– Los gemelos -murmura, y levanta las muñecas, de donde cuelga la camisa lacia y empapada.
Con dedos torpes le quito el primer gemelo de oro y después el otro, los dejo caer sobre el suelo de baldosas, y luego la camisa. Sus ojos buscan los míos a través de la cascada de agua. Su mirada es candente, carnal, como el agua ahora abrasadora. Cojo sus pantalones por la cinturilla, pero él menea la cabeza, me sujeta por los hombros y me da la vuelta de manera que quedo de espaldas. Termina de bajarme la cremallera, me aparta el pelo mojado del cuello y pasa la lengua desde la nuca hasta el nacimiento del pelo, y de nuevo hacia abajo, sin parar de besarme y chuparme el cuello.
Yo gimo y él me retira dulcemente el vestido de los hombros, haciéndolo bajar sobre mis senos mientras me besa la nuca y debajo de la oreja. Me desabrocha el sujetador, lo aparta también y libera mis pechos. Los rodea y los cubre con las manos susurrándome cosas bonitas al oído.
– Eres preciosa -murmura.
Tengo los brazos atrapados por el sujetador y el vestido desabrochado, que cuelga bajo mis senos; sigo con las mangas puestas, pero tengo las manos libres. Ladeo la cabeza para que Christian acceda fácilmente a mi cuello y dejo que sus mágicas manos tomen posesión de mis pechos. Echo hacia atrás los brazos y me alegra oír que inspira bruscamente cuando mis dedos inquisitivos toman contacto con su erección. Él presiona su sexo contra mis manos acogedoras. Maldita sea, ¿por qué no me ha dejado que le quitara los pantalones?
Me pellizca los pezones, y mientras se endurecen y yerguen bajo sus expertas caricias, todos los pensamientos relacionados con sus pantalones desaparecen y un libidinoso placer se clava con fuerza bajo mi vientre. Pegada a su cuerpo, echo la cabeza hacia atrás y gimo.
– Sí -musita, me da la vuelta otra vez y atrapa mi boca con la suya.
Me despoja del sujetador, el vestido y las bragas y los deja caer, de forma que se unen a su camisa en un amasijo de ropa húmeda sobre el suelo de la ducha.
Cojo el gel que está a nuestro lado. Christian se queda quieto en cuanto se da cuenta de lo que voy a hacer. Le miro directamente a los ojos y me pongo un poco de gel en la palma de la mano. La mantengo levantada frente a su torso, esperando su respuesta a mi pregunta implícita. Él abre mucho los ojos y me contesta con un asentimiento casi imperceptible.
Poso la mano cuidadosamente sobre su esternón y, con suavidad, empiezo a frotarle la piel con el jabón. Christian inspira profundamente hinchando el torso, pero aparte de eso permanece inmóvil. Acto seguido me aferra las caderas con las manos, pero no me aparta. Me observa con recelo y con una mirada más intensa que asustada, pero sus labios están entreabiertos y su respiración acelerada.
– ¿Estás bien? -susurro.
– Sí.
Su breve respuesta es casi un jadeo. Acuden a mi memoria todas las veces que nos hemos duchado juntos, aunque el recuerdo del Olympic es agridulce. Bueno, ahora puedo tocarle. Le lavo con cariño dibujando pequeños círculos. Limpio a mi hombre por debajo de los brazos, sobre las costillas, y desciendo por su vientre firme y plano, hasta el vello que sobresale de su zona púbica.
– Ahora me toca a mí -musita.
Coge el champú, nos aparta a ambos del chorro de agua y me vierte un poco sobre la cabeza.
Interpreto su gesto como una señal para que deje de lavarle, así que dejo los dedos aferrados a la cinturilla de su pantalón. Él me extiende el champú por el pelo y me masajea el cuero cabelludo con sus dedos esbeltos y fuertes. Yo gimo de placer. Cierro los ojos y me rindo a esa sensación celestial. Esto es justo lo que necesito, después de esta angustiosa noche.
Él se ríe entre dientes y yo abro un ojo y veo que me mira complacido.
– ¿Te gusta?
