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Soy vagamente consciente de que Christian me levanta, me lleva a la cama y me tumba sobre las refrescantes sábanas de satén. Al cabo de un momento, sus manos, todavía untuosas, me masajean dulcemente detrás de los muslos, las rodillas, las pantorrillas y los hombros. Noto que la cama cede un poco cuando él se tumba a mi lado.

Me quita el antifaz, pero no tengo fuerzas para abrir los ojos. Busca la trenza y me suelta el pelo, y se inclina hacia delante para besarme dulcemente en los labios. Solo mi respiración errática interrumpe el silencio de la habitación, y va estabilizándose a medida que vuelo de nuevo hacia la tierra. Ya no se oye la música.

– Maravilloso -murmura.

Finalmente consigo abrir un ojo y descubro que él me está mirando fijamente con una leve sonrisa.

– Hola -dice. Consigo contestar con un gemido y su sonrisa se ensancha-. ¿Te ha parecido suficientemente brusco?

Yo asiento y le sonrío como puedo. Vaya, si hubiera sido más brusco tendría que habernos azotado a los dos.

– Creo que intentas matarme -musito.

– Muerta por orgasmo. -Sonríe-. Hay formas peores de morir -dice, pero después frunce el ceño levísimamente, como si de pronto hubiera pensado en algo desagradable.

Su gesto me inquieta. Me incorporo y le acaricio la cara.

– Puedes matarme así siempre que quieras -murmuro.

Me doy cuenta de que está desnudo, espléndido y preparado para la acción. Cuando me coge la mano y me besa los nudillos, yo me enderezo, le atrapo la cara con las manos y llevo su boca a mis labios. Me besa fugazmente y luego se para.

– Esto es lo que quiero hacer -susurra.

Busca bajo la almohada el mando de la música, aprieta un botón y los suaves acordes de una guitarra resuenan entre las paredes.

– Quiero hacerte el amor -dice, mirándome fijamente.

Sus ojos grises brillan sinceros y ardientes. Al fondo se oye una voz familiar que empieza a cantar «The First Time Ever I Saw Your Face». Y sus labios buscan los míos.

Mientras me abrazo a él y me rindo de nuevo al éxtasis liberador, Christian se deja ir en mis brazos, con la cabeza echada hacia atrás y gritando mi nombre. Él me estrecha contra su pecho y permanecemos sentados nariz contra nariz en medio de su cama inmensa, yo a horcajadas sobre él. Y en este momento, este momento de felicidad con este hombre y su música, la intensidad de mi experiencia de esta mañana con él aquí, y de todo lo que ha pasado durante la última semana, me abruma de nuevo, no solo física sino también emocionalmente. Me siento por completo superada por todas estas sensaciones. Estoy profundamente enamorada de él. Y por primera vez alcanzo a entrever y comprender lo que él siente en relación con mi seguridad.

Al recordar que ayer estuve a punto de perderle, me echo a temblar y los ojos se me llenan de lágrimas. Si le hubiera pasado algo… le amo tanto. Las lágrimas corren libremente por mis mejillas. Hay tantas facetas en Christian: su personalidad dulce y amable, y su vertiente dominante, ese lado agreste y brusco de «Yo puedo hacer lo que me plazca contigo y tú me seguirás como un perrito»… sus cincuenta sombras, todo él. Todo espectacular. Todo mío. Y soy consciente de que aún no nos conocemos bien, y de que tenemos que superar un montón de cosas. Pero sé que los dos lo deseamos… y que dispondremos de toda la vida para ello.

– Eh -musita, sosteniéndome la cabeza entre las manos y mirándome intensamente. Sigue dentro de mí-. ¿Por qué lloras? -dice con la voz preñada de preocupación.

– Porque te quiero tanto -susurro.

Él absorbe mis palabras con los ojos entrecerrados, como drogado. Y cuando vuelve a abrirlos, arden de amor.

– Y yo a ti, Ana. Tú me… completas.

Y me besa con ternura mientras Roberta Flack termina su canción.

