– El glaseado aún está blando. Espero que te guste.
– Estoy impaciente por probarlo, Anastasia -murmura, haciendo que suene muy sensual.
Corto una porción para cada uno, y procedemos a comérnoslo con tenedores de postre.
– Mmm -dice con un gruñido de satisfacción-. Por esto quiero casarme contigo.
Yo me echo a reír, aliviada… Le gusta.
– ¿Lista para enfrentarte a mi familia?
Christian para el motor del R8. Hemos aparcado en el camino de entrada a la casa de sus padres.
– Sí. ¿Vas a decírselo?
– Por supuesto. Tengo muchas ganas de ver cómo reaccionan.
Me sonríe maliciosamente y sale del coche.
Son las siete y media, y aunque el día ha sido cálido, sopla una fresca brisa vespertina procedente de la bahía. Me envuelvo con el chal y bajo del coche. Llevo un vestido de cóctel verde esmeralda que encontré esta mañana cuando rebuscaba en el armario. Tiene un cinturón ancho a juego. Christian me da la mano, y vamos hacia la puerta principal. Carrick la abre de par en par antes de que llamemos.
– Hola, Christian. Feliz cumpleaños, hijo.
Coge la mano que Christian le ofrece, pero tira de ella y le sorprende con un breve abrazo.
– Esto… gracias, papá.
– Ana, estoy encantado de volver a verte.
Me abraza también, y entramos en la casa detrás de él.
Antes de poner los pies en el salón, vemos a Kate que viene hacia nosotros con paso enérgico por el pasillo. Parece indignada.
¡Oh, no!
– ¡Vosotros dos! Quiero hablar con vosotros ahora mismo -nos suelta, con su tono de «Más os vale no engañarme».
Nerviosa, miro de reojo a Christian. Él se encoge de hombros, decide seguirle la corriente y entramos detrás de ella en el comedor, dejando a Carrick perplejo en el umbral del salón. Ella cierra la puerta de golpe y se vuelve hacia mí.
– ¿Qué coño es esto? -masculla, agitando una hoja de papel frente a mí.
Completamente desconcertada, la cojo y le echo un rápido vistazo. Se me seca la boca. Oh, Dios. Es mi e-mail de respuesta a Christian sobre el tema del contrato.
22
Me quedo totalmente pálida, se me hiela la sangre y el miedo invade mi cuerpo. De forma instintiva me coloco entre ella y Christian.
– ¿Qué es eso? -murmura Christian, con recelo.
Yo le ignoro. No puedo creer que Kate esté haciendo esto.
– ¡Kate! Esto no tiene nada que ver contigo.
La fulmino con una mirada ponzoñosa, la ira ha reemplazado al miedo. ¿Cómo se atreve a hacer esto? Ahora no, hoy no. En el cumpleaños de Christian, no. Sorprendida ante mi respuesta, ella abre de par en par sus ojos verdes y parpadea.
– ¿Qué es eso, Ana? -dice Christian otra vez, ahora en un tono más amenazador.
– ¿Podrías marcharte, Christian, por favor? -le pido.
– No. Enséñamelo.
Extiende la mano, y sé que no es momento de discutirle; habla con dureza y frialdad. Le entrego el e-mail de mala gana.
– ¿Qué te ha hecho él? -pregunta Kate, sin hacer caso de Christian, y parece muy preocupada.
En mi mente aparece una sucesión de multitud de imágenes eróticas, y me ruborizo.
– Eso no es asunto tuyo, Kate.
No puedo evitar el tono de exasperación que tiene mi voz.
– ¿De dónde sacaste esto? -pregunta Christian con la cabeza ladeada e inexpresivo, pero en un tono bajo muy… amenazador.
Kate se sonroja.
– Eso es irrelevante. -Pero, al ver su mirada glacial, prosigue enseguida-: Estaba en el bolsillo de una americana, que supongo que es tuya, y que encontré detrás de la puerta del dormitorio de Ana.
La firmeza de Kate se debilita un poco ante la abrasadora mirada gris de Christian, pero aparentemente se recupera y le clava la vista furiosa.
Con su vestido ceñido de un rojo intenso, parece la hostilidad personificada. Está impresionante. Pero ¿qué demonios hacía rebuscando en mi ropa? Normalmente es al revés.
