Me roza con los dientes la mandíbula, y la barbilla, bajando por el cuello mientras recupera el ritmo, empujándome hacia delante y hacia arriba… lejos de este planeta terrenal, de la ducha abrasadora, del terror gélido de la noche pasada. Somos solo mi hombre y yo, moviéndonos al unísono como si fuéramos uno, cada uno absolutamente absorbido en el otro, y nuestros jadeos y gruñidos se funden. Yo saboreo la sensación exquisita de que me posea, mientras mi cuerpo brota y florece en torno a él.
Podría haberle perdido… y le amo… le amo tanto, y de pronto me supera la inmensidad de mi amor y la profundidad de mi compromiso con él. Pasaré el resto de mi vida amando a este hombre, y con esa revelación abrumadora, exploto en torno a él en un orgasmo catártico, sanador, y grito su nombre mientras las lágrimas bañan mis mejillas.
Él alcanza el clímax y se vierte en mi interior. Con la cara hundida en mi cuello, se derrumba en el suelo, abrazándome fuerte, besándome la cara y secándome las lágrimas a besos, mientras el agua caliente cae a nuestro alrededor y nos purifica.
– Tengo los dedos morados -murmuro, saciada y reclinada sobre su pecho en la dicha poscoital.
Él acerca mis dedos a sus labios y los besa, uno por uno.
– Deberíamos salir de esta ducha.
– Yo estoy muy a gusto aquí.
Reposo sentada entre sus piernas mientras él me abraza fuerte. No quiero moverme.
Christian expresa su conformidad con un murmullo. Pero de pronto me siento agotada, totalmente exhausta. Han pasado tantas cosas durante la última semana, historias como para llenar toda una vida, y además ahora voy a casarme. Se me escapa una risita de incredulidad.
– ¿Qué le hace tanta gracia, señorita Steele? -pregunta él cariñosamente.
– Ha sido una semana muy intensa.
Sonríe.
– Lo ha sido, sí.
– Gracias a Dios que ha regresado sano y salvo, señor Grey -murmuro, y al pensar en lo que podría haber pasado se me encoge el alma.
Él se pone tenso e inmediatamente lamento habérselo recordado.
– Pasé mucho miedo -confiesa para mi sorpresa.
– ¿Cuándo… Antes?
Asiente con gesto serio.
Santo cielo.
– ¿Así que le quitaste importancia para tranquilizar a tu familia?
– Sí. Volaba demasiado bajo para poder aterrizar bien. Pero lo conseguí, no sé cómo.
Oh, Dios. Levanto los ojos hacia él, con la cascada de agua cayendo sobre nosotros, y su expresión es muy grave.
– ¿Ha estado cerca?
Me mira fijamente.
– Muy cerca. -Hace una pausa-. Durante unos segundos espantosos, pensé que no volvería a verte.
Le abrazo fuerte.
– No puedo imaginar mi vida sin ti, Christian. Te quiero tanto que me da miedo.
– Yo también. -Me estrecha con fuerza entre sus brazos y hunde el rostro en mi cabello-. Nunca dejaré que te vayas.
– No quiero irme, nunca.
Le beso el cuello, y él se inclina y me besa también con dulzura.
Al cabo de un momento, se remueve un poco.
– Ven… vamos a secarte, y luego a la cama. Yo estoy exhausto, y a ti parece que te hayan dado una paliza.
Al oír estas palabras, me inclino hacia atrás y arqueo una ceja. Él ladea la cabeza y me sonríe con ironía.
– ¿Algo que decir, señorita Steele?
Niego con la cabeza y me pongo de pie algo tambaleante.
Estoy sentada en la cama. Christian se ha empeñado en secarme el pelo… y lo hace bastante bien. Me desagrada pensar cómo adquirió esa habilidad, así que alejo la idea de mi mente. Son más de las dos de la madrugada, y estoy deseando dormir. Antes de meterse en la cama, Christian baja de nuevo la mirada hacia el llavero y vuelve a menear la cabeza sin dar crédito.
– Es fantástico. El mejor regalo de cumpleaños que he tenido nunca. -Me mira fijamente, con ojos dulces y cariñosos-. Mejor que el póster firmado de Giuseppe DeNatale.