Hemos hablado y hablado y hablado, sentados juntos sobre la cama del cuarto de juegos, yo sobre su regazo y rodeándonos con las piernas mutuamente. La sábana de satén rojo nos envuelve como si fuera un refugio majestuoso, y no tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado. Christian está riéndose de mi imitación de Kate durante la sesión de fotos en el Heathman.

– Pensar que podría haber sido ella quien me entrevistara. Gracias a Dios que existen los resfriados -murmura, y me besa la nariz.

– Creo que tenía la gripe, Christian -le riño, y dejo que mis dedos deambulen a través del vello de su torso, maravillada de que lo esté tolerando tan bien-. Todas las varas han desaparecido -murmuro, recordando que eso me llamó antes la atención.

Él me recoge el pelo detrás de la oreja por enésima vez.

– No creí que llegaras a pasar nunca ese límite infranqueable.

– No, no creo que lo haga -susurro con los ojos muy abiertos, y luego dirijo la vista hacia los látigos, las palas y las correas alineados en la pared de enfrente.

Él mira en la misma dirección.

– ¿Quieres que me deshaga de todo eso también? -dice en tono irónico, pero sincero.

– De esa fusta no… la marrón. Ni del látigo de tiras de ante.

Me ruborizo.

Él me mira y sonríe.

– De acuerdo, la fusta y el látigo de tiras. Vaya, señorita Steele, es usted una caja de sorpresas.

– Y usted también, señor Grey. Esa es una de las cosas que adoro de ti.

Le beso con cariño en la comisura de la boca.

– ¿Qué más adoras de mí? -pregunta con los ojos muy abiertos.

Sé que para él supone mucho hacer esta pregunta. Es una muestra de humildad que me hace parpadear, perpleja. Yo adoro todo de él… incluso sus cincuenta sombras. Sé que la vida con Christian nunca será aburrida.

– Esto. -Paso el dedo índice sobre sus labios-. Adoro esto, y lo que sale de ella, y lo que me haces con ella. Y lo que hay aquí dentro. -Le acaricio la sien-. Eres tan brillante, inteligente e ingenioso, tan competente en tantas cosas. Pero lo que más adoro es lo que hay aquí. -Presiono ligeramente con la palma de la mano sobre su pecho, y siento el latido constante y uniforme de su corazón-. Eres el hombre más compasivo que conozco. Lo que haces. Cómo trabajas. Es realmente impresionante -murmuro.

– ¿Impresionante?

Está desconcertado, pero en su mirada refulge un brillo alegre. Luego le cambia el semblante y aparece su sonrisa tímida, como si estuviera avergonzado. Me entran ganas de lanzarme a sus brazos… y lo hago.

Estoy adormilada, envuelta en satén y en Grey. Christian me acaricia con la nariz para despertarme.

– ¿Tienes hambre? -susurra.

– Mmm… estoy hambrienta.

– Yo también.

Me incorporo para mirarle tumbado en la cama.

– Es su cumpleaños, señor Grey. Te prepararé algo. ¿Qué te apetece?

– Sorpréndeme. -Me pasa la mano por la espalda con una suave caricia-. Debería revisar los mensajes de la BlackBerry que no miré ayer.

Suspira y hace ademán de incorporarse, y sé que este momento especial ha terminado… por ahora.

– Duchémonos -dice.

¿Quién soy yo para contradecir al chico del cumpleaños?

Christian está en su estudio hablando por teléfono. Taylor está con él. Tiene un aspecto muy serio, pero su atuendo es informal, unos vaqueros y una camiseta negra ceñida. Yo estoy preparando algo de comer en la cocina. He encontrado unos filetes de salmón en la nevera y los estoy marinando con limón, y los acompañaré con una ensalada y unas patatas que estoy hirviendo. Me siento extraordinariamente relajada y feliz, en la cima del mundo… literalmente. Me giro hacia el enorme ventanal y observo el espléndido cielo azul. Toda esa charla… todo el sexo… mmm. Cualquier chica podría acostumbrarse a esto.