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– ¿Te gusta?

– Me encanta, Ana. Gracias. -Me coge y me besa rápidamente, y luego se da la vuelta para ver girar la hélice-. Lo pondré en mi despacho al lado del planeador -dice, absorto, viendo girar las aspas.

Luego aparta el helicóptero del sol, y la hélice se ralentiza hasta pararse finalmente.

Yo no puedo evitar sonreír de oreja a oreja y tengo deseos de abrazarme a mí misma. Le encanta. Claro, está muy interesado en las tecnologías alternativas. Ni siquiera había pensado en eso cuando lo compré a toda prisa. Lo deja sobre la cómoda y se vuelve hacia mí.

– Me hará compañía hasta que recuperemos el Charlie Tango.

– ¿Se podrá recuperar?

– No lo sé. Eso espero. Si no, lo echaré de menos.

¿Qué? Yo misma me escandalizo por sentir celos de un objeto inanimado. Mi subconsciente resopla y suelta una carcajada desdeñosa. Yo no le hago caso.

– ¿Qué hay en la otra caja? -pregunta con los ojos muy abiertos, emocionado como un crío.

Dios mío.

– No estoy segura de si este regalo es para ti o para mí.

– ¿De verdad? -pregunta, y sé que he despertado su curiosidad.

Le entrego nerviosa la segunda caja. Él la agita con cuidado y ambos oímos un fuerte traqueteo. Christian levanta la vista hacia mí.

– ¿Por qué estás tan nerviosa? -pregunta, perplejo.

Avergonzada y excitada, me encojo de hombros y me ruborizo. Él arquea una ceja.

– Me tiene intrigado, señorita Steele -susurra, y su voz me penetra, y el deseo y la expectativa se expanden por mi vientre-. Debo decir que estoy disfrutando con tu reacción. ¿En qué has estado pensando? -pregunta, entornando los ojos con suspicacia.

Yo contengo la respiración y sigo callada.

Él retira la tapa de la caja y saca una pequeña tarjeta. El resto del contenido está envuelto en papel de seda. Abre la tarjeta, e inmediatamente me clava la mirada, con los ojos muy abiertos, impactado o sorprendido, no lo sé.

– ¿Que te trate con dureza? -murmura.

Y yo asiento y trago saliva. Él ladea la cabeza con cautela evaluando mi reacción, y frunce el ceño. Entonces vuelve a fijarse en la caja. Rasga el papel de seda azul pálido y saca un antifaz, unas pinzas para pezones, un dilatador anal, su iPod, su corbata gris perla… y, por último, aunque no por eso menos importante, la llave de su cuarto de juegos.

Me mira fijamente con una expresión oscura e indescifrable. Oh, no. ¿Ha sido una mala idea?

– ¿Quieres jugar? -pregunta con voz queda.

– Sí -musito.

– ¿Por mi cumpleaños?

– Sí.

¿De dónde me sale este hilo de voz?

Multitud de emociones cruzan por su rostro sin que pueda identificar ninguna, pero finalmente me domina la ansiedad. Mmm… Esa no es exactamente la reacción que esperaba.

– ¿Estás segura? -pregunta.

– Nada de látigos ni cosas de esas.

– Eso ya lo he entendido.

– Pues entonces sí. Estoy segura.

Sacude la cabeza y vuelve a mirar el contenido de la caja.

– Loca por el sexo e insaciable. Bueno, creo que podré hacer algo con estas cosas -murmura como si hablara consigo mismo, y vuelve a meter el contenido dentro de la caja.

Cuando me mira otra vez, su expresión ha cambiado totalmente. Madre mía, sus ojos refulgen ardientes, y en sus labios se dibuja lentamente una erótica sonrisa. Me tiende la mano.

– Ahora -dice, y no es una petición.

Mi vientre se contrae y se tensa con fuerza muy, muy adentro.

Acepto su mano.

– Ven -ordena, y salgo de la habitación detrás de él, con el corazón en un puño.

El deseo recorre lentamente mi sangre ardiente y mis entrañas se contraen anhelantes ante la expectativa. ¡Por fin!

