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Grace menea la cabeza.

– Estoy muy contenta de que hayas vuelto de una pieza, cariño, eso es lo único que importa.

Yo empiezo a relajarme. Apoyo la cabeza en su pecho. Huele a naturaleza, y levemente a sudor y a gel de baño… a Christian, el aroma que más me gusta del mundo. Las lágrimas vuelven a correr por mis mejillas, lágrimas de gratitud.

– ¿Ambos motores? -vuelve a preguntar Carrick con expresión de incredulidad.

– Como lo oyes.

Christian se encoge de hombros y me pasa la mano por la espalda.

– Eh -susurra. Me pone los dedos bajo el mentón y me echa la cabeza hacia atrás-. Deja de llorar.

Yo me seco la nariz con el dorso de la mano, un gesto impropio de una señorita.

– Y tú deja de desaparecer.

Me sorbo y sus labios se curvan en un amago de sonrisa.

– Un fallo eléctrico… eso es muy raro, ¿verdad? -vuelve a decir Carrick.

– Sí, yo también lo pensé, papá. Pero ahora mismo lo único que quiero es irme a la cama y no pensar en toda esta mierda hasta mañana.

– ¿Así que los medios de comunicación ya saben que Christian Grey ya ha sido localizado sano y salvo? -dice Kate.

– Sí. Andrea y mi gente de relaciones públicas se encargarán de tratar con los medios. Ros la telefoneó en cuanto la dejamos en su casa.

– Sí, Andrea me llamó para informarme de que estabas vivo.

Carrick sonríe.

– Debería subirle el sueldo a esa mujer. Ya va siendo hora -dice Christian.

– Damas y caballeros, eso solo puede indicar que mi hermano necesita urgentemente un sueño reparador -insinúa Elliot en tono burlón.

Christian le dedica una mueca.

– Cary, mi hijo está bien. Ahora ya puedes llevarme a casa.

¿Cary? Grace dirige a su marido una mirada llena de adoración.

– Sí, creo que nos conviene dormir -contesta Carrick sonriéndole.

– Quedaos -sugiere Christian.

– No, cariño. Ahora que sé que estás a salvo quiero irme a casa.

Con cierta renuencia, Christian me acomoda en el sofá y se levanta. Grace le abraza otra vez, apoya la cabeza en su pecho y cierra los ojos, satisfecha. Él la rodea con sus brazos.

– Estaba tan preocupada, cariño -murmura ella.

– Estoy bien, mamá.

Ella se inclina hacia atrás y le observa con atención, mientras él sigue sujeteándola.

– Sí, creo que sí -dice Grace lentamente, dirige su mirada hacia mí y sonríe.

Me ruborizo.

Acompañamos a Carrick y a Grace al vestíbulo. A mi espalda, puedo oír que Mia y Ethan mantienen un acalorado intercambio en susurros, pero no escucho lo que dicen.

Mia sonríe tímidamente a Ethan, que la mira boquiabierto y menea la cabeza. De repente ella cruza los brazos y gira sobre sus talones. Él se frota la frente con una mano, visiblemente frustrado.

– Mamá, papá… esperadme -dice Mia de pronto.

Quizá sea tan voluble como su hermano.

Kate me da un fuerte abrazo.

– Ya veo que aquí han pasado cosas muy serias mientras nosotros disfrutábamos ajenos a todo en Barbados. Es bastante obvio que vosotros dos estáis locos el uno por el otro. Me alegro de que no le haya pasado nada. No solo por él… también por ti, Ana.

– Gracias, Kate -murmuro.

– Sí. ¿Quién iba a decir que encontraríamos el amor al mismo tiempo?

Sonríe. Uau. Lo ha admitido.

– ¡Y con dos hermanos! -exclamo riendo nerviosa.

– A lo mejor acabamos siendo cuñadas -bromea.

Yo me pongo tensa, y entonces Kate se me queda mirando otra vez, con esa cara de: «¿Qué es lo que no me has contado?». Me sonrojo. Maldita sea, ¿debería decirle que me ha pedido matrimonio?

– Vamos, nena -la llama Elliot desde el ascensor.

