Christian se aparta. ¿Qué está haciendo? Se dirige hasta la cómoda y abre un cajón. Lo cierra otra vez. Al cabo de un segundo vuelvo a notar que está delante de mí. Noto un olor fuerte, picante y dulzón en el aire. Es delicioso, casi apetitoso.
– No quiero estropear mi corbata preferida -murmura mientras la desanuda lentamente.
Inhalo con fuerza cuando la tela de la corbata se desliza por mi cuerpo, haciéndome cosquillas a su paso. ¿Estropear su corbata? Escucho con atención para tratar de averiguar qué va a hacer. Se está frotando las manos. De pronto me acaricia la mejilla con los nudillos, recorriendo el perfil de mi mandíbula hasta la barbilla.
Sus caricias me provocan un delicioso estremecimiento que sobresalta mi cuerpo. Su mano se curva sobre mi nuca, y está resbaladiza por ese aceite aromático que extiende suavemente por mi garganta, a lo largo de la clavícula, y sobre mi hombro, trabajando delicadamente con los dedos. Oh, me está dando un masaje. No es lo que esperaba.
Pone la otra mano sobre mi otro hombro y emprende otro provocador recorrido a lo largo de mi clavícula. Emito un suave quejido mientras va descendiendo hacia mis senos cada vez más anhelantes, ávidos de sus caricias. Es tan excitante… Arqueo más el cuerpo hacia sus diestras caricias, pero él desliza las manos por mis costados, despacio, comedido, siguiendo el compás de la música y evitando deliberadamente mis pechos. Yo gimo, aunque no sé si es de placer o de frustración.
– Eres tan hermosa, Ana -me murmura al oído en voz baja y ronca.
Su nariz roza mi mandíbula mientras sigue masajeándome… bajo los senos, sobre el vientre, más abajo… Me besa fugazmente los labios y luego desliza la nariz por mi nuca, bajando por el cuello. Dios santo, estoy ardiendo… su cercanía, sus manos, sus palabras.
– Y pronto serás mi esposa para poseerte y protegerte -susurra.
Oh, sí.
– Para amarte y honrarte.
Dios…
– Con mi cuerpo, te adoraré.
Echo la cabeza hacia atrás y gimo. Él pasa los dedos por mi vello púbico, sobre mi sexo, y frota la palma de la mano contra mi clítoris.
– Señora Grey -susurra mientras sigue masajeándome.
Suelto un suave gruñido.
– Sí -musita mientras sigue excitándome con la palma de la mano-. Abre la boca.
Ya la tengo entreabierta porque estoy jadeando. La abro más, y él me introduce entre los labios un objeto metálico ancho y frío, una especie de enorme chupete con unas pequeñas muescas o ranuras, y algo que parece una cadena al final. Es grande.
– Chupa -ordena en voz baja-. Voy a meterte esto dentro.
¿Dentro? Dentro… ¿dónde? Me da un vuelco el corazón.
– Chupa -repite, y deja quieta la palma de la mano.
¡No, no pares! Quiero gritar, pero tengo la boca llena. Sus manos oleosas recorren nuevamente mi cuerpo hacia arriba y finalmente cubren mis desatendidos senos.
– No pares de chupar.
Hace girar delicadamente mis pezones entre el pulgar y el índice, con una caricia experta que los endurece y agranda, creando una oleada sináptica de placer que llega hasta mi entrepierna.
– Tienes unos pechos tan hermosos, Ana -susurra, y mis pezones responden endureciéndose aún más.
Él murmura complacido y yo gimo. Baja los labios desde mi cuello hasta uno de mis senos, sin dejar de chupar y mordisquear suavemente hasta llegar al pezón, y de repente noto el pellizco de la pinza.
– ¡Ay! -gruño entrecortadamente a través del aparato que cubre mi boca.
Oh, por Dios… el pellizco produce una sensación exquisita, cruda, dolorosa, placentera. Me lame con dulzura el pezón prisionero, mientras procede a colocar la segunda pinza. El pellizco también es intenso… pero igualmente agradable. Gimo con fuerza.
– Siéntelo -sisea él.
Ah, lo siento. Lo siento. Lo siento.
– Dame esto.