21

Christian se para delante del cuarto de juegos.

– ¿Estás segura de esto? -pregunta con una mirada ardorosa, pero llena de ansiedad.

– Sí -murmuro, y le sonrío con timidez.

Su expresión se dulcifica.

– ¿Hay algo que no quieras hacer?

Estas preguntas inesperadas me descolocan, y mi mente empieza a dar vueltas. Se me ocurre una idea.

– No quiero que me hagas fotografías.

Se queda quieto, y se le endurece el gesto. Ladea la cabeza y me mira con suspicacia.

Oh, no. Tengo la impresión de que va a preguntarme por qué, pero afortunadamente no lo hace.

– De acuerdo -murmura.

Frunce el ceño, abre la puerta y se aparta para hacerme pasar a la habitación. Cuando él entra detrás y cierra, siento sus ojos sobre mí.

Deja la cajita del regalo sobre la cómoda, saca el iPod y lo enciende. Luego pasa la mano frente al equipo de sonido de la pared, y los cristales ahumados se abren suavemente. Pulsa varios botones, y el sonido de un metro resuena en la habitación. Él baja el volumen, de manera que el compás electrónico lento, hipnótico, que se oye seguidamente se convierte en ambiental. Empieza a cantar una mujer que no sé quién es, pero su voz es suave aunque rasposa, y el ritmo contenido y deliberadamente… erótico. Oh, Dios: es música para hacer el amor.

Christian se da la vuelta para mirarme. Yo estoy de pie en medio del cuarto, con el corazón palpitante y la sangre hirviendo en mis venas al ritmo del seductor compás de la música… o esa es la sensación que tengo. Él se me acerca despacio con aire indolente, y me coge de la barbilla para que deje de morderme el labio.

– ¿Qué quieres hacer, Anastasia? -murmura, y me da un recatado beso en la comisura de la boca, sin dejar de retenerme el mentón entre los dedos.

– Es tu cumpleaños. Haremos lo que tú quieras -musito.

Él pasa el pulgar sobre mi labio inferior, y arquea una ceja.

– ¿Estamos aquí porque tú crees que yo quiero estar aquí?

Pronuncia esas palabras en voz muy baja, sin dejar de observarme atentamente.

– No -murmuro-. Yo también quiero estar aquí.

Su mirada se oscurece, volviéndose más audaz a medida que asimila mi respuesta. Después de una pausa eterna, habla.

– Ah, son tantas las posibilidades, señorita Steele. -Su tono es grave, excitado-. Pero empecemos por desnudarte.

Tira del cinturón de la bata, que se abre para dejar a la vista el camisón de satén. Luego da un paso atrás y se sienta con total tranquilidad en el brazo del sofá Chesterfield.

– Quítate la ropa. Despacio.

Me dirige una mirada sensual, desafiante.

Trago saliva compulsivamente y junto los muslos. Ya siento humedad entre las piernas. La diosa que llevo dentro está ya en la cola, totalmente desnuda, dispuesta, esperando y suplicándome para que le siga el juego. Yo me echo la bata sobre los hombros, sin dejar de mirarle a los ojos, los levanto con un suave movimiento y dejo que la prenda caiga en cascada al suelo. Sus fascinantes ojos grises arden, y se pasa el dedo índice sobre los labios con la mirada muy fija en mí.

Dejo que los finísimos tirantes de mi camisón se deslicen por mis hombros, le miro intensamente un momento, y luego lo dejo caer. El camisón resbala lentamente sobre mi cuerpo, hasta quedar desparramado a mis pies. Estoy desnuda, prácticamente jadeante y… oh, tan dispuesta…

Christian se queda muy quieto un momento, y me maravilla su expresión de franca satisfacción carnal. Él se levanta, se dirige hacia la cómoda y saca su corbata gris perla… mi corbata favorita. La desliza y la hace dar vueltas entre sus dedos, y se me acerca con gesto despreocupado y un amago de sonrisa en los labios. Cuando se coloca frente a mí, yo espero que haga ademán de cogerme las manos, pero no es así.