– Mmm…
Sonríe satisfecho.
– A mí también -dice, y se inclina para besarme la frente, mientras sus dedos continúan masajeándome dulcemente el cuero cabelludo-. Date la vuelta -dice en tono autoritario.
Yo hago lo que me ordena, y sus dedos se mueven despacio sobre mi cabeza. Me lavan, me relajan, me miman. Oh, esto es el éxtasis. Él coge más champú y me frota con delicadeza la melena que cae sobre mi espalda. Cuando termina, vuelve a empujarme hacia el chorro de agua.
– Inclina la cabeza hacia atrás -ordena en voz baja.
Yo obedezco complaciente, y él me aclara la espuma del jabón. Cuando termina, me coloco otra vez de frente y echo mano de nuevo a sus pantalones.
– Quiero lavarte entero -susurro.
Él responde con su sensual media sonrisa y levanta las manos como diciendo: «Soy todo tuyo, nena». Yo sonrío: es una sensación maravillosa. Le bajo delicadamente la cremallera, y sus pantalones y calzoncillos no tardan en reunirse con el resto de la ropa. Me yergo y cojo el gel y la esponja natural.
– Parece que te alegras de verme -murmuro con ironía.
– Yo siempre me alegro de verla, señorita Steele -replica, devolviéndome la sonrisa.
Echo gel en la esponja, y reemprendo mi viaje a través de su torso. Ahora está más relajado, quizá porque en realidad no le estoy tocando. Voy descendiendo con la esponja, pasando por encima de su vientre hasta deslizarla entre su vello púbico y luego sobre su erección hasta la base de su miembro.
Le miro de reojo, y él me observa con ojos acechantes y anhelo sensual. Mmm… me gusta esa mirada. Tiro la esponja y uso las manos para sujetarle fuerte el miembro. Él cierra los ojos, echa la cabeza hacia atrás gimiendo, e impulsa las caderas hacia mis manos.
¡Oh, sí! Esto es muy excitante. La diosa que llevo dentro ha resurgido después de pasarse la noche entera meciéndose y sollozando en un rincón, y ahora lleva los labios pintados de un tono rojo fulana.
De pronto, Christian me mira fijamente con ojos ardientes. Ha recordado algo.
– Es sábado -exclama con asombro lascivo en la mirada, y me coge por la cintura, me atrae hacia él y me besa salvajemente.
¡Uau… cambio de ritmo!
Sus manos se deslizan por mi cuerpo húmedo y resbaladizo hasta moverse en torno a mi sexo, sus dedos me exploran provocativos, y su implacable boca me deja sin respiración. Sube una mano hasta mi cabello húmedo para sujetarme la cabeza, mientras yo resisto toda la fuerza de su pasión desatada. Sus dedos se mueven en mi interior.
– ¡Ah! -jadeo junto a su boca.
– Sí -sisea, desliza las manos hasta mi trasero y me levanta-. Rodéame con las piernas, nena.
Mis piernas obedecen, y me aferro a su cuello como una lapa. Él me sostiene contra la pared de la ducha, se para y me observa intensamente.
– Abre los ojos -murmura-. Quiero verte.
Le miro parpadeante, con el corazón latiéndome desbocado y la sangre hirviendo ardiente a través de mis venas, y un deseo real y galopante aumenta en mi interior. Entonces él se desliza dentro de mí, oh, muy despacio, y me llena, y me reclama, piel contra piel. Yo empujo hacia abajo para fundirme en él, gimiendo con fuerza. Una vez dentro de mí, se detiene otra vez, con la cara contraída, intensa.
– Eres mía, Anastasia -susurra.
– Siempre.
Sonríe victorioso, se mueve y me hace jadear.
– Y ahora ya podemos contárselo a todo el mundo, porque has dicho que sí.
Su voz tiene un tono reverencial, y entonces se inclina hacia abajo, sus labios se apoderan de mi boca, y empieza a moverse… lenta y dulcemente. Yo cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás, mi cuerpo se arquea y someto mi voluntad a la suya, esclava de su cadencia lenta y embriagadora.