Tira con cuidado del estriado chupete metálico que tengo en la boca, y lo suelto. Sus manos recorren otra vez mi cuerpo, descendiendo hacia mi sexo. Ha vuelto a untárselas de aceite, y se deslizan alrededor de mi trasero.
Ahogo un gemido. ¿Qué va a hacer? Cuando me pasa los dedos entre las nalgas, me tenso sobre las rodillas.
– Chsss, despacio -me susurra al oído, y me besa la nuca y me provoca e incita con los dedos.
¿Qué va a hacer? Desliza la otra mano por mi vientre, hasta mi sexo, y lo acaricia de nuevo con la palma. Introduce sus dedos dentro de mí y yo jadeo fuerte, gozando.
– Voy a meterte esto dentro -murmura-. No aquí. -Sus dedos se deslizan entre mis nalgas, untando el aceite-. Sino aquí.
Y hace girar los dedos una y otra vez, dentro y fuera, golpeando la pared frontal de mi vagina. Yo gimo y mis pezones presos se hinchan.
– Ah.
– Ahora, silencio.
Christian saca los dedos y desliza el objeto dentro de mí. Luego me coge la cara entre las manos y me besa, con su boca invadiendo la mía, y entones oigo un levísimo clic. En ese instante, el artilugio empieza a vibrar en mi interior… ¡ahí abajo! Y gimo. Es una sensación extraordinaria, que supera cualquier otra que haya experimentado antes.
– ¡Ah!
– Tranquila -me calma Christian, y sofoca mis jadeos con su boca.
Sus manos descienden hacia mis senos y tiran con mucha delicadeza de las pinzas. Grito con fuerza.
– ¡Christian, por favor!
– Chsss, nena. Aguanta.
Esto es demasiado… toda esta sobreestimulación, por todas partes. Mi cuerpo empieza a ascender, y yo, de rodillas, no puedo controlar la escalada. Dios… ¿seré capaz de soportar esto?
– Buena chica -me tranquiliza él.
– Christian -jadeo, y mi voz suena desesperada incluso a mis oídos.
– Chsss, siéntelo, Ana. No tengas miedo.
Ahora sus manos me rodean la cintura, sujetándome, pero no puedo concentrarme en todo, en sus manos, en lo que tengo dentro, en las pinzas. Mi cuerpo asciende, asciende hacia el estallido, con esas vibraciones implacables y esa dulce, dulce tortura en mis pezones. Dios… Esto va a ser demasiado intenso. Él mueve las manos, sedosas y oleosas, alrededor y por debajo de mis caderas, tocando, sintiendo, masajeando mi piel… masajeando mi culo.
– Qué hermoso -susurra, y de repente introduce suavemente un dedo ungido dentro de mí… ¡ahí, en mi trasero!
Dios… Es una sensación extraña, plena, prohibida… pero, oh… muy… muy agradable. Y se mueve despacio, entra y sale, mientras roza con los dientes mi barbilla erguida.
– Qué hermoso, Ana.
Estoy suspendida en lo alto, muy alto, sobre un enorme precipicio, y entonces vuelo y caigo vertiginosamente al mismo tiempo, y me precipito hacia la tierra. Ya no puedo contenerme y grito, mientras mi cuerpo, ante esa irresistible plenitud, se convulsiona y alcanza el clímax. Cuando mi cuerpo estalla, no soy más que sensaciones, por todo mi ser. Christian retira primero una pinza y luego la otra, y mis pezones se quejan de una dulce sensación de dolor, que es sin embargo muy agradable y me provoca el orgasmo, un orgasmo que dura y dura. Él mantiene el dedo en el mismo sitio, entrando y saliendo.
– ¡Agh! -grito, y Christian me envuelve y me abraza, mientras mi cuerpo sigue con su implacable pulsión interior-. ¡No! -vuelvo a gritar, suplicante, y esta vez retira el vibrador de mi interior y también el dedo, mientras mi cuerpo sigue convulsionando.
Me quita una de las esposas, de modo que mis brazos caen hacia delante. Mi cabeza cuelga sobre su hombro, y estoy perdida, totalmente perdida en esta sensación abrumadora. No soy más que respiración alterada, exhausta de deseo, y dulce y placentero olvido de todo.