– ¿Se lo has contado a alguien?
Ahora la voz de Christian es como un guante de seda.
– ¡No! Claro que no -replica Kate, ofendida.
Christian asiente y parece relajarse. Se da la vuelta y se encamina hacia la chimenea. Kate y yo permanecemos calladas mientras vemos cómo coge un encendedor de la repisa, prende fuego al e-mail, lo suelta y deja que caiga flotando lentamente en llamas sobre el suelo del hogar hasta quedar reducido a cenizas. El silencio en la habitación es opresivo.
– ¿Ni siquiera a Elliot? -le pregunto a Kate.
– A nadie -afirma enfáticamente ella, que por primera vez parece dolida y desconcertada-. Yo solo quería saber si estabas bien, Ana -murmura.
– Estoy bien, Kate. Más que bien. Por favor, Christian y yo estamos estupendamente, de verdad; eso es cosa del pasado. Por favor, ignóralo.
– ¿Que lo ignore? -dice-. ¿Cómo voy a ignorar esto? ¿Qué te ha hecho él? -pregunta, y sus ojos verdes están cargados de preocupación sincera.
– Él no me ha hecho nada, Kate. En serio… estoy bien.
Ella me mira, vacilante.
– ¿De verdad?
Christian me pasa un brazo por la cintura y me estrecha contra él, sin apartar los ojos de Kate.
– Ana ha aceptado ser mi mujer, Katherine -dice tranquilamente.
– ¡Tu mujer! -chilla Kate, y abre mucho los ojos, sin dar crédito.
– Vamos a casarnos. Vamos a anunciar nuestro compromiso esta noche -afirma él.
– ¡Oh! -Kate me mira con la boca abierta. Está atónita-. ¿Te dejo sola quince días y vas a casarte? Esto muy precipitado. Así que ayer, cuando dije… -Me mira, estupefacta-. ¿Y cómo encaja este e-mail en todo esto?
– No encaja, Kate. Olvídalo… por favor. Yo le quiero y él me quiere. No arruines su fiesta y nuestra noche. No lo hagas -susurro.
Ella pestañea y de pronto sus ojos están brillantes por las lágrimas.
– No. Claro que no. ¿Tú estás bien?
Quiere que se lo asegure para quedarse tranquila.
– Soy más feliz que en toda mi vida -murmuro.
Ella se acerca y me coge la mano, haciendo caso omiso del brazo de Christian rodeando mi cintura.
– ¿De verdad estás bien? -pregunta esperanzada.
– Sí.
Le sonrío de oreja a oreja, recuperada por fin mi alegría. Kate se relaja, y su sonrisa es un reflejo de mi felicidad. Me aparto de Christian, y ella me abraza de repente.
– Oh, Ana… me quedé tan preocupada cuando leí esto. No sabía qué pensar. ¿Me lo explicarás? -musita.
– Algún día, ahora no.
– Bien. Yo no se lo contaré a nadie. Te quiero mucho, Ana, como a una hermana. Es que pensé… no sabía qué pensar, perdona. Si tú eres feliz, yo también soy feliz.
Mira directamente a Christian y se disculpa otra vez. Él asiente, pero su mirada es glacial y su expresión permanece imperturbable. Oh, no, sigue enfadado.
– De verdad que lo siento. Tienes razón, no es asunto mío -me dice al oído.
Llaman a la puerta, Kate se sobresalta y yo me aparto de ella. Grace asoma la cabeza.
– ¿Todo bien, cariño? -le pregunta a Christian.
– Todo bien, señora Grey -salta Kate al instante.
– Estupendamente, mamá -dice Christian.
– Bien. -Grace entra-. Entonces no os importará que le dé a mi hijo un abrazo de cumpleaños.
Nos sonríe a ambos. Él la estrecha con fuerza entre sus brazos y su gesto inmediatamente se suaviza.
– Feliz cumpleaños, cariño -dice ella en voz baja, y cierra los ojos fundida en ese abrazo-. Estoy tan contenta de que no te haya pasado nada.
– Estoy bien, mamá. -Christian le sonríe.
Ella se echa hacia atrás, le examina fijamente y sonríe radiante.
– Me alegro muchísimo por ti -dice, y le acaricia la cara.