– Te lo habría dicho antes, pero como se acercaba tu cumpleaños… ¿Qué le das a un hombre que lo tiene todo? Así que pensé en darme… yo.
Deja el llavero en la mesita de noche y se acurruca a mi lado. Me acoge en sus brazos, me estrecha contra su pecho y se queda abrazado a mi espalda.
– Es perfecto. Como tú.
Sonrío, aunque él no puede verme.
– Yo no soy perfecta, ni mucho menos, Christian.
– ¿Está sonriendo, señorita Steele?
¿Cómo lo sabe?
– Tal vez -respondo con una risita-. ¿Puedo preguntarte algo?
– Claro -dice acariciándome el cuello con la nariz.
– No llamaste mientras volvías de Portland. ¿Fue en realidad por culpa de José? ¿Te preocupaba que me quedara a solas con él?
Christian no dice nada. Me doy la vuelta para verle la cara, y él me mira con los ojos muy abiertos, como si le estuviera reprochando algo.
– ¿Te das cuenta de lo ridículo que es eso? ¿De lo mal que nos lo has hecho pasar a tu familia y a mí? Todos te queremos mucho.
Él parpadea un par de veces y después me dedica su sonrisa tímida.
– No imaginaba que todos os preocuparíais tanto.
Frunzo los labios.
– ¿Cuándo te entrará en esa cabeza tan dura que la gente te quiere?
– ¿Cabeza dura?
Arquea las cejas, completamente atónito.
Yo asiento.
– Sí, cabeza dura.
– No creo que los huesos de mi cráneo tengan una dureza significativamente mayor que cualquier otra parte de mi cuerpo.
– ¡Estoy hablando en serio! Deja de hacer bromas. Aún estoy un poco enfadada contigo, aunque eso haya quedado parcialmente eclipsado por el hecho de que estés en casa sano y salvo. Cuando pensé… -Se me quiebra la voz al recordar esas horas de angustia-. Bueno, ya sabes lo que pensé.
Su mirada se dulcifica, alarga la mano y me acaricia la cara.
– Lo siento. ¿De acuerdo?
– Y también tu pobre madre. Fue muy conmovedor verte con ella -susurro.
Él sonríe tímidamente.
– Nunca la había visto de ese modo. -Adopta una expresión perpleja al recordarlo-. Sí, ha sido realmente impresionante. Por lo general es tan serena… Resultó muy impactante.
– ¿Lo ves? Todo el mundo te quiere. -Sonrío-. Quizá ahora empieces a creértelo. -Me inclino y le beso con dulzura-. Feliz cumpleaños, Christian. Me alegro de que estés aquí para compartir tu día conmigo. Y no has visto lo que te tengo preparado para mañana… bueno, hoy.
– ¿Hay más? -dice asombrado, y en su cara aparece una sonrisa arrebatadora.
– Ah, sí, señor Grey, pero tendrá que esperar hasta entonces.
Me despierto de repente de un sueño, o de una pesadilla, y me incorporo en la cama con el pulso terriblemente acelerado. Me doy la vuelta, aterrada, y compruebo con alivio que Christian duerme plácidamente a mi lado. Como me he movido, él se revuelve y alarga un brazo en sueños para rodearme con él, recuesta la cabeza en mi hombro, y suspira quedamente.
La luz inunda la habitación. Son las ocho. Christian nunca duerme hasta tan tarde. Vuelvo a tumbarme y dejo que mi corazón palpitante se calme. ¿Por qué esta angustia? ¿Es una secuela de lo sucedido anoche?
Me doy la vuelta y le observo. Está a salvo. Inspiro profunda y tranquilamente y contemplo su adorable rostro. Un rostro que ahora me resulta tan familiar, con todas sus luces y sombras grabadas en mi mente a perpetuidad.
Cuando duerme parece mucho más joven, y sonrío porque a partir de hoy es un año más viejo. Me abrazo a mí misma, pensando en mi regalo. Oooh… ¿cómo reaccionará? Quizá debería empezar trayéndole el desayuno a la cama. Además, puede que José todavía esté aquí.
Me lo encuentro en la barra, comiendo un bol de cereales. No puedo evitar ruborizarme al verle. Sabe que he pasado la noche con Christian. ¿Por qué siento de pronto esta timidez? No es como si fuera desnuda ni nada parecido. Llevo mi bata de seda larga hasta los pies.