisas?

Christian frunce una vez más el ceño, pero ahora con gesto pensativo. Hace girar suavemente el Saab de nuevo en dirección norte. ¿Adónde vamos?

– No. Eran compañeras sexuales -murmura, con voz cauta-. Tú eres mi única amante. Y quiero que seas algo más.

Oh… ahí está otra vez esa palabra mágica, rebosante de posibilidades. Eso me hace sonreír, y me abrazo a mí misma por dentro, intentando contener mi alegría.

– Lo sé -susurro, haciendo esfuerzos para ocultar la emoción-. Solo necesito un poco de tiempo, Christian. Para reflexionar sobre estos últimos días.

Él me mira con la cabeza ladeada, extrañado, perplejo.

El semáforo ante el que estamos parados se pone verde. Christian asiente y sube la música. La conversación ha terminado.

Van Morrison sigue cantando -con más optimismo ahora- sobre una noche maravillosa para bailar bajo la luna. Contemplo por la ventanilla los pinos y los abetos cubiertos por la pátina dorada de la luz crepuscular, y sus sombras alargadas que se extienden sobre la carretera. Christian ha girado por una calle de aspecto más residencial, y enfilamos hacia el oeste, hacia el Sound.