– Ya hablaremos mañana, Ana. Debes de estar agotada.

Estoy salvada.

– Claro. Tú también, Kate. Hoy has hecho un viaje muy largo.

Nos abrazamos una vez más. Luego ella y Elliot entran en el ascensor detrás de los Grey, y se cierran las puertas.

José está esperándonos junto a la entrada cuando volvemos del vestíbulo.

– Bueno, yo me voy a acostar… os dejo solos -dice.

Yo me sonrojo. ¿Por qué resulta tan incómoda toda esta situación?

– ¿Sabes ya cuál es tu habitación? -pregunta Christian.

José asiente.

– Sí, el ama de llaves…

– La señora Jones -aclaro.

– Sí, la señora Jones me la enseñó antes. Menudo ático tienes, Christian.

– Gracias -dice él educadamente.

Luego se coloca a mi lado y me pasa el brazo sobre los hombros. Se inclina y me besa el cabello.

– Voy a comerme lo que me ha preparado la señora Jones. Buenas noches, José.

Christian vuelve al salón y nos deja a José y a mí en la entrada.

Uau. Me ha dejado a solas con José.

– En fin, buenas noches -dice José, repentinamente incómodo.

– Buenas noches, José, y gracias por quedarte.

– Ningún problema, Ana. Cada vez que ese poderoso y millonario novio tuyo desaparezca… yo estaré ahí.

– ¡José! -le riño.

– Es una broma. No te enfades. Mañana me iré temprano. Ya nos veremos, ¿eh? Te he echado de menos.

– Claro, José. Pronto, espero. Siento que haya sido una noche tan… espantosa -digo sonriendo a modo de disculpa.

– Sí -replica con gesto cómplice-, espantosa. -Me abraza-. En serio, Ana. Me alegro de que seas feliz, pero si me necesitas, ahí estaré.

Yo le miro fijamente.

– Gracias.

Él me responde con una sonrisa fugaz, agridulce, y luego sube las escaleras.

Yo vuelvo al salón. Christian está de pie junto al sofá, y me observa con expresión inescrutable. Por fin estamos solos y nos miramos intensamente.

– Él sigue loco por ti, ¿sabes? -murmura.

– ¿Y usted cómo lo sabe, señor Grey?

– Reconozco los síntomas, señorita Steele. Me parece que yo sufro la misma dolencia.

– Creí que no volvería a verte nunca -susurro.

Ya está, ya lo he dicho. Todos mis peores miedos condensados nítidamente en una frase corta, y por fin exorcizados.

– No fue tan grave como parece.

Recojo del suelo la americana de su traje y sus zapatos, y me acerco a él.

– Ya lo llevaré yo -murmura, y coge la chaqueta.

Christian me observa como si yo fuera su razón de vivir, y estoy segura de que yo le miro del mismo modo. Está aquí, realmente aquí. Me acoge entre sus brazos y yo me dejo envolver por su cuerpo.

– Christian -gimo, y nuevamente brotan las lágrimas.

– Chsss… -me calma, y me besa el pelo-. ¿Sabes?, durante esos espantosos segundos antes de aterrizar, solo pensé en ti. Tú eres mi talismán, Ana.

– Creía que te había perdido -digo sin aliento.

Nos quedamos así, abrazados, recuperándonos y tranquilizándonos mutuamente. Cuando le estrecho con más fuerza, me doy cuenta de que sigo llevando los zapatos en la mano, y los dejo caer al suelo, rompiendo el silencio.

– Ven a ducharte conmigo -murmura.

– Vale.

Levanto la mirada hacia él. No quiero soltarle. Él me alza la barbilla.

– ¿Sabes?, incluso con la cara manchada de lágrimas estás preciosa, Ana Steele. -Se inclina y me besa con ternura-. Y tienes unos labios muy suaves.

Me besa de nuevo, más intensamente.

Oh, Dios… y pensar que podría haberle perdido… no… Dejo de pensar y finalmente me rindo.

– Tengo que dejar la chaqueta -murmura.

– Tírala -susurro junto a sus labios.

– No puedo.

Me echo hacia atrás ligeramente y le miro, desconcertada.

Me sonríe.

– Por esto.