Oh, mamá. Me tiembla el labio al pensar en mi madre. ¿Debería llamarla? No. No soy capaz de afrontar su reacción. Quizá Ray; él sabría mantener la calma: él siempre mantiene la calma, incluso cuando pierden los Mariners.
Grace se levanta y se acerca a los chicos, distrayendo mi atención. Este debe de ser el rato más largo que ha conseguido permanecer sentada. Mia también viene a sentarse a mi lado y me coge la otra mano.
– Volverá -dice, y el convencimiento inicial de su tono de voz se quiebra en el último momento.
Tiene los ojos muy abiertos y enrojecidos, y la cara pálida y transida por la falta de sueño.
Levanto la vista hacia Ethan, que está mirando a Mia, y hacia Elliot, abrazado a Grace. Echo una ojeada al reloj. Son más de las once, casi medianoche. ¡Maldito tiempo! A cada hora que pasa aumenta ese devastador vacío que me consume y me asfixia. En mi fuero interno sé que me estoy preparando para lo peor. Cierro los ojos, elevo otra plegaria silenciosa y me aferro a las manos de José y Mia.
Vuelvo a abrir los ojos, y contemplo otra vez las llamas. Veo su sonrisa tímida: mi favorita de todas sus expresiones, un atisbo del verdadero Christian, mi verdadero Christian. Él es muchas personas: un obseso del control, un presidente ejecutivo, un acosador, un dios del sexo, un Amo, y, al mismo tiempo, un chiquillo con sus juguetes. Sonrío. Su coche, su barco, su avión, su helicóptero Charlie Tango… mi chico perdido, literalmente perdido ahora mismo. Mi sonrisa se desvanece y el dolor vuelve a lacerarme. Le recuerdo en la ducha, limpiándose la marca del pintalabios.
«Yo no soy nada, Anastasia. Soy un hombre vacío por dentro. No tengo corazón.»
El nudo que tengo en la garganta se hace más grande. Oh, Christian, sí tienes, sí tienes corazón, y es mío. Quiero adorarlo para siempre. Aunque él sea un hombre tan complejo y problemático, yo le quiero. Nunca habrá nadie más. Jamás.
Recuerdo estar sentada en el Starbucks sopesando los pros y los contras de mi Christian. Todos esos contras, incluso esas fotografías que encontré esta mañana, se desvanecen ahora como algo insignificante. Solo importa él, y si volverá. Oh, por favor, Señor, devuélvemelo, haz que esté bien. Iré a la iglesia… haré lo que sea. Oh, si consigo recuperarle, disfrutaré de cada momento. Su voz resuena de nuevo en mi mente: «Carpe diem, Ana».
Sigo contemplando las llamas con más vehemencia, las lenguas de fuego siguen ardiendo, centelleando, entrelazándose. Entonces Grace suelta un grito, y todo empieza a moverse a cámara lenta.
– ¡Christian!
Me doy la vuelta justo a tiempo de ver a Grace, que estaba detrás de mí caminando arriba y abajo, cruzar el salón a toda velocidad, y ahí, de pie en el umbral, está un consternado Christian. Solo lleva los pantalones del traje y la camisa, y sostiene en la mano la americana, los calcetines y los zapatos. Se le ve cansado, sucio, y extraordinariamente atractivo.
Dios santo… Christian. Está vivo. Le miro aturdida, intentando discernir si realmente está aquí o es una alucinación.
Parece absolutamente desconcertado. Deja la chaqueta y los zapatos en el suelo justo cuando Grace le lanza los brazos al cuello y le besa muy fuerte la mejilla.
– ¿Mamá?
Christian la mira, totalmente perplejo.
– Creí que no volvería a verte más -susurra Grace, expresando en voz alta el temor general.
– Estoy aquí, mamá.
Y percibo en su tono un deje de consternación.
– Creí que me moría -musita ella con un hilo de voz, haciéndose eco de mis pensamientos.
Gime y solloza, incapaz de seguir reprimiendo el llanto. Christian frunce el ceño, no sé si horrorizado o mortificado, y acto seguido la abraza con fuerza y la estrecha contra él.
– Oh, Christian -dice con la voz ahogada por el llanto, rodeándole con sus brazos y sollozando con la cara hundida en su cuello, olvidado ya todo autocontrol, y él no se resiste.
Se limita a sostenerla y a mecerla adelante y atrás, consolándola. Las lágrimas anegan mis ojos. Carrick grita desde el pasillo:
– ¡Está vivo! ¡Dios… estás aquí! -exclama saliendo repentinamente del despacho de Taylor agarrado a su teléfono móvil, les abraza a ambos y cierra los ojos lleno de un profundo alivio.
– ¿Papá?
A mi lado, Mia grita algo ininteligible, luego se levanta y corre junto a sus padres y se abraza también a todos.
Finalmente, una cascada de lágrimas brota por mis mejillas. Él está aquí, está bien. Pero no puedo moverme.
Carrick es el primero en apartarse. Se seca los ojos mientras le da palmaditas a Christian en la espalda. Mia también se retira un poco, y Grace da un paso atrás.
– Lo siento -balbucea ella.
– Eh, mamá… no pasa nada -dice Christian, con la consternación aún reflejada en su rostro.
– ¿Dónde estabas? ¿Qué ha sucedido? -exclama Grace llorando y hundiendo el rostro entre las manos.
– Mamá -musita Christian. La acoge en sus brazos otra vez y le besa la cabeza-. Estoy aquí. Estoy bien. Simplemente me ha costado horrores poder volver de Portland. ¿A qué viene todo este comité de bienvenida?
Recorre la habitación con la vista, hasta que sus ojos se posan en mí.
Parpadea y se queda mirando un segundo a José, que me suelta la mano. Christian aprieta los labios. Yo me embebo en su visión y el alivio invade todo mi cuerpo, dejándome agotada, exhausta y completamente eufórica. Pero no puedo parar de llorar. Christian se centra de nuevo en su madre.
– Mamá, estoy bien. ¿Qué pasa? -dice Christian tranquilizador.
Ella le sostiene la cara entre las manos.
– Estabas desaparecido, Christian. Tu plan de vuelo… no llegaste a Seattle. ¿Por qué no te pusiste en contacto con nosotros?
Christian arquea las cejas, sorprendido.
– No creí que tardaría tanto.
– ¿Por qué no telefoneaste?
– Me quedé sin batería.
– ¿No podías haber llamado… aunque fuera a cobro revertido?
– Mamá… es una historia muy larga.
Ella prácticamente le grita.
– ¡Christian, no vuelvas a hacerme esto nunca más! ¿Me has entendido?
– Sí, mamá.
Le seca las lágrimas con el pulgar y vuelve a rodearla entre sus brazos. Cuando Grace recupera la compostura, él la suelta para abrazar a Mia, que le da una enojada palmada en el pecho.
– ¡Nos tenías muy preocupados! -le suelta, y ella también se echa a llorar.
– Ya estoy aquí, por Dios santo -musita Christian.
Cuando Elliot se acerca, Christian deja a Mia con Carrick, que ya tiene un brazo sobre los hombros de su esposa, y con el otro rodea a su hija. Elliot le da un rápido abrazo a Christian, ante la perplejidad de este, y le propina una fuerte palmada en la espalda.
– Me alegro mucho de verte -dice Elliot en voz alta y con cierta brusquedad, intentando disimular la emoción.
Las lágrimas corren por mis mejillas mientras contemplo la escena. El salón está bañado en eso: amor incondicional. Él lo tiene a raudales; simplemente es algo que nunca había aceptado antes, e incluso ahora está totalmente perdido.
¡Mira, Christian, todas estas personas te quieren! Puede que ahora empieces a creértelo.
Kate está detrás de mí -debe de haber vuelto de la sala de la televisión-, y me acaricia el pelo con cariño.
– Está realmente aquí, Ana -murmura para tranquilizarme.
– Ahora voy a saludar a mi chica -les dice Christian a sus padres.
Ambos asienten, sonríen y se apartan.
Se acerca a mí, todavía perplejo, con sus ojos grises brillantes, pero cautelosos. En lo más profundo de mi ser hallo la fuerza necesaria para levantarme tambaleante y arrojarme a sus brazos abiertos.
– ¡Christian! -exclamo